Navegación II parte

Navegación II parte

Dejo Ilulissat en un pequeño barco de unos 10 m cuyo propietario, un bohemio danés de unos 60 años, se dedica a llevar tu­ristas o viajeros especiales como yo. Conmigo embarca todo un personaje: un francés de 80 años que está haciendo mi misma ruta y que se encuentra en muy buena forma, fumando, bebiendo vino y café y caminando derecho y con mucho carácter: todo un Leo. Navegamos hacia el Norte adentrándonos en la bahía de Baffin, bordeando la costa y pasando delante de pueblecitos de una veintena de casas. Lo hacemos siempre entre icebergs día y noche. Consigo llevar el barco casi toda una noche y hago un buen reportaje fotográfico de puestas de sol entre éstos. Son enormes y pueden tener, en ocasiones, 400 metros de largo por cien de alto. No hay que olvidar que lo que se ve es sólo el 10% de su volumen.

La temperatura baja a 0ºC y sigue soplando el Norte. Llego a Umanak y posteriormente a Upernavik. Tienen una población de unos 500 h y en uno de ellos un pescador me vendió un cuerno de ballena Narval. Es zona de mucha caza de ballena. Aquí los icebergs entran dentro de los puertos y crean serios problemas a las embarcaciones.

Toda la costa occidental “visitable” de Groenlandia es muy pequeña. Es una enorme altiplanicie con altura media de unos 2.600 m sobre el nivel del mar, completamente helada cuyos bordes, van perdiendo altura al acercarse al mar y por tanto el hielo va saliendo por los glaciares y la nieve prácticamente desaparece durante los meses de julio y agos­to y es, en esta zona costera de clima menos riguroso (30º-40º C bajo cero en invierno), donde, aun cuando el mar se hiela casi todo el invierno, puede subsistir el esquimal. El Tráfico marítimo está prácticamente cerrado 9 meses del año y sólo algún helicóptero lleva co­mida, medicinas y algún pasajero. No obstante el sol brilla día y noche en julio y por ello figura en su bandera, nacional.

Días después regresaba, con prisas, en helicóptero para tomar al sur de Groenlandia un avión a Copenhague donde pasaría 2 días muy agradables antes de regresar a España.

Como resumen diría que se ha tratado de un viaje muy interesante en el que no solamente he entrado en contacto con una naturaleza de gran belleza, y al mismo tiempo difícil para el hombre, sino con una población que tiene una forma de vida y de subsistencia duras y resignadas, las que la mayor parte de las civilizaciones del mundo no serian capaces de soportar.

En cuanto a la corta visita a Copenhague tengo que decir que, junto al tiempo soleado y a la hospitalidad de los daneses, las visitas al Roskilde, al museo Vikingo, Tívoli, etc. regadas con buena cerveza y con costillas de cerdo a la Brasa en el Restaurante Apolo, hicieron de la estancia el descanso obligado del viajero al que no le importa tener un poco de confort, una temperatura agradable y una danesa atractiva a la que mirar cuando pasa contoneándose por las calles comerciales de la ciudad.