Hong Kong 15

Enero de 2015

Había visitado anteriormente Hong Kong, ahora integrado en China, en el año 1973, en el 1981, regresando de un viaje por China, y en los 90, en uno de mis múltiples saltos por el Sudeste Asiático pasé por aquí dos odiosos días bajo la lluvia. Así que, fácilmente, una buena veintena de años han transcurrido desde mi última visita.

Con una superficie equivalente a la tercera parte de la isla de Mallorca, lo que quiere decir unos mil km2, tiene la friolera de 7,5 millones de habitantes, que no parecen estar totalmente felices dentro de la China “comunista” tras tantos años de independencia como colonia británica y con un sistema capitalista tomado en su máxima esencia. Esta ciudad-estado-país, viene siendo una especie de Nueva York en grande pero situado en Oriente. Viven muy apretados, con poquísimo espacio por habitante.

China les ha permitido, entre otros privilegios, mantener su propia divisa, el dólar de Hong Kong, siempre que mantengan su obligada sumisión a la Gran China. Su nivel económico es alto, muy superior al resto de la nación y, en este momento un 20 % más alto que el de España. Un 95 % de ellos son de etnia china y un 5% entre filipinos e indonesios. Como idiomas se habla el cantonés, el chino y el inglés y como religión son un 75% budista o taoísta, un 10% de cristianos y el 15% restante profesan otras religiones menos conocidas. Son vegetarianos y muy longevos: las mujeres llegan con facilidad a los 87 años. No se trata de una maravillosa salud pública, pues solo tiene 2 médicos por cada mil habitantes sino, más bien, de una población casi vegetariana que cuida mucho su salud. Apenas hay paro y su inflación suele rondar el 3%.

El comercio internacional es el principal motor de su economía junto con su potente banca y su bolsa de valores. Produce y exporta muchos equipos de alta tecnología y cuenta con un importante turismo proveniente de la China continental y de Taiwán. Además tiene un importante puerto franco. País formado por una isla principal, llamada Hong Kong, otra pequeña, llamada Lantau y una parte continental denominada Kowloon. A partir de ahí aparece la antigua frontera con China donde, astutamente, se fabrican muchísimos productos a precios irrisorios dado que la mano de obra china cuesta la cuarta parte de lo que cuesta la de Hong Kong y, a continuación, los productos pasan a Hong Kong para ser exportados a todo el mundo. Por otra parte, por el puerto de Hong Kong sale al mundo una gran parte de las exportaciones chinas. No cabe duda de que los chinos, por su sabiduría, su tenacidad y su astucia para los negocios, son algo así como los judíos de Oriente.

Al igual que cuando estuve últimamente en Singapur, y también debido a la falta de paro y a la conveniencia de evitar la entrada en el país de más trabajadores extranjeros, hay muchas personas mayores de 75 años, con buena salud, trabajando todavía y hasta los he visto conduciendo taxis. He de decir que, dado que el coste de la vida se incrementa tanto anualmente, la pensión de jubilación llega un momento que no les alcanza y de esta forma consiguen mejorar su confort al mismo tiempo que ayudan al estado.

La autopista que conduce al nuevo y fantástico aeropuerto, a lo largo de unos 40 km, tiene modernos y largos puentes de tirantes sobre el mar lo que supone una gigantesca inversión. Los taxistas, muy ladinos por todo el mundo, son vigilados en el aeropuerto así que, las autoridades, te dan una tarjeta, justo en la parada, en la que te avisan de sus trucos y te piden que controles el taxímetro, que exijas factura, abono de peajes, etc. En general he encontrado a la gente fría, y no quiero decir conmigo sino fría entre ellos mismos, distantes e ignorando su entorno, sin interés por la gente que les rodea y yendo exclusivamente a su “bola”. No hay sonrisas entre ellos, ni tampoco calor humano alguno…como ocurre en los ambientes de negocios de Nueva York.

El transporte es, prácticamente en su totalidad, público. Apenas se ven coches privados, salvo los de altísima gama que pertenecen a los muy ricos, así que las calles están llenas de autobuses de dos plantas, herencia británica, que circulan uno tras otro y algún que otro taxi. El tapizado de los asientos esta impecable y la limpieza interior y exterior del vehículo parece inmejorable. Todo el mundo va sentado. Las líneas de autobuses cubren muy bien la ciudad y están complementadas con un modernísimo Metro, en acero inoxidable, al que se accede a través de las puertas de una pantalla que cubre toda la longitud de la estación y que se abren, por seguridad, al tiempo que lo hacen las del tren y exactamente frente a ellas. Seguridad cien por cien y envidiable por parte de nuestro mundo occidental que no se lo puede permitir por el elevado coste que supondría. En el interior el brillo y la limpieza sorprenden; por otra parte, su velocidad es impresionante, hasta tal punto de que en los tramos al exterior y paralelos a alguna carretera ves perfectamente que sobrepasa a los coches.

Por las calles no hay papeles ni colillas ni plásticos. El fumador está obligado a situarse al lado de un cenicero público. Los niveles de limpieza, orden y puntualidad son muy altos. Por decir algo, creo que podría ponerse en hora un reloj de acuerdo con la hora oficial de llegada del tren. Algo así ocurría hace años en Francia. La edificación es muy densa, muy alta y muy apretada y ello es debido que es la única forma de meter tanta gente en tan poco espacio. Un tipo local me comentó que Hong Kong era un bosque de hormigón…me pareció muy acertado y representativo. Me comentó también los desorbitados precios de los pisos y de los alquileres; por supuesto los más caros del mundo. Además, a medida que el edificio de apartamentos o chalet está más alto en las colinas que conforman el país el precio sube más todavía. No me atrevo a decir precios porque nadie se los creería, son impensables. La diferencia que hay aquí entre ricos y pobres es abismal, nada comparable a la de nuestro mundo. Sorprende ver que utilizan las cañas de bambú para construir andamios resistentes en la construcción y es debido a que son muy ligeros y fáciles de manejar dado su poco peso; los unen simplemente con un lazo y sin necesidad de herramientas específicas.

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He comido siempre en sus restaurantes corrientes y he comprobado que lo que más comen es arroz con verduras, pollo, trozos de ternera, etc. todo ello hervido y en el conocido tazón del que con los palillos, en los que son muy diestros, pueden coger el arroz grano a grano si lo desean. Por supuesto no se come con pan, no hay manteles ni cubiertos en las mesas y muchas veces tampoco vasos pues hasta las coca-colas se beben de las latas con una paja. Como he visto otras veces, algunos de los platos se sirven en una tartera que viene con su pequeño hornillo de alcohol para que siga hirviendo la comida; se toman su tiempo y finalmente toman el palillo de dientes, que siempre les dan con la comida, y hurgan durante un buen rato entre sus dientes hasta asegurarse de que nada queda. El chino no come como nosotros, no, engulle enormes trozos de comida y para ello mete su boca dentro del cuenco y llena a tope ambos carrillos. Las mesas las ponen tan pegadas unas a otras que es inevitable ver el espectáculo del vecino. Me comí el típico pato de Pekín, sus verduras crujientes, su pollo hervido, y alguna que otra cosa que no he llegado a saber qué era. Por supuesto la comida en nuestros restaurantes chinos de Occidente en nada se parece a esta, hasta el punto de haber leído en sus menús “arroz chino frito a la europea”… como diciendo qué sabrán estos occidentales. Me alojé en un hotel del barrio de Wan Chai, de casi treinta pisos, zona comercial sin grandes pretensiones, llena de gente, de pequeños restaurantes, de tiendas de todo y de oficinas de cambio. La gente suele hablar alto pero no hacen aspavientos y se saludan respetuosamente. Allí cerca tenía la única línea de tranvías de la ciudad y, éstos, también de dos plantas y muy estrechos, iban pintados de forma individual con colores y dibujos sorprendentes. Algo me llamo poderosamente la atención: el país no tiene en cuenta la existencia de personas impedidas por lo que no facilita nada el paso o tráfico de sillas de ruedas; también he de decir que no he visto gente alguna en sillas de ruedas, es como si se quedasen en casa al saber que no hay facilidades para ellas. Resulta lamentable y triste pero así es el duro sistema capitalista de aquí; también me sorprendió que no existieran cinturones de seguridad en los taxis.

Cuando llega el fin de semana, y así lo he podido constatar, la población de inmigrantes filipinos, que son muchos, se reúne en una zona del barrio de Wan Chai, donde me alojaba, próxima al mar, en donde se agrupan para charlar, jugar a las cartas, bailar, cantar en coros, buscar pareja entre ellos, etc. resultaba agradable verlos felices de estar juntos manteniendo las costumbres y tradiciones de su Filipinas del alma. También se ve a los nativos haciendo ejercicios físicos y paseando.

Recorrer el barrio financiero de la isla de Hong Kong supone atravesar calles y más calles en las que al sol le resulta difícil atravesar tanto rascacielos para poder llegar hasta la acera por la que caminas. Allí se encuentran casi todos los más altos y con arquitectura más atrevida como ocurre con el banco central del HSBC, de Norman Foster o la torre del Banco de China, de Ieoh Ming Pei. El edificio más alto del país, con casi medio kilómetro de altura, está enfrente, en Kowloon, y es el Centro Internacional de Finanzas. En el área de Mid-levels hay una rampas mecánicas, al parecer las mayores del mundo, que cubren un desnivel de 130 metros con una longitud de de casi 800 metros.

En la isla de Hong Kong es visita obligada la subida al Peak(Pico) en un tranvía de cable que asciende unos 500 metros para, desde allí, observar las panorámicas sobre la edificación de la propia isla, de la zona continental de Kowloon y, por supuesto, la Bahía Victoria que las separa. También visité el, hace ya algunas décadas, famoso puerto de Aberdeen en el que había entonces miles de pequeñas embarcaciones chinas abarloadas, tipo sampas, en las que las familias vivían hacinadas pero que, no cabe duda, despertaban un gran interés al visitante. Ahora han sido desalojadas y sustituidas por yates modernos…me dio pena no poder verlo nuevamente pues tenía de ello un grato recuerdo de mi visita en el 73. Así son las cosas.

Visité Kowloon, situado justamente frente a la isla de Hong Kong y separados por la pequeña bahía de Victoria. El metro, los autobuses, los taxis, etc. todos cruzan a través de túneles construidos bajo la bahía y en cuestión de un par de minutos; también hay transbordadores frecuentes atravesando sobre la bahía. Recorrí un decepcionante mercado callejero, próximo a la calle Nelson, dedicado exclusivamente a la mujer y que estaba lleno de baratijas y ropa horrible. Por esta zona se ven edificios muy deteriorados y cutres que aparecen nada menos que al lado de una famosa avenida llamada Nathan Road y, todo ello, al tiempo que en sus bajos hay carísimas y deslumbrantes joyerías de lujo, una a continuación de otra. Por esta zona, llegué a contar 20 autobuses, uno tras otro, sin ningún taxi ni ningún coche particular entre ellos. Seguí recorriendo Kowloon, pasando por su enorme parque, entrando en su anciano templo chino, acercándome a su famoso y alto edificio del Centro Internacional de Finanzas de 450 m. de altura- segundo en altura de China-, el Hotel Royal Pacific, la calle llamada del Templo con sus cutres puestos de venta y su vieja edificación con fachadas y tejados en muy mal estado. Algunos rincones me recordaban a La Habana. No hay cafeterías como tampoco las hay en la isla de Hong Kong ni, por supuesto, terraza alguna por ninguna parte. En algunos restaurantes se ven a las personas que preparan la comida y a las que lo sirven con una especie de “visera invertida”” bajo la boca con el fin de evitar que algo de saliva pudiera caer sobre la comida. Sorprende ver que utilizan las cañas de bambú para construir andamios resistentes en la construcción ya que son más ligeros y muy fáciles de manejar dado su poco peso; los unen simplemente con un lazo y sin necesidad de herramientas específicas. La parte sur de Kowloon, es decir, la parte que da a la bahía y mira de frente a la isla de Hong Kong, tiene un largo y turístico paseo marítimo adornado de esculturas de bronce representativas del cine chino y de sus estrellas más famosas; por supuesto en una de ellas aparece el famoso Bruce Lee en acción…

Los alquileres son muy altos y solo se pueden pagar si se factura o vende mucho; el chino no es dado a gastar dinero en los bares y terrazas, así que de casa al trabajo y del trabajo a casa; no tiene interés en rodearse de personas que no conoce ni de perder el tiempo sentado en una terraza; es muy activo y ahorrativo. Así que para tomarte una simple coca-cola debes entrar en un restaurante y sentarte.

Cuando ves un coche particular compruebas que se trata de un coche de lujo o superlujo, de un deportivo especial, de una limusina…en fin, algo casi inalcanzable en nuestro mundo occidental. La gente que podría comprar un coche utilitario decide ir en autobús que es más rápido y más barato y no tiene que desembolsar una gigantesca cantidad de dinero para comprar o alquilar una carísima plaza de garaje cuyo precio rebasaría en mucho el del coche.

Quizás otra visita obligada sea la isla de Lantau, no tan edificada como el resto del país debido a su accidentada orografía. En ella visité el famoso y gigantesco Buda, situado sobre una colina y, además, en los últimos años han construido un funicular que, partiendo del nivel del mar, recorre unos 5,5 km, “sobrevuela” una parte de la isla, pasa cerca del aeropuerto y ofrece una panorámica de Kowloon y de la bahía de Victoria. Finalmente llega al Monasterio de Po Lin, de no mucho valor y, frente a él, aparece el Gigante Buda sobre su colina y al que se llega tras salvar unos cientos de escalones.