Irlanda 18

Julio de 2018

La última vez que visité la República de Irlanda, Eire, fue en julio de 1989, casi 30 años atrás. Junto con un amigo, y con la ayuda de un coche que alquilamos, recorrimos casi todo el perímetro del país sin dejar de ver y fotografiar sus maravillosos acantilados al igual que disfrutar de las estrechas carreteras que atravesaban frondosos bosques verdes y del ambiente de sus tradicionales pubs.

Entonces los irlandeses eran más pobres, más hospitalarios y más católicos todavía…pero, al igual que ahora, no rechazaban una cerveza ni tampoco una pelea a puñetazos; son bebedores, amigables y conversadores.

Ahora me encuentro con una Irlanda moderna, integrada en la Europa del Euro, que se acerca a los 5 millones de habitantes, con leyes sobre el divorcio, el aborto, y los matrimonios del mismo sexo. Todo esto era impensable hace 30 años. Por si fuera poco, tiene una renta por habitante que duplica la de España. Rico en minerales, gas, etc. y, sobre todo, campo abonado para toda empresa moderna internacional como las farmacéuticas, informáticas, etc. que quieran instalarse aquí y que no deseen pagar más que un 12,5 % de impuestos: una invitante maravilla. Tanto es así que aquella agricultura de entonces, base muy importante de su economía, ha pasado a suponer solo un 2% de su producto interior bruto. ¡Qué cambio!

Así que en nada se parece al país pobre y agrícola, que visité el año 89. Nos igualan en esperanza de vida, tienen solo un 6% de paro, apenas tienen inflación…en fin, han superado a España por goleada. De hecho, nuestro salario mínimo interprofesional, que ronda los 800 €, es en el caso de ellos de 1.600 €. Como la economía les ha ido bien, y la gente maneja más dinero, ahora beben más y se ven más borrachines por las calles al igual que se ve más gente con pómulos y narices enrojecidos…La SAMUR de ellos trabaja mucho los fines de semana recogiendo heridos por caídas….

El país, algo más pequeño en extensión que nuestra Andalucía, pero mucho más lluvioso, dispone, no obstante, de algún área un tanto esteparia como es el caso de la comarca de Bangor. Llueve todos los meses del año, incluidos los del verano en los que “solo” caen 60/70 litros por metro cuadrado. Yo tuve, afortunadamente, mucha suerte con el tiempo.

El turismo se ha incrementado de forma exponencial, tal que: en aquellos increíbles acantilados de Moher, con más de 200 m de altura y puede que más de 2 km de longitud, que visité en julio de 1989, solo estábamos en aquel entonces unos 10 turistas que con placer nos comíamos unos riquísimos bocatas de cangrejo que hacían en un chiringuito situado justo al borde del precipicio; ahora y en el mismo mes, he contado la gente que había (calculando 30 por autobús y 3 por cada coche del parking) y se aproximaban a los dos mil…¡qué horrible!

También recuerdo que, cuando visitaba estos acantilados, una agresiva gaviota atacó a un niño de unos 8 años para arrebatarle su bocata de cangrejos, lo que consiguió no sin antes arañar y asustar al pobre niño. Por supuesto aquel chiringuito ha desaparecido y ha dado lugar a múltiples bares, restaurantes, etc. En esta ocasión recorrí, en un pequeño barco, el pie de los acantilados y pude ver, además de la belleza de los mismos, los miles de pájaros que anidan en ellos, como es el caso de los puffins o frailecillos. En fin, el turismo masivo acaba siempre destrozando todo. Maldita sea.

El irlandés, que es un tipo sincero, agradable, hospitalario, orgulloso de su cultura y de su lucha contra el inglés, viste más bien mal, ellos y ellas. Ya lo hacía hace 30 años. Opinión personal y subjetiva de un viajero. Tiene fama de poco puntual pero de tener mucho sentido del humor, aun cuando éste sea un poco socarrón o flemático y por tanto no fácil de entender. Son tan tradicionalistas que tienen su propio fútbol gaélico, algo así como una mezcla de fútbol y rugby, y también el llamado hurling que es un deporte parecido al hockey sobre hierba.

Comienzo por Dublín dándome un largo paseo por ambas márgenes del río Liffey que atraviesa la ciudad de este a oeste y es el eje que emplea el visitante como referente en su recorrido por la ciudad. Calatrava ha diseñado dos de los muchos puentes que cruzan sobre este río. El área más popular y próxima al río es el llamado Temple Bar que está lleno de antiguos y atractivos pubs. Todos los visitantes pasan por aquí y se toman algo. No lejos de aquí, y tras recorrer una calle con edificios clásicos revestidos de ladrillo rojo, se contempla la catedral de Christchurch y medio kilómetro más alejada la de San Patricio. Ambas de no mucho valor y muy lejos del bello gótico de las catedrales europeas y ya no digamos de las católicas españolas. Aunque son catedrales protestantes, construidas durante la larga dominación inglesa, los irlandeses las han integrado con orgullo en su patrimonio católico tras su independencia en 1921.

Otra de las muchas visitas obligadas por su interés es el Trinity College en donde se contempla la maravillosa Librería Berkeley y el famoso libro de Kells que cuenta con ilustraciones de los cuatro evangelios desde una aproximación irlandesa.

En sus pubs se bebe la típica guinness negra, agradable y algo dulce, o bien las suaves lagers; y alguien siempre se arranca con algunas de sus canciones típicas y nacionalistas que recuerdan su dura lucha con los ingleses, sus tradiciones o sus masivas migraciones al continente americano. Por supuesto siempre se brinda con la conocida frase “slon-cha” que traducida del gaélico quiere decir salud o algo parecido.

Aun cuando hay zonas o comarcas en las que toda la gente habla gaélico, lo cierto es que no más allá del 25 % de la población total del país lo hace de forma habitual. Pero sí es cierto que en los letreros y señales de las carreteras va escrito juntamente con el inglés. Los propios taxis llevan el letrero de TACSAI, los que, por cierto, tienen sus precios muy asequibles.

Visité la Casa Guinness y, hay que ver qué rica resulta la mezcla de cebada, lúpulo, levadura y agua…Probé una sensacional cerveza negra de sabor y dulzor muy agradables. Parece que Guinness se esfuerza en introducir su cerveza negra la que, realmente, no es negra sino que tiene un bonito y brillante color rubio oscuro. El símbolo de Irlanda es el mismo que el de Guinness: un arpa, construida en roble, que utilizaban los bardos, de origen íbero, que eran trovadores, poetas, cantores o contadores de historias del país en tiempos medievales. Transmitían al pueblo, de viva voz, la historia del país, de sus gobernantes, de sus múltiples enfrentamientos bélicos, etc.

Aunque la Irlanda política actual está compuesta por 26 condados, algo así como provincias, no es menos cierto que ellos dicen tener 32 pues siguen reclamando los 6 condados que conforman la Irlanda del Norte que los británicos retuvieron tras concederles la independencia en 1921. Aquí estuvieron también los normandos y, a todos ellos, los irlandeses los mencionan en las típicas canciones que cantan en los pubs. Defienden con fuerza su idioma nativo.

Hay un museo sobre el famoso Titanic, pues salió de aquí para realizar aquel fatídico viaje, y porque su gemelo, el Olympic, fue fabricado aquí y con antelación al Titanic pero éste resultó más famoso al haberse hundido.

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Llevan varios meses con una desagradable sequía; así que cuando dejé Dublín atravesé, por unas horas, campos secos y amarillentos en dirección oeste para visitar el pueblo de Kilkenny: su catedral, el castillo con su interior, sus jardines y parques; recorrí también sus pintorescas calles con sus antiguas, pero bien restauradas casas, que añaden atractivo a esta pequeña ciudad.

El paisaje de las zonas del campo llano, del centro de Irlanda, es de lo más aburrido: ni montañas, ni frondosos bosques, ni pueblos coquetones, ni nada de nada; salvo los apagados y casi amarillentos campos. Continúo por el sur y, tras unas horas más de conducción, llego al atractivo condado de Kerry y, más concretamente, al pequeño y coquetón pueblo de Adare. Tiene su pequeño campo de golf, su castillo, su Abadía...sus casitas de paja o juncos, etc. Tras hacer noche, continué hacia el famoso Anillo de Kerry el que, junto con el condado de Cork, visité también hace años. Finalmente llego al pueblo de Killarney, ya dentro del Anillo de Kerry y me alojo en un hotel fuera del pueblo llamado Castlerosse en donde tomo una sencilla cena en el bar mientras veo una partida de tenis del imparable Nadal. A la mañana siguiente parto para hacer el Kerry Ring. Paso por Glenbeigh, con su original museo, Kells, Waterville, donde Charly Chaplin tiene una escultura por su frecuentes visitas, Sneem, Kenmare, etc.

Recorriendo por un par de días el anillo, paré en un mirador donde escuché cantar un pequeño coro espontáneo de aficionados irlandeses, una de sus muchas canciones antiguas y nacionalistas. Se les veía muy emocionados. Allí mismo contemplé a un gaitero irlandés tocando su tradicional gaita; sorprendentemente constaté que no la soplan para nada y que simplemente hinchan una bolsa de piel que aprietan bajo el brazo, y dejan que el aire pase a través de unos tubos, apoyados sobre su regazo, cuyos botones o teclas oprimen como si fuera una flauta o un saxo horizontal. En fin, que desilusiona mucho a todo aquel que conozca las típicas gaitas escocesas, gallegas, asturianas, etc.

Dejo el condado de Kerry, en el que todo el mundo habla el gaélico, pues es muy tradicional y rural, y me voy derecho al estuario del rio Shannon que cruzo en un transbordador y sigo hacia el norte.

Pasé dos días visitando la comarca de Galway donde disfruté de su capital y su costa, hice una excursión río arriba para llegar al lago Corrib, recorrí la comarca de Connemara, etc. Galway tiene una bonita catedral.

El campo, formado por verdes prados, está salpicado de ovejas, las llamadas de cara negra, vacas, las auténticas irlandesas que son negras,y cabras. Por cierto, el cheddar es el queso que más come el irlandés. Se ven frecuentemente pequeños lagos entre montañas.

En la región de Connemara visité la Abadía de Kylemore, de finales del XIX, la que ya en aquella época, y aprovechando el desnivel de las aguas, se instaló una pequeña central hidroeléctrica para alimentar sus necesidades. Recorrí el precioso jardín de su recinto y la bonita iglesia gótica que la complementa.

También recorrí el área de Clonmacnoise en donde es obligada la visita de un monasterio con los primeros asentamientos cristianos. Comencé mi regreso a Dublín y, antes de su llegada, me detuve en una destilería para ver la elaboración del whisky irlandés.

Por cierto, he de decir que la restauración de las antiguas casas de las ciudades es excelente. No se permiten ellos mismos pintar su puerta de entrada de un color que pudiera ya existir en la calle.

Hasta otra (go dti ceann eile) que diría un irlandés en gaélico.