Siria 96

Diciembre de 1996

Hacía muchos años que no visitaba Siria. Recuerdo que estando en el Líbano, allá por los primeros años 70, vine aquí en un taxi especial. Lamentablemente la famosa mezquita de los Omeyas estaba cerrada y no pude verla. Esta vez no me ha ocurrido eso: la he visitado y me ha parecido impresionante por sus dimensiones monumentales. El interior, muy diáfano, es algo diferente a lo habitual. Fue construida, allá por el siglo VIII, en la época en que los Omeyas estaban invadiendo España.

Damasco, en sí, no tiene gran valor arquitectónico, pero si mucha porquería por toda la ciudad, como buena capital árabe de Oriente medio. Igual ocurre con su Museo Nacional, que si alguna pieza buena tuviera, no podría verse porque el polvo y la porquería la taparían. LA ROÑA CUBRE CASI TODO EN ESTA CIUDAD. La situa­ción de guerra con Israel hace que el país pase calamidades económicas y que su renta per cápita solo sea de 1.200$. Los zocos están llenos de marquetería y damasquinados. Supongo que estos últimos sirvieron para que Al-Andalus aprendiera durante la época de la dominación árabe.

Visité MAALOULA, único pueblo del mundo en el que se ha­bla el Arameo, lengua hablada por Jesucristo, aunque nadie lo escriben ­salvo los monjes ortodoxos allí enclavados; es una especie de hebreo o árabe antiguo. Su escritura se parece mucho a la hebraica. Por cierto, el árabe y el hebreo se parecen mucho, por lo que pueden entenderse unos con otros. Curiosa­mente nevó en este pueblo ya que está a 1.500 m de altura. Aquí bebí un mosto, hecho por los monjes, buenísimo. El pueblo está formado por gentes cristianas que, en su día, huyeron de los romanos y se refugiaron en unas cuevas que hicieron en las rocas. Las casas de los católicos son aquellas que en las fotografías aparecen pintadas de azul.

Palmira, encantadora ciudad romana de los siglos I y II, si­tuada a unos 250 Km. al este de Damasco, en dirección a Irak, es to­do un espectáculo de arquitectura romana y de la proporción y be­lleza que hay en la misma. El aire imperialista y la manifiesta su­perioridad de poder y cultura de los romanos en aquellos tiempos, se ven tan palpables en las antiguas rui­nas que resulta un espectáculo indescriptible. Lamentablemente durante mi visita se puso a llover ¡justamente en medio del desierto! Esta ciudad, gran oasis, era parada obligada hacia Arabia en la antigua ruta de la seda. Algunas de sus vías y de sus pórticos no han necesitado ser restaurados y ni siquiera recolocados porque la arena del desierto, que cubría todo, ha hecho que se mantuvieran in­tactos; no obstante, los 2000 años transcurrido han hecho mella en la piedra que se está, bellamente, exfoliando.

Recorrí una zona de desierto de roca y de arena, contem­plando las jaimas de los beduinos y su vida en el desierto. Tam­bién he visto extracciones de fosfatos y cementos.

Entre las exportaciones de Siria hay: fosfatos, algodón, azú­car, seda artificial, marquetería y carne de cordero. La producción de petróleo no llega a cubrir sus necesidades. No hay pes­cado y se come mucho arroz que importan de China. La esperanza de vida es de 65 años, que no está mal si se compara con algunos países de África que está en 48. Reco­rrí los enormes zocos y compré un icono ruso que aparenta tener unos 200 años. La población es de 14 millones. El segundo idioma es el francés pues fueron colonia francesa durante unos 30 años.

Los sirios son musulmanes sunitas. También hay algunos armenios católicos, arameos católicos, maronitas, drusos etc. La enorme fotografía de Hafez al-Assad, jefe de estado, impera en todas partes, vayas donde vayas, aunque sea al váter. En el mundo árabe, el jefe de estado es siempre adorado de forma fanática. Elegido en el 71 parece que quiera quedarse toda la vida. Ahora prepara la suce­sión a su hijo.

De este país volé al Sultanato de Omán. Pasé por Qatar, en tránsito, y sobrevolé diversos estados de los que forman los "Emi­ratos Árabes Unidos". Desde el avión, y durante la noche, las distintas ciudades o capi­tales de estos emiratos, parecen Las Vegas. Tienen edificios altos, iluminados a tope de arriba abajo, ventana por ventana, con millones de lámparas en­cendidas y de múltiples colores. También las autopistas aparecen totalmente iluminadas.

Para colmo, la GULF, compañía aérea del Golfo Pérsico, en la que vuelo, tiene azafatas inglesas que no son capaces de hablar ni una sola palabra de árabe por lo que el pasaje, en su mayor parte árabes de la zona, se ve obligado a hablar inglés, si es que lo saben. Tener azafatas inglesas en esta compañía, enteramente árabe, es un farde resultante del exceso de di­nero y de ignorancia. Así son los "nuevos ricos" del golfo, que hasta renuncian de su lengua y de su cultura. No me extraña que, en oca­siones, el Gadafi se cabree un poco con ellos por considerarlos vendidos a un occidente que en el fondo no los acepta, a pesar de su riqueza.