Bermudas 05

Septiembre de 2005

Por una vez el precio de la clase preferente de mi vuelo era más bajo que el de la clase turista, no podía creérmelo, así que rápidamente compré el billete. La escala en Londres incluía el traslado del aeropuerto de Heathrow al de Gatwick lo que suponía, a mi regreso, la operación contraria. Recordé cuando en los sesenta, que yo vivía en Londres, se inauguró Heathrow y también cómo deslumbró a toda Europa; por aquel entonces en el de Gatwick ya no se cabía y además estaba todo él muy viejo y desconchado. Los años han pasado y, a pesar de las mejoras y ampliaciones con otras terminales, ambos han rebasado ampliamente el medio siglo de antigüedad.

Vine por primera vez a estas islas en septiembre de 1983, tras atravesar el Atlántico con el yate de un amigo. Durante la travesía me turnaba en el trabajo, como patrón de yate, con un colega canadiense a lo largo de los 11 días y 10 noches que nos llevó atravesarlo desde Funchal, en Madeira, hasta la isla de St. George. Un año después volvería a llevar este yate desde Mallorca a Ibiza acompañando a los dueños: mi amigo R. B. y su mujer. ¡Cómo pasan los años!

El diminuto “Aeropuerto Internacional de las Bermudas”, en el que aterricé en esta ocasión, creo que es todavía el mismo desde el que yo volé en 1983 a Nueva York. Puede que pintado y algo arreglado. El interior, de época victoriana, es algo viejecito. Me alojé en un coqueto Guesthouse regentado por una agradable familia de origen británico, consistente en unos diez bungalows pegadas al mar, separadas entre si por palmeras, pándanos, hibiscos…y siempre entre un césped bien cuidado. La mía, llamada “bahía de las uvas” a la que ya temprano acudían los gorriones a desayunar conmigo, tenía preciosas vistas al mar y a las diminutas islitas y barcos fondeados en el entorno

El pequeño transbordador que utilizaba a diario paraba prácticamente delante. La noche venía siempre acompañada por el croar de unas diminutas, endémicas y numerosas ranitas que, ocultas en el césped y en los árboles, se dedicaban a incordiar hasta el amanecer. Puntualmente, a las 8,00 de la mañana, me colocaban el desayuno sobre una mesa con sombrilla que tenia delante de mi bungalow y, alrededor de la cual, los impacientes gorriones ganaban la partida a todas las demás especies de pájaros tropicales.

Diariamente a las 8,30 de la mañana, tomaba el pequeño transbordador que paraba a unos 50 metros y que me llevaba a cualquier parte del Great Sound (Gran Estuario), incluida la capital Hamilton, el pequeño estuario, la zona de Dockyard, la isla de St. George, Rockaway, etc. Realmente, se trata de un archipiélago formado, básicamente, por una serie de pequeñas islas unidas por los puentes de las carreteras por las que se transita entre ellas. Por otra parte, pequeños y frecuentes transbordadores las intercomunican. Por tanto, recorrer la totalidad del archipiélago no es solamente sencillo sino, además, muy agradable dado el color y la tranquilidad del mar, la vegetación que bordea la costa, las embarcaciones que se cruzan, las bellísimas casas pintadas con agradables colores, la orografía, las islitas, los puertos deportivos, y el hecho de ser un lugar de paso para las ballenas, atc. etc.

La población, en un 75% negra y un 25% blanca, según me cuentan ellos mismos; es mucho más activa y menos indolente que la que he venido observando, a lo largo de los años, en los países e islas del Caribe. Su único idioma es el inglés y no utilizan para nada los dialectos criollos, lo que da nivel un cultural y educativo más alto a la población. Hay que tener en cuenta que las Bermudas no son una colonia sino un Territorio del Reino Unido en Ultramar; algo así como las islas de Guadalupe y Reunión con relación a Francia, o Canarias para España. Tras la segunda guerra mundial, emigraron muchos portugueses de las islas Azores. En la actualidad esa población y sus descendientes, dicen, pasa de las 5 mil personas.

Normalmente puede llover varias veces al día y salir el sol y calentar otras tantas. Todo ello puede venir acompañado de viento…y vuelta a empezar el ciclo. Prácticamente llueve todo el año pero el verano se distingue por las temperaturas más altas y porque los niños no van al colegio…Debido a ello, la vegetación es muy tropical y en ella abundan palmeras, papayas, flamboyanes, pándanos, etc. Por otra parte, la frecuente brisa del mar hace que los 28º C sean muy soportables. Los nativos insisten en que las Bermudas están compuestas por 140 islas…cuando, realmente, se trata solo de 12, algunas muy poco pobladas y las demás son islitas o islotes sin población o con muy poca. La superficie de la totalidad de las islas del país, no sobrepasan la de dos términos municipales españoles.

La capital, Hamilton, tiene una agradable y cuidada edificación como corresponde a un archipiélago rico dedicado únicamente al turismo en la que hay muchos bancos comerciales, nuevos edificios gubernamentales, casas importantes de seguros, preciosas tiendas de regalos (compré un bonito collar), etc. Los edificios son nuevos y muy coloridos con diferentes estilos pero todos más bien clásicos y victorianos. Muchos de ellos, de los años 60, han sido pintados y renovados. Su población ronda los 40 mil habitantes la cual es muy importante ya que la totalidad del archipiélago no pasa de 60 mil. Tienen un monumento dedicado a los piratas y corsarios pues fueron estos los que dieron vida a las islas.

Por cierto, descubiertas por un español llamado Bermúdez a principios del siglo XVI. Bacardí, Rosedon, Belvedere, etc. son firmas que tienen su edificio propio en esta ciudad en la que también destacan su parlamento, el edificio del Gabinete de gobierno y algún que otro edificio moderno dedicado a oficinas. Caminando por la ciudad se observan hombres con aire de ejecutivos, que si bien llevan chaquetas cruzadas y corbata a pesar del calor que hace, sus pantalones son shorts; se trata del distintivo que usan algunos tipos del Reino Unido que residen en las colonias para fardar se ser “british”. Bueno, he de decir que también se ve algún rasta y algún drogata, muy pocos por cierto, en las inmediaciones del Ayuntamiento de la capital.

El gobierno local ha equiparado el dólar de las Bermudas con el americano por lo que se usan ambas monedas indistintamente, lo que ha originado una elevación de la carestía de la vida. Ello quiere decir que el turismo no es masivo pero sí de alto standing y por ello los residentes extranjeros son muy pudientes y tienen enormes y preciosas mansiones. No es que las Bermudas sean caras, no, son carísimas. La gasolina vale un 50% más que en España. Una simple pizza en un restaurante sin grandes pretensiones cuesta 20 euros y una cerveza o un vaso de vino común otros 9 euros. Yo pagaba en el súper 3 euros por una botella de agua, 9 euros por un kg de cualquier fruta, 5 euros por un kg de tomates, 2 euros por un solo y pequeño yogurt y 2 euros por un kiwi.

Lo singular en las Bermudas es que las propiedades de terrenos lindantes con el mar llegan hasta el agua, lo que ocurre también en Jamaica y en otras antiguas colonias británicas. Así que en el caso de mi bungalow podía casi saltar al agua desde mi ventana. La vegetación es muy densa pero el tono del color verde es más bien oscuro, lo que no aporta belleza al paisaje ni a las fotos que hice, en las que sí destacan las casas con sus claros colores sobre esa oscura vegetación.

No se fuma, prácticamente no he visto fumadores. Aquellos que lo hacen en la ciudad deben limitarse a ciertos rincones donde hay ceniceros; algo así observé en Tokio en uno de mis primeros viajes. La limpieza en las islas es muy esmerada y creo que podría superar a la de Suiza. ¡Qué gran ejemplo dan y qué bien haríamos tratando de imitarlos!

En mi viaje del año 83 había bases militares: británica, canadiense y americana; afortunadamente todas ellas han sido desmontadas hace ya años. Ahora la población vive exclusivamente de los extranjeros ricos junto con el comercio, la banca y las fortísimas compañías de seguros que parecen tener aquí un paraíso fiscal. Ahora he viajado solo y me ha servido para recrearme con el recuerdo de mi antigua navegación. De entre aquellos compañeros que navegaron conmigo solo sé que uno ha fallecido y que otro está seriamente enfermo… ¡han pasado varias décadas!

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Cada isla, según su extensión, está dividida en pequeñas parroquias; por tanto tienen su capilla y puede que sus dimensiones tengan que ver con la distancia máxima a la que llegaba el claro sonido de su campana. Las carreteras, muy estrechas debido a que los propietarios colindantes se niegan a ceder terreno, te obligan a caminar pegado a los matorrales de flores. De hecho, el gobierno solo ha podido poner asfalto a los existentes caminos de carro. Al conducirse por la izquierda debes de ir pegado a la derecha y como no tienen arcén te juegas el tipo constantemente. Lo cierto es que casi no se ven peatones. Las casas de lujo y grandes dimensiones valen, creo, unas cuatro veces más que en España y están todas muy bien cuidadas y con hermosos jardines. Debido a que los vientos son fuertes y tienen huracanes de vez en cuando, los tejados son pesados y además hechos en escalones con placas de hormigón o similar; después llevan una gruesa capa de impermeabilizante blanco y recogen, con una canal, toda el agua de lluvia para su uso personal y que guardan en un aljibe bajo la casa. Muy parecido a los países Mediterráneos.

Como en todos los países que fueron colonias británicas, incluidos aquellos situados en África, los chicos acuden al colegio con sus uniformes inmaculados. La gente en general va bien vestida y aseada y los lugares públicos, incluidos los modernos sanitarios de las calles, están impecables. Calles, edificios, fachadas, etc. están muy cuidados. La conducción, según el estricto código, es ejemplar y el peatón tiene siempre preferencia; la velocidad es comedida.

Aunque comentaba anteriormente los altos precios de la comida, he de decir, por otra parte, que los plátanos, hermosos, sabrosos y dulces, mejoran ampliamente los nuestros de Canarias. También la leche, traída de Massachusetts, es muy sabrosa y de buena calidad y los tomates me recuerdan los que comíamos hace 20 años...los embutidos alemanes son también exquisitos. A los residentes ricos no parece importarles el precio pero sí la calidad. Es una pena que en España no exista ya esa calidad ni aún para aquellos adinerados que pudieran pagarla. ¡La hemos perdido definitivamente! Y ya no hablemos del famoso ron Bacardí: aquí, en plena capital, tiene un maravilloso edificio con cascadas en su fachada, en el que el ron se elabora partiendo de la auténtica "melaza” que proviene de la caña de azúcar caribeña prensada y que es lo que toca; pero no es así como se elabora el ron en otras fábricas montadas por el mundo...y que nos lo venden como si fuera el auténtico.

La honestidad es impresionante: el transbordador que tomo por obligación un par de veces al día, vale 3 dólares; hay una especie de hucha donde se introduce el dinero exacto y nadie mira si pones o no pones, ni la cantidad que pones; aquellos que tienen pase, la mayor parte de los pasajeros, no son preguntados por él, ni tampoco ellos lo muestran. ¡No podía creérmelo! ¿Qué pasaría en España si tratáramos de implantar este sistema…? No se ven pobres o al menos no se mendiga por las calles.

Por supuesto visité todas las islas importantes por mar, utilizando los transbordadores y por tierra siguiendo las carreteras que las unen. Así lo hice con Dockyard, lugar en el que los canadienses, británicos y americanos tuvieron una base antisubmarinos en la segunda guerra mundial. De estas bases han quedado restos que han sido convertidos en edificios comerciales. Uno de ellos, llamado el mall de la "torre de los relojes", está lleno de tiendas de alta calidad para los turistas de los grandes cruceros. A continuación salté a otras islas y rincones, también en transbordador, bordeando la costa oeste de las islas y contemplando las innumerables casas, casi palacetes, de los adinerados residentes.

Las casas del archipiélago tienen preferentemente colores blancos, seguidos del rosa pálido y también verdes y azules claros. Los nativos, tanto negros como blancos, viven también en casas muy arregladas y con cuidado jardín aunque, sin lugar a duda, no tan buenas como las de los residentes ricos. En el mundo de las Bermudas, país pudiente, no existen los pisos ni los apartamentos; fenomenal, así es como debe vivir siempre una familia, aunque sea humilde, con su pequeño jardín y su garaje.

Mi amiguete Charles, con quien hice amistad en mi uso diario del transbordador, me contaba, con cierto orgullo, que había sido un alcohólico crónico desde la edad de los 21 años y que logró vencerlo a los 40 tras llevar casado unos años; en la actualidad llevaba sin beber 30 años. ¡Enhorabuena! Una mañana Charles, que trabajaba en los alrededores de mi bungalow, vino a buscarme muy temprano, como habíamos convenido, y tomamos un antiguo sendero del siglo XVII en el que tras 2 largas horas de caminar llegamos a la costa Este donde se encuentran las mejores playas y además un faro en funcionamiento que se podía visitar. La primera de las playas fue Elbow Beach (Playa del Codo), llamada así por su forma, de una finísima arena blanca con unos puntos brillantes de color rosáceo como si hubiera en ella polvo de coral rojo. Después vino la Playa llamada Long Bay (bahía larga) de grandes dimensiones y también con arena blanca y muy fina; más tarde la llamada Horseshoe (herradura de caballo) también debido a su forma...y así seguimos y seguimos. En ocasiones, las playas, tienen el famoso sargazo que consiste en finas plantas que crecen sobre la superficie del mar y flotan debido a unas volitas pequeñas que son una especie de fruto. De vez en cuando se rompen en el "mar de los sargazos", que es donde se crían, y acaban en la arena de las playas. Cuando crucé el Atlántico tuvimos que atravesar el llamado “mar de los sargazos” y esto nos hizo perder velocidad pues frenaban la navegación. Para llegar al faro, situado sobre la colina mas alta de las islas, pero con no más de 150 m de altura sobre el nivel del mar, atajamos a través de un pequeño campo de golf, de solo 9 hoyos, al que encontré muy cuidado y con esbeltas palmeras. De vez en cuando veíamos algún rabijunco o pájaro tropical. Finalmente llegamos al faro, al que Charles no se veía con fuerzas para subir pero desde el que yo, tras remontar sus ciento y pico escalones, contemplé las más maravillosas vistas que pueden ofrecer las islas. Al pié del mismo había una placa en la que se hacía constar que, hace unos 60 años, la Reina Isabel II de Inglaterra había visitado ese lugar. El regreso a mi bungalow y al transbordador de Charles lo hicimos tranquilamente parándonos para picar algo y beber bastante agua. Pasamos algunos manglares en los que predominaba el taraje, al igual que ocurre en nuestro Mediterráneo. Caminando vimos muchos cedros, almendros tropicales, cerezos tropicales, palmeras de cocos, bananos, muchos árboles utilizados como especias, plantas de flores, etc. La compañía de Charles, ya jubilado y en buena forma, fue muy agradable pues, además de ser un buen conversador, me instruía sobre los árboles, plantas autóctonas, pájaros endémicos, tradiciones, su vida familiar, etc. Fue una buena idea compartir el día rodeados de naturaleza.

En cuanto a la navegación por las islas mencionaría que, debido a la existencia de muchas rocas, algunas ocultas bajo el agua, de bajíos, de coral, etc. es necesario que los transbordadores naveguen de acuerdo con la reglamentación que rige el tráfico por vías o canales marcados con boyas (verdes a estribor y rojas a babor), entre las que el patrón debe ajustar su ruta. Ese tipo de canal fue el que me encontré cuando, tras atravesar el Atlántico, me acercaba a la isla de St. George, cuyo diminuto puerto mira hacia Europa. Por cierto, recuerdo, habíamos hecho, días antes de llegar,“una porra” para ver quién de nosotros acertaba o se aproximaba más al día y la hora de llegada a ese canal de entrada; y recuerdo muy bien que yo no me llevé el dinero…

Fue en la isla de St George donde me dirigí a una policía negra, de cierta edad, que no portaba armas y muy simpática, cuyo trabajo consistía en dar información a los visitantes, para preguntarle de donde partían los autobuses; charlamos un poco y le comenté que en este mismo mes de septiembre pero del 83 yo había atracado allí mismo junto con otros amigos en un yate con bandera americana…entrando en más detalles, me dio a entender que recordaba el barco y que había conocido a uno que era francés y muy rubio…se perfectamente quien era él. Nunca supe más de ellos pues se quedaron allí unos días y yo tomé rápidamente un vuelo de regreso a Palma para volver a mi trabajo. Con ella caminé hasta el mini-atraque y pude identificar, fácilmente, el lugar exacto donde habíamos atracado... Me emocionó volver a verlo. La encantadora policía me comentó que ahora los barcos iban todos a atracar a Hamilton donde hay muelles mejor equipados.

En fin, no me importaría regresar nuevamente a este país tan agradable.