Cocos/Keeling 00

Mayo de 2000

Todo comenzó en Yibuti. Aunque todavía estábamos en febrero el calor ya se hacía algo pesado y sofocante. Paseaba por las calles del centro colonial tratando de encontrar alguna sombra en la que cobijarme. Cerca de la parada de taxis-triciclo había un hotelito-bar-restaurante de época colonial regentado por un matrimonio francés, donde pude sentarme y pedir una cerveza fría. El lugar era agradable y estaba limpio y fresco. A mi lado un hombre fuerte de unos 50 años, con barba y con unos 15 kilos de más, tomaba otra cerveza. Estábamos solos en la barra y nos saludamos abiertamente: a ambos nos apetecía charlar. Su aspecto era doblemente rudo: australiano y navegante impenitente. Se llamaba Bob y me contó que estaba llevando un velero de 14 metros desde Australia al Mediterráneo. Bob hablaba sin parar y a duras penas me dejaba intervenir.

Finalmente pude decirle que, yo también, a otro Bob, que tenía una distribución coches para el estado de NY le había ayudado a llevar su barco a través del Atlántico, entre Madeira y las Bermudas, y que no había visto tierra durante 13 días. No me hizo mucho caso y siguió hablando y hablando. Decidí callar y escucharle. Tengo que reconocer que su conversación era amena e interesante. Pidió una cerveza para mí.

Siguió hablando de navegación y citó una recalada en las Islas Cocos. Aquí fui yo quien, atraído por la curiosidad, le pedí que me contara cosas de ese archipiélago y de la isla de Christmas. Se sintió tan halagado por mi interés que nuevamente me invitó a otra cerveza.

Me habló de los famosos vientos dominantes, los "trades", de los mejores lugares para fondear, de la bellísima laguna, de la isla West, de la belleza de sus playas y de las diminutas islas del atolón... y siguió, y siguió. Y hasta me contó algunos amoríos que había tenido hacía ya años con una nativa malaya. Me animó a que, en caso de visitar el atolón, la buscara y le diera recuerdos. Él me recordaba, todo el tiempo, mis navegaciones por el Pacífico Sur: Tuvalu, Samoa, Marquesas... Pues bien, consiguió que me enamorara de las islas Cocos, antes de conocerlas.

Bob nunca supo que, dos semanas después, y tras atravesar la montañosa Eritrea yo me encontraba sentado a la orilla del Canal de Suez observando el tráfico. Esa mañana los barcos cruzaban de Sur a Norte, del Rojo al Mediterráneo. Avanzaban, uno tras otro, separados unos 400 metros y a una velocidad constante de unos 4 nudos.

Disfrutaba viéndolos pasar cerca de la orilla ya que el canal puede tener sólo unos 200 metros de ancho. Había, principalmente, petroleros y cargueros de tamaño medio. Tras uno de ellos apareció un velero de un solo palo que podría tener unos 14 metros de eslora. Yo lo observaba detenidamente: allí estaba el corpulento Bob llevando el timón y muy atento al rumbo. Le llamé, le grité, agité mis brazos... finalmente miró y saludó, ignorándome. No me había reconocido. ¡Como podría imaginar que aquel de la orilla era yo¡

Tampoco el propio Rashed, colega viajero, podía imaginar que, a nuestra compañera del Club de Grandes Viajeros, la dulce y encantadora Jeanne D. Hoskins de 84 años, a quien él conoció en las islas Juan Fernández, yo la iba a encontrar en la solitaria isla de Pitcairn, a 2.500 Km., océano Pacífico adentro.

Como sabéis en esta isla solo viven 40 personas, 42 cuando yo llegué pues 2 se fueron conmigo, y son descendientes de los amotinados de la Bounty. Eso es lo maravilloso de viajar y "enrollarse" con la gente viajera que te tropiezas. No es una cuestión de contar países... es una cuestión de contar las enriquecedoras experiencias por las que pasamos y que componen el mayor y mas valioso patrimonio con el que los eternos viajeros contamos. Manténganse callados los turistas, esto no va con ellos.

Pues bien, comencé a estudiar como llegar a las islas. De entrada descubrí que los vuelos entre Yakarta y Christmas eran chárter y no figuraban en el sistema Savia o Amadeus, es decir; ninguna agencia podía extender un billete de esa compañía aérea. Entonces acudí a Internet en donde conseguí mucha información y descubrí el fax de dicha compañía, que de nada me sirvió pues no me contestaron. Fue la encantadora Lisa, a la que conocí personalmente, de la agencia Citravel ahora "Island explorer Holidays" la que me emitió el billete aéreo. Son gente muy profesional y muy honesta: son, por supuesto, australianos. También pueden proporcionaros alojamiento en las islas y son la única agencia que trabaja en ellas.

Llegué, finalmente, a este diminuto atolón formado por varias islitas. En 1984 pasó a ser territorio australiano, a petición de sus habitantes, que son de origen malayo e indonesio y que llegaron aquí allá por 1830 cuando la familia Clunies-Ross, propietaria del atolón, decidió tomarlos-contratarlos para explotar las plantaciones cocoteras. El gobierno australiano pagó entonces la friolera de 6.000 millones de dólares australianos, lo que equivale a unos 600.000 millones de Ptas. (3.606 millones de €), por considerar que la isla era una posición estratégica para su defensa aérea. Actualmente la población es de 600 habitantes: 400 de origen malayo y 200 de origen indonesio. La denominación Keeling proviene del mismo nombre del capitán del barco que las descubrió allá por 1640 y se usa para diferenciar este atolón de otros que llevan el mismo nombre.

La superficie total, suma de todas las islitas, equivale a nuestra diminuta isla mediterránea de Cabrera. Increíble, ¿verdad? El atolón solo tiene 2 islitas habitables: WEST ISLAND, en la que está el mini-aeropuerto, poblada por un puñado de australianos extrovertidos y generosos que trabajan para el Gobierno y HOME ISLAND, situada a unos 10 Km., al otro lado de la laguna, poblada por los 600 nativos que he mencionado anteriormente. Un pequeño y gratuito ferry une las mencionadas islas seis veces al día. El ambiente es muy agradable y puedes hablar con quien quieras. De hecho todos sienten interés por saber qué te ha hecho ir a visitarlos. Son muy hospitalarios y están deseando saber de ti. Así fue cómo conocí, en el ferry, a Jenny Freshwater, que trabajaba en información turística, chica muy agradable con un par de encantadores niños. Fue tan amable que me dijo que, al día siguiente, dejaría su bicicleta apoyada contra la puerta de la habitación de Virginia, chica que yo conocía, para que pudiera disponer de ella por la isla.

Los nativos viven de los cocos (aceite y copra) y de las ayudas del Gobierno. Como todo está muy mecanizado hay un paro de un 70% que, por supuesto, paga el Gobierno. La vegetación es exuberante: millones de palmeras cocoteras, verdes, sanas y productivas, se agolpan por todas partes impidiéndote penetrar en el interior de los palmerales. Creo que es el atolón que he visto con más concentración de palmeras. También hay muchísimos árboles de preciosas flores frangipanis. La laguna toma preciosas tonalidades, sobre todo en las proximidades del islote Dirección y que la gente llama Isla Paradise debido a su gran belleza. Es realmente maravillosa y en ella he estado buceando. Darwin estuvo aquí investigando sobre el coral y su formación.

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La arena de las playas es blanca y fina, los colores de las aguas son de ensueño y no es difícil imaginarse un edén en este rincón donde, además, las frescas palmeras se cimbrean e inclinan hacia el mar. Así es la maravillosa isla Paradise.

Los habitantes del atolón son muy honestos: casas, coches, negocios, equipajes, etc. todo permanece abierto, es la costumbre, y no hay robos. Mi cabaña, equipaje, pasaporte y dinero, han estado siempre a la vista de cualquiera. Creo que solo había tres policías trabajando en el archipiélago y, por cierto, los tres me saludaban muy amablemente. Uno de ellos detuvo su vehículo para invitarme a que subiera cuando yo caminaba bajo un duro sol en la isla WEST. Preferí seguir mi camino.

Terry, tipo serio, eficiente, dinámico y surfista alquila cuatro cabañas chulísimas cerca de la playa donde se ven las mejores puestas de sol de la isla. Bien equipadas, son nuevas y de calidad. Es el mejor alojamiento, y casi único, que se puede encontrar y cuesta unas 10.000 Ptas. (60€) cabaña/día. Después se puede ir a comer al único sitio posible "el restaurante" regentado por un gordito de Tímor Oriental que habla portugués y le encanta hablar algo de español. Lo único que hace bueno es la pasta. También hay un bar, algo cutre, donde puede uno enrollarse con los nativos y con los visitantes. Estos últimos suelen ser australianos pues no hay extranjeros, salvo algún submarinista.

Conocí a todo el mundo: las mujeres de los policías, la doctora del mini­ hospital, el enamoradizo Bradley dedicado a configurar el ordenador del hospital, la educadísima Virginia Jealous, de origen inglés, Jenny, Terry , etc. No escapareis sin conocerlos pues allí estarán esperándoos. He de deciros que sacarán más provecho de este viaje aquellos que hablen mejor el inglés. El encanto, en este caso, es aprovechar la hospitalidad y simpatía de los australianos que allí viven, disfrutar del mar, de las playas, de los paseos, de los nativos de la isla Home, de las palmeras, del coral, del aire... de la lectura de un libro. Todos querrán conoceros y estaréis obligados a responder a su amabilidad, pues se lo merecen.

También entablé una buena amistad con el chico de correos. Una sola persona, en este caso un nativo, se encarga del correo. Lo conoceréis si vais a Cocos, tiene un niño de un año y lo tiene en la oficina de la isla HOMB. Le compré varias colecciones de sellos. Un día atiende una isla y otro día la otra. Le he mandado la foto que hice de él con su hijo. También hay otro nativo muy importante: el que te alquila la barquita" con motor fuera-borda" y que te acompaña por las preciosas islitas que componen el atolón. Te puede llevar a pescar, a la playa, a hacer un poco de buceo, etc. Creo que se llama Abedin, y es musulmán como todos los nativos. Tienes que respetar sus horas de oración. Vive en la casita nº 8 de la isla HOME.

Los mosquitos son personajes a vigilar en estas islas. Hay millones de ellos y son tan pequeños que, en ocasiones, ni se ven. Hay arañas y millones de cangrejos de tierra, de tamaño de un palmo, que podríais pisar sin querer. Ninguno de los bichos mencionados es venenoso Todavía veréis cangrejos más y más grandes en Christmas.

WEST, la isla principal, tiene unos 8 Km de larga por 200 m de ancha y la de HOME unos 3 km. por 400 m. En ella hay varias mezquitas. La vegetación es la misma en las dos islas: palmeras, frangipanis y almendros tropicales. En HOME hay un pequeño museo en el que se guardan un par de preciosas embarcaciones de hace 100 años, construidas en madera. Son una verdadera maravilla en cuanto a diseño y calidad de fabricación.

Las islas Cocos, dando parte de razón a mi amigo Bob, tienen belleza, no cabe duda, pero no son para “enamorarse de ellas”. No. No hay candor, no hay encanto, no hay nada entrañable como ocurre, por el contrario, en muchas islas del Pacífico. Los nativos son indonesios o malayos, no polinesios Los de las islas Cocos son rígidos monoteístas, como nosotros. Los polinesios creen en dioses, en leyendas, en tradiciones, en el mar, en sus ancestros... además, tienen carisma, nostalgia, dulzura, sensualidad, etc.

Mi amigo Bob, el australiano que conocí en Yibuti, me contó que se había enamorado, en otro tiempo, de una mujer que vivía en una isla bonita. Fondeaba en este atolón, lo que suponía el descanso del navegante y cuando salía, otra vez al mar abierto y bravo, añoraba la tranquila laguna y la joven nativa.

Tampoco llegó a saber Bob que, con la discreta ayuda de una malaya, pude localizar a su amada. En esta islita todos se conocen. Le di recuerdos suyos y sonrió. Se había casado y tenía dos niñas. Bob tampoco había caído en la cuenta de que habían pasado más de diez años. Así me lo dijo ella con los dedos de sus manos.

Hice una buena amistad con Virginia, a la que volví a ver en Christmas, al igual que con otras personas que quizás no volveré a ver. Posteriormente pasé una semana, interesante e intensa, en la isla de Christmas que junto con un vuelo inquieto, en el mini-avión chárter a Yakarta, completaron mi viaje por estos lares.

Hasta otra.