Surinam 00

Agosto de 2000

Durante el mes de Agosto de 1994, cuando recorría el precioso país de Guyana, fui disuadido por Larry, americano de Florida y vendedor de ferretería y maquinaria en esta zona, de visitar SURINAM. Me repetía que, si no fuera por los guardaespaldas que sus clientes le facilitaban, ni siquiera pisaría el aeropuerto de Paramaribo. Hasta que el dinero no llegaba a Florida, me decía, no mandaba ni un tornillo de los pedidos que había conseguido en su viaje anterior.

Me surgió nuevamente la ocasión y, esta vez, si que decidí visitar Surinam. El objetivo principal de mi viaje era Perú donde ya había estado anteriormente. Tenía que volar directamente desde Ámsterdam a Paramaribo, capital de SURINAM para, una vez visitado el país, continuar viaje a Lima, vía Aruba. Ambos vuelos con KLM.

Es tal el número de inmigrantes de Surinam en Holanda (unos 300.000) que hay, al menos, cuatro vuelos semanales cubiertos por un Boeing 747-300. Cuando tomé el vuelo en Ámsterdam de los, probablemente, 300 pasajeros solo cuatro éramos de raza europea. Un septuagenario matrimonio holandés, me comentó que iban para recordar los tiempos en los que él había estado allí con el ejército de su país. Eran gente muy agradable.

El tercer pasajero, la señora Madeleine Plantinga, regresaba a Paramaribo, tras unos meses en Holanda, para reunirse con su esposo miembro de la embajada holandesa, en donde llevaban ya tres años viviendo. Habían estado, anteriormente, en Sudán, Bolivia, etc. Madeleine, encantadora conversadora, contribuyó a que las ocho horas de vuelo pasaran más rápidamente; se volcó en darme toda clase de información que, sin lugar a duda, mejoró ampliamente la que yo llevaba; cuando comenzábamos a sobrevolar el país me dijo, señalándome la densa selva que teníamos bajo el avión: “parece un gran campo de brócoli”. Más tarde me invitó a que su esposo, que la esperaba en el aeropuerto, me llevara a Paramaribo, situado a unos 45 km,…Gente viajera, gente maravillosa: hospitalaria y abierta.

Surinam, que consiguió la independencia de Holanda en 1975, tiene una superficie equivalente a un tercio de la de España, pero con una ridícula población de 415.000 habitantes; de ellos: 360.000 viven en la capital, Paramaribo, 40.000 en la restante zona costera del Atlántico y los demás, unos 15.000, repartidos por el inmenso territorio selvático que compone el 90% de su superficie. La unidad monetaria es el florín de Surinam que equivale a diez céntimos de peseta. En general todo es bastante barato para un europeo.

Su población, auténtico crisol de razas, está formada por, aproximadamente, un tercio de indostánicos de origen indio, un tercio de criollos y el resto por indonesios, amerindios, chinos, etc. Y, para colmo, hablan: holandés, criollo inglés y otras lenguas del Caribe como el papiamento. Su renta per cápita supera los 1000 US$, cuando en España andamos por los 15.000. En su agricultura hay arroz, plátanos y cocos. Su patrimonio forestal es inmenso, pero muy poco desarrollado. Es uno de los mayores productores de bauxita. Tiene un poco de oro, plata y petróleo. Al parecer solo hay un 7% de analfabetismo.


Topé con un negro cimarrón, especie de gigantón, que hablaba a voces un simpático español. Conocía, no solo, las alineaciones del Madrid en la época de Di Stéfano que me recitó: Gento, Puskas, etc. sino, también, los problemas del Barcelona y la elección del nuevo presidente... cosas que ni yo mismo sabía. Roberto Vanderlei, que dijo llamarse, con solo 50 años y 5 hijos, ya era abuelo. Era un gran conversador y muy extrovertido. Hablamos de las múltiples etnias del país, de razas, de idiomas, etc. A ratos me hablaba en papiamento o taki-taki como le llaman, otras en criollo inglés, etc.…. Creo que lo más sorprendente es el crisol de etnias e idiomas que allí conviven en paz. Diría que todos ellos se unieron un día, huyendo de la pobreza, de la semiesclavitud, de la marginación de la metrópoli… y la falta de patria, para declarar su independencia y crear un nuevo país. Ahora eran libres y ya no estaban sometidos. Mi amigo Roberto me dijo que trabajaba en el aeropuerto descargando equipaje

De entre los hoteles que había, aceptablemente limpios, me decidí por el Eco­Resort, a 5 minutos del mismísimo centro, en el que pagaba 75 US$ por una doble con desayuno, incluido el traslado de entrada y salida del aeropuerto. El sitio me pareció muy agradable y la comida era bastante buena. Se come aceptablemente bien por casi todas partes: empanadas de pescado, guisantes con pollo, verduras fritas, etc. Además hay mucha comida china, indonesia, indostánica, etc. El mejor sitio, en el que recuerdo haber comido, se llamaba restaurante La Bastille y se comía muy bien por unos 10-12 dólares incluyendo: un buen vaso de vino francés y helado o fruta de calidad.

En cuanto a la seguridad para el viajero diría que, aunque el día que yo llegué atracaron en el hotel Embajador, al lado del mío, y que al día siguiente vi de lejos como golpeaban a una chica y le quitaban todo cuanto llevaba encima, el país es más tranquilo que Venezuela, Colombia, Lima, etc., por mencionar lugares del entorno y no es tan peligroso como un 50% de los países africanos. Así que nadie se asuste. Podrían robarte, pero tu vida no correría peligro. Pienso que a un buen viajero no le roban, pero puede que a un turista sí. Creo que la diferencia es notoria. La gente es amable, agradable y pacífica.

Debido a que me pillaron las últimas lluvias torrenciales de agosto las carreteras, pistas de tierra que se adentran en la densa selva, estaban en tan mal estado que ni siquiera un 4WD podía intentarlo. Así que no fue mucho lo que vi del interior del país, por lo que me prometí a mí mismo volver. Averigüé que la mejor época para atravesar la selva es de diciembre a febrero. Volveré pronto.

En vista de la situación no me di por vencido y decidí remontar el río Surinam como alternativa, para adentrarme en el país y en esa maraña de densa vegetación. Tres días navegando desde la desembocadura hacia aguas arriba fueron suficientes para ver la vida fluvial de este inmenso y caudaloso río a lo largo de cuyo cauce y riberas pueden verse desde gigantescas barcazas, que transportan mineral de bauxita, hasta diminutas embarcaciones de gente que busca iguanas por las orillas para comérselas. Me crucé con muchos barcos de pesca que iban hacia mar abierto, oxidados y en muy mal estado de mantenimiento, con barquitas de pasaje, con fábricas de ron, tostaderos de café, aserraderos de troncos, etc.

Sobre las riberas se ven: desde las más pobres y humildes viviendas hasta las más suntuosas mansiones de estilo indonesio. El río es extremadamente ancho y caudaloso. Sobre sus márgenes y riberas se pueden ver: manglares, palmeras, almendros tropicales, mangos enormes, frangipanis, enredaderas, lianas, flamboyanes y, por supuesto, densa e impenetrable selva que requiere de un machete para poder penetrarla. Me detuve en algunas localidades para visitarlas, comprar comida y contemplar y saborear los enormes y dulces pomelos. Me recordaron mis viajes por el Pacífico. El hombre que me alquiló el barco, Andrey, me contaba historias del antiguo Surinam, de sus antepasados., de cómo sobrevivían por aquí, del porqué de la emigración de sus bisabuelos desde la India, de su actual familia, de su religión musulmana, etc. Yo le decía que en mi opinión las gentes de Surinam vivían de espaldas a la selva, al bosque lluvioso; que veían el futuro en la ciudad y que odiaban su pasado en la selva porque les recordaba tiempos malos y de sometimiento.


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En Paramaribo no oyes hablar a nadie del precioso bosque que compone el 90% del país. No. Además nunca se desplazan al interior y ni siquiera se asoman a él. Así es, lo ignoran. La compañía de Andrey fue agradable y constructiva. Cuando nos separamos, tras pasar unos días entrañables, ambos parecíamos lamentarlo. Andrey tuvo el detalle de traerme como regalo unas monedas del país, que ya estaban fuera de circulación, para mi colección. Conociendo sus posibilidades económicas yo respondí con dinero y un pequeño detalle que llevaba en mi bolsa. Cuando vuelva, que será pronto, localizaré a Andrey y le llevaré a cenar a un restaurante que no sea indostaní, para que sea novedoso para él.

Al haber la friolera de 300.000 surinameses trabajando en Holanda, casi la misma población que tiene el país, los ahorros que consiguen, como buenos emigrantes, los envían a su país y esto contribuye enormemente a incrementar la riqueza en divisas. Por ello Paramaribo tiene un parque de vehículos muy nuevo, las gentes parecen manejar bastante dinero para compras y suelen vestir mucho mejor que en otros países de similar renta per cápita. También he de decir que a los surinaméses se los ve limpios, al igual que sus calles y sus autobuses.

Entre los lugares que visité figuran: New Ámsterdam, Joden Savannah, Santigron, Brownsweg, Brokopondo, etc., todos dentro del bosque lluvioso mas próximo, salvo New Ámsterdam que es el antiguo asentamiento de los holandeses. Visitar el país supone prepararse para malas carreteras o para pequeñas embarcaciones con las que adentrarse en él a través de sus innumerables y caudalosos ríos. La vegetación es más que exuberante. Es lo que decía Madeleine: “un campo de brócoli gigante”. Tampoco viene mal visitar un concurso dominical, sobre pájaros cantores autóctonos, que se celebra entre las 7 y las 8 de la mañana en la explanada central de Paramaribo. Cientos de concursantes acuden cada domingo con sus correspondientes pajarillos enjaulados. La Catedral, que se abre al público solo los sábados por la mañana, es interesante.

Por todas partes por donde iba en Paramaribo preguntaba por mi amigo Larry el vendedor de ferretería, incluida la terracita de un bar en el que tocaba un conjunto local llamado los "apopléjicos", pero nadie parecía conocerlo. Finalmente pregunté en un almacén de ferretería, en donde me dijeron que hacía más de tres años que no iba por allí. Habían oído decir que había muerto.