Rusia 75


En Junio de 2010, cuando habían pasado 35 años, coloqué en mi página web el texto íntegro de los comentarios que hice en su día sobre este viaje.Sea indulgente el lector con las fotografías y con lo que ocurría en aquel entonces.

Abril de 1975

Con 7,5 millones de habitantes y 48 Km de longitud, Moscú, es la capital del transporte público: el metro, que es algo espectacular, los viejos autobuses de los años 30 y 40, y algunos taxis. Los coches particulares son tan pocos que no cuentan. Son fantásticamente lujosas las estaciones de metro; los vagones son amplios, están limpios y son rápidos. ¡Qué más se puede pedir a un transporte público! Dado que la edificación es de color gris y sin colorido alguno ello da una sensación de austeridad, un poco de frialdad y tristeza. Hay, actualmente, 7 edificios tipo rascacielos, exactamente iguales; pero el resto de los edificios importantes son de los años 20 o más. Algunos edificios histórico-culturales han sido restaurados de forma muy barata y ofrecen muy mal aspecto. Hay un tremendo problema de viviendas y, al parecer, la superficie por habitante es solo de 12 m2. Así que en un apartamento viejo del gobierno, de 60 m2, y en régimen de alquiler viven 5 personas.

Me alojé en el hotel donde íbamos a parar muchos turistas: el ROSSIA, para la friolera de 6.000 personas. Tenía cinco restaurantes, a cual más cutre, tres salas de cine y conciertos. En las comidas nunca faltaba el pescado ahumado, la sidra y la mantequilla. En la calle, los lugareños no cesaban de querer comprarnos camisas, pantalones, corbatas, ropa interior de señora, trajes, etc. También te ofrecen rublos a cambio de dólares a precios 4 veces mejores que lo que nos daba el banco nacional. Se decía que era un mercado negro que controlaban los judíos. Pienso que hasta podrían ser las propias autoridades rusas en su afán de recaudar dólares, divisa de su mortal enemigo: los americanos, en tiempos de guerra fría. Recuerdo que estaba prohibida la venta de iconos ortodoxos.

La enorme e interesante Plaza Roja tiene, entre otros, edificios famosos como el Mausoleo de Lenin, la Basílica de San Basilio, el Museo de Historia y unos grandes y malos almacenes. Para visitar el Mausoleo la gente local tenía que hacer casi 1 km de cola, pero los visitantes extranjeros entrábamos directamente. Existen algunos almacenes o tiendas, llamados Berioska (abedul) exclusivos para extranjeros, donde se pagaba todo en dólares. Venden regalos, alcohol y objetos de plata y oro; todo ello con el fin de sacarte los benditos y ansiados dólares que tanto adoraban. Encontré a la gente triste y, según algunos comentarios, descontentos con la severidad del sistema. Tienen auténtico pavor a decir libremente lo que piensan pues se temen que entre los visitantes haya alguien, mandado por el gobierno, para que espíe su comportamiento o lo que dice.

Oficialmente tienen prohibido hablar con extranjeros. Están escasos de ropa y, en sus sucias tiendas, no hay interés por vender nada ya que son del gobierno y los productos son muy malos. Además tienen que hacer unas enormes colas para todo. Todo es del estado y la gente viste un calzado y ropas muy parecidas, no hay otras. Los cines solo proyectan películas históricas y patrióticas. A las once de la noche deben estar en casa. He visto mujeres haciendo de albañiles, de pintores de fachadas, de jardineras, etc. Se ve mucha mujer obesa. Quizás coman demasiadas patatas y poca o ninguna carne.

El aeropuerto principal es pequeño, pobre y sucio. La Universidad es amplia con importantes instalaciones deportivas. Tienen buenas bibliotecas pero sus libros están editados con muy mal papel. En el interior del Kremlin destaca la catedral de la Asunción, adornada con iconos y con suelo de jaspe. Fuera del Kremlin destacaría la galería de pintura de Tretiakov con 40.000 lienzos e iconos de los siglos X al XVII. Por supuesto visité el famoso Cosmos, exposición en la que muestran el avance de sus planes espaciales.

Me fui con una moscovita, llamada Svetlana, a su casa. Se trataba de un edificio destartalado, sin pintura, de unos 10 pisos y sin ascensor. Eso sí, tenía calefacción central. Su apartamento más que muebles tenía cajas y trastos. Los muebles, me dijo, eran muy caros. Cenamos algo y continué en su casa. Andábamos bebiendo vodka y fumando. De repente nos dimos cuenta de que habíamos acabado los cigarrillos, lo cual es grave cuando bebes vodka, así que a instancia de ella nos abrigamos y bajamos a la calle. Había un palmo de nieve y era la una de la madrugada. Nos fuimos al cruce más próximo y ella comenzó a parar taxis. Pasaba uno cada 5 minutos. Coches particulares ni uno.

Resumen: todos los taxistas pararon; los que tenían tabaco nos daban más cigarrillos de los que les pedíamos; los que no fumaban se disculpaban. No podía creerme ese maravilloso y humano comportamiento. Después pensé que la gente se ayuda más cuando vive en la necesidad y en la opresión que cuando vive en la abundancia y en libertad. Deberíamos reflexionar sobre esto. Si a estas horas y con un palmo de nieve, en Europa, una persona para un taxi para pedirle cigarrillos, es muy posible que el taxista se cabree y lo atropelle.

Me alejé unos 100 km de Moscú para visitar la religiosa ciudad de Zagorsk (Monasterio de Santa Trinidad y San Sergio). Vi bastantes mujeres llevándose agua bendita a sus casas y besando el suelo del atrio de los templos. La comida, en general, ha sido muy mala. El pan es horrible. Las servilletas son de papel higiénico y las bebidas: gaseosa, sidra y zarzaparrilla. Asistí a una velada de ballet en el interior del Kremlin, sentado al lado de gente tan humilde como educada y entendida, a los que, supuse, el gobierno había premiado por algún mérito. Cené, como es la tradición, en el entreacto y, todo ello, obsequio de Intourist la compañía estatal de turismo rusa, la única existente en el país.

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Además conocí una preciosa ucraniana, de Kiev, en el hotel. También a una catalana de ojos grandes y muy bailona, en una cena y un show que los rusos nos ofrecieron a los españoles que estábamos alojados en el hotel. Cena y show, ambos horribles. Volé a Leningrado y el avión tuvo que hacer un aterrizaje forzoso por avería. Nos tuvieron cuatro horas en la pista de un aeropuerto militar con las ventanillas cerradas para que no pudiéramos ver “el arma secreta de los soviets”…en fin, nunca cambiaran estos rusos y su miedo a ser espiados.

No me costó creer que Leningrado tuviera 3,5 millones, pero sí me costó entender que estuviera formada por 42 islas. El centro de la ciudad lo forma la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, donde se encuentra el sepulcro de los zares. Al haber tantas islas, lógicamente, hay muchos puentes: unos 500, la ciudad que más tiene del mundo; ahí queda eso. El conocido río Neva la atraviesa. La zona cultural está en la isla de San Basilio.

El 90% de la ciudad fue construida por arquitectos italianos y franceses. Empezó siendo un barroco ruso y acabó siendo un feo neoclásico. En la plaza real, de los decembristas, existe un monolito de 500 toneladas. Se ven vestigios de la 1ª Revolución de 1905, que fracasó con un domingo sangriento, y de la 2ª de 1917 (Lenin y Trotsky). Las edificaciones que más me impresionaron fueron la Iglesia de San Salvador de La Sangre, la Plaza de las Bellas Artes, el Teatro de la Comedia y la Catedral Ortodoxa. Como fue capital de Rusia desde 1712 abundan los edificios suntuosos: palacios, plazas, bibliotecas, teatros, etc. diría que es la mejor exposición del esplendor de la época de los zares. La joya más preciada es su maravilloso Palacio-Museo del Hermitage, cuyo interior me recordó el Palacio de Versalles; con fabulosas pinturas de todas las escuelas, sobre todo de la italiana, hasta un total de 2 millones de obras. Bien se podría pasar un día al mes durante toda la vida. Es de ensueño. No dejo, a un lado, el Museo de Pushkin que no debe perderse.

Había un conocido sitio para “ligar” llamado el Astoria; era restaurante, bar y baile. Las rusas hacían su contrarrevolución atacando “cuerpo a cuerpo”. En fin, son muy atractivas, libres, cultas y de buenos modales. Ojos muy bonitos, esbeltas y con cuerpos atractivos. Creo que lo dejo aquí y no sigo…dejo en el tintero algunos recuerdos bajo los puentes. Estuve alojado en hotel Leningrado y mi habitación miraba sobre el Neva y la famosa fragata “Aurora”.

Cuando dejaba Rusia me sentía algo triste: atrás quedaba muy buena gente, sometida a una pobreza que no cubría sus mínimas necesidades y sin ver, ni de lejos, una salida, un mejor futuro. No, me temo, todo parecía indicar que iba a ser más de lo mismo por mucho tiempo. Volveré, estoy seguro.

Hasta otra.