Líbano(el) 74

Agosto de 1974

Calor sofocante al lado del mar y casi frío en las montañas, a casi 3.000 m de altura. Este país está, en este momento, formado por una bulliciosa sociedad urbana, que gasta, conduce a lo loco, derrocha en los casinos y mantiene los restaurantes llenos. Comen bien, ríen y para nada piensan en el día de mañana. Jamás había visto un país tan inestable que viviera tan bien. Dada la peligrosa conducción no era aconsejable alquilar un coche, así que la alternativa eran los taxis comunitarios que llevaban los pasajeros que cabían en él y los repartían por la ciudad o por los pueblos.

Tras recorrer Egipto con mi amigo y viajero mallorquín, J.M.B, volamos a Beirut desde el Cairo, para pasar una semana subiendo y bajando por este montañoso y diminuto país, del tamaño de la Comunidad Foral de Navarra. Siempre en los mencionados taxis salvo, un par de veces, que lo hicimos en el coche de unos amigos que hice allí. Pues sí, el país tiene color, verdor, alegría, enormes montañas y preciosos valles…tiene chicas atractivas, son todos muy hospitalarios, tiene ruinas romanas y griegas, iglesias y mezquitas, musulmanes y maronitas, se come muy bien, etc. etc.

Durante nuestra estancia, coincidimos con un equipo italiano especialista en temas de tráfico, el cual llegó a la conclusión de que colocar semáforos en Beirut (donde se conduce alocadamente) podría bloquear el tráfico, así que decidieron no hacer nada…Al llegar a los cruces, cada coche empujaba para pasar y, el que más lo hacía era el que pasaba. El derecho del más fuerte.

Resultaba chocante ver árabes que no fueran musulmanes y, nada menos, que fueran cristianos. Era un momento de esplendor: los jeques traían dinero, jugaban en el Gran Casino, compraban en las joyerías, ocupaban lujosos hoteles…corría el dinero a raudales. Recuerdo que me contaron que, en el casino, había actuaciones con elefantes en el escenario lo que daba una idea de la grandiosidad del espectáculo. Recorrimos detenidamente las famosas ruinas de Baalbek, todo un placer para los amantes de la arquitectura romana e, igualmente, la griega Byblos con el castillo de los cruzados, etc.

Ello supuso recorrer medio país y, sobre todo, atravesar sus altas montañas y cordilleras, al igual que sus valles como el de la Bekaa, fértil y cuajado de ovejas y vid. Comíamos a base de raciones sueltas compuestas, a veces, por purés espesos de legumbres como garbanzos, lentejas, etc. que se extendían sobre las tortas de pan árabe o sobre las rebanadas de pan francés. El cordero era excelente de sabor, aunque un poco viejo como les gusta a ellos en el mundo árabe. El café muy fuerte y con poso en el fondo. Se fumaba en la típica pipa cuyo humo pasa en forma de burbuja a través del agua.

Conocí a Sura, palestina de preciosos ojos que hablaba un buen francés, quien me presentó a su hermano y cuñada y nos fuimos por ahí a comer y conocer algunos rincones. Era encantadora y atractivamente árabe pero, la vida te marca un destino y no puedes desviarte…así que, lamentablemente, fue algo efímero. Di frecuentes paseos por La Corniche y el Paseo Marítimo de Beirut, frecuentado por los habitantes de la capital. Mi colega viajero se fue en un taxi comunitario a Damasco a pasar el día y yo aproveché para disfrutar de la compañía. Muy pocos turistas se veían en Líbano.

Volveré.