Venezuela-Caracas-Canaima 94

Agosto de 1994

Comencé mi visita saltando desde isla Margarita en una pequeña avioneta con la que sobrevolé algo más de 1.000 Km por encima del río Orinoco, la sabana y finalmente el Salto del Ángel de unos 980 m. de altura, donde la preciosa cascada ofrece un espectáculo espléndido. Aterricé en la zona de Canaima y me trasladé a Kavac tras un largo recorrido a pie visitando las cascadas del Hacha y el Sapo (pasando peligrosamente bajo esta última). El maravilloso TEPUI (altiplano de unos 1.000 m. de altura, descubierto por Jimmy Ángel al tratar de aterrizar sobre la cima debido a una avería en su avioneta) puede contemplarse desde varios kilómetros de distancia.


A continuación descendí a ciudad Bolívar e intenté dormir en un asqueroso hotel cuyo propietario era un gallego, pero los cientos de hormigas y cucarachas me impidieron hacerlo tranquilamente. De Ciudad Bolívar, y antes de amanecer, salí con un viejo coche americano de los años 60 para atravesar la sabana venezolana, 800 Km de recorrido, para llegar a Puerto Ayacucho, pueblecito de la amazonia venezolana. Me detuve sólo una vez en el único pueblo que había en el recorrido denominado Caicara en donde tuve el placer de llenar el tanque de 100 l. a 4 Ptas/l (0,024 €). La conducción fue muy dura pues hacía un calor sofocante. Sólo comí dos kilos de bananas durante el viaje. Atravesé zonas de caucheras, cascadas y una mina de bauxita.

Al llegar a Puerto Ayacucho, sudoroso y extenuado, tuve que dormir en el único sitio que había en el pueblo: una especie de casa de citas. Me duché con una manguera muy corta que salía del suelo y que hacía de "bidet" de señora, así que me puse en cuclillas y con la cabeza casi a ras del suelo pude echarme agua por la espalda, pues apenas tenía presión. La habitación estaba llena de enormes arañas. Estaba tan agotado que me dormí sin más.

Puerto Ayacucho, a orillas del Orinoco y frontera con Colombia y Brasil, tiene un aire parecido a algunos barrios de Manaos, ya que después de todo se trata de pueblos de la amazonia, lo que quiere decir: húmedo, cutre y abandonado. Por aquí abundan los yamomamos y mas concretamente los yanomamis vestidos con su guayuco (tapa-rabos) ellos, ellas con el pecho al aire y los niños desnudos. Solamente se dejan fotografiar semi vestidos, pues consideran que, de alguna forma, la fotografía desnuda les roba parte del espíritu. La fuente principal de ingresos de las tribus que rodean esta zona consiste en artesanía: barro, vasijas, collares, cestos, etc.

He comido diversos pescados del Orinoco y bastante sabrosos para ser de río: el Valentón, el Pargo, la Piraña, el Bagre, la Palometa, etc.

Venezuela, que tiene una superficie equivalente al doble de la de España, sólo tiene una población de 20 millones de habitantes. El nivel de vida, en estos momentos de crisis económica en el país, es muy bajo, y su divisa ha descendido a una décima parte del valor que tenía hace 15 años. También sobrevolé algunas zonas como el Golfo de Maracaibo y, en general, la parte norte del país que en cuanto a la vegetación muy poco se parece al sur, pues es muy seca.

CARACAS

Si horrible me resultó cuando, hace años, vine por primera vez aquí, ahora me ha resultado horriblemente asquerosa, peligrosa y abandonada. El fin de semana, coincidiendo con mi visita, fueron asesinadas en esta capital treinta y dos personas. Este suele ser el balance por fin de semana. Primero roban y después matan a su victima para no dejar testigos. La pobreza, la injusticia y la miseria, traen todo esto consigo. ¿Quién iba a pensar hace unos años, en la época de esplendor de Venezuela, que algún día caería tan baja?

Se observa continuamente el contraste entre los rascacielos y las miserables viviendas construidas a su lado. Me sorprendió que en los hoteles cobraran los intentos de llamada telefónica, es decir marcas y aunque no te contesten te cobran el tiempo que el teléfono suena. Abundan lo barrios rojos, llamados así por el color de los ladrillos sin revestir, con los que están construidos. Estas zonas son tan peligrosas que pocas veces la policía se atreve a entrar.