Azores 16


Septiembre de 2016

No había regresado a las Islas Azores desde la primavera del 94, hace más de 22 años. Este pequeño archipiélago es la leche: ordeñan 500 millones de litros de leche anuales, algo así como casi un millón y medio de litros diarios, pobres vacas. Dado que la media de consumo anual por persona es de 70 litros, ello supone que producen leche para más de 7 millones de personas, además de las mantequillas, los quesos, yogures, etc. La superficie total del archipiélago equivale al 70% de la isla de Mallorca. La isla de San Miguel, la mayor de ellas, viene siendo como Menorca. Por cierto, el paralelo medio de las Azores coincide sensiblemente con el que pasa por Sevilla y de ahí sus suaves temperaturas en invierno. En cuanto a las de verano en nada se parecen a las de Sevilla debido a que estas islas están en medio del Atlántico y con agradables vientos alisios.

Hice una corta pero agradable escala en Lisboa, donde estuve hace menos de 2 años. Cuando tomé el vuelo a Ponta Delgada, capital de las Azores, en la isla de San Miguel, ocurrió que, en el momento en que el avión corría por la pista a una velocidad próxima a los 200 km/h, se produjo una impresionante frenada que aterrorizó al pasaje. Al parecer había aparecido una alarma en el cuadro de mandos y el piloto se había visto obligado a abortar el despegue. Es posible que, en el caso de haber llegado a despegar, el avión hubiera caído en las inmediaciones del aeropuerto. Pasado el susto nos llevaron al novísimo Hotel Marriot de 5 estrellas de Lisboa, donde permanecimos hasta la tarde del día siguiente.

Finalmente, sano y salvo, llegué a Ponta Delgada, Isla de San Miguel tras volar los 1.500 km que la separan de Lisboa. Al día siguiente, y de buena mañana, llego a un acuerdo con un taxista y comienzo por remontar hacia Sete Cidades, localidad emblemática y legendaria con sus dos lagos: el Verde y el Azul, lo que supone subir hasta la cota 600 por una sencilla carretera bordeada de hortensias, musgos, helechos…todo ello propio del bosque húmedo. La bruma, la niebla y a veces la llovizna, me dificultan la visión de los cráteres, los lagos, los bosques, las verdes laderas, etc. Desde los miradores las panorámicas son espectaculares pero la visibilidad es mala. Y tal que así llegamos hasta la cota 1.100 m. Como anécdota diría que el taxista, al que contraté por un día, se dormía conduciendo, así que le dejé que durmiera y fui por mi cuenta a caminar un par de horas. En estas islas no se ve pájaro alguno salvo, por supuesto, gaviotas.

Abundan los bosques de cedro japonés, llamado softwood, madera no muy dura que utilizan para todo en este archipiélago y hasta son usados como árbol de navidad. Tienen además helechos gigantes, propios también del bosque húmedo lluvioso o tropical. Visito el Lago Canario y el Lago Santiago, ambos rodeados del mencionado bosque y que no son más que cráteres extinguidos llenos del agua aportada por las laderas de su caldera. Sobre estas últimas aparecen pequeños matorrales de flores amarillas que ellos llaman “conteras”.

En una zona hay unas plantaciones de té y que son las únicas existentes en toda Europa. Visité el lago Furnas, de color verde debido a sus algas, y en cuyas inmediaciones el ayuntamiento de la localidad ha asignado, tanto a particulares como a restauradores, unos pequeños pozos construidos dentro de tierras volcánicas activas donde se introduce una olla que contiene su cocido típico: verduras, ñame, chorizo, jamón, trozos de cerdo, etc. Entré en uno de esos restaurantes y me comí, como plato único, ese sabroso cocido que, al haberse cocinado a fuego lento durante 6 horas, ha perdido mucha grasa pero mantiene su sabor que también se ha impregnado en las verduras y el ñame. El precio fue de unos 7 € pues la vida en las islas resulta bastante económica para los españoles. Lo único caro son los hoteles. Justo al lado del Lago Furnas hay unas calderas que merecen ser visitadas.

Otro día voy hasta el final de la parte Este de la isla y visito el pueblo llamado Nordeste con sus grandes maizales y acantilados sobre el mar. Las casas de los pueblos, en general, carecen de arquitectura pues al tratarse de poblaciones agrícolas con poder adquisitivo no muy alto, son los albañiles y maestros de obra los que las diseñan y construyen. Se trata de pequeñas casas con planta baja y un piso pero sin identidad alguna. No se ve en ellas la mano de un arquitecto. Esta parte de la isla es aún más lluviosa y se mantiene muy verde. Hay árboles de incienso. El silencio es tal que solo se oyen los gallos, las vacas y los perros a distancia.

Las gentes son apacibles, muy educadas con los turistas y los precios son bajos para nosotros, incluidos los taxis. En esta zona nordeste, visito el parque natural de Ribeira dos Caldeiroes que tiene un antiguo molino y una cascada alta. Después, descendiendo hacia la capital, entro en el pueblo de Ribeira Grande y me paseo un rato por su enorme playa en la que en el verano se celebran campeonatos de surf dadas sus enormes olas. El tiempo no me acompañó mucho: nubes, niebla y hasta algo de lluvia. La humedad es impresionante: dejé por la mañana mi colada colgada en la terraza de la habitación y por la noche, estaba aún más húmeda y acompañada de alguna de esas cucarachas voladoras.

Al día siguiente visito la capital Ponta Delgada: su iglesia Matriz, sus edificios coloniales, su puerto, etc. Es digno de destacar las soluciones que dan a los importantes cruces de calles y carreteras: construyen unas impresionantes rotondas de uno 70 m de diámetro y con tres carriles con lo que el problema queda muy bien resulto. He visto algunas pequeñas influencias británicas: porridge en el desayuno, el ceder escrupulosamente el paso a los peatones, el no encontrarse un papel en el suelo, el tener una cabina telefónica británica que hace de mini biblioteca municipal “sírvase Vd. mismo”, etc.

Finalmente voy al aeropuerto para embarcar para Isla Terceira. Sin previo aviso la compañía aérea Sata de las Azores, la misma que casi me mata despegando de Lisboa, cambia la hora del vuelo y me entero justo cuando saco la tarjeta de embarque. Estas son cosas típicas de estas islas.

Llego a Isla Terceira, algo menor que Menorca, y me alojo en un agradable hotel al lado del mar y frente al monte Brasil y Castillo de San Felipe, en las afueras de su capital llamada Angra do Heroísmo. Temprano, a la mañana siguiente, comienzo a recorrer la isla, que encuentro pelada de árboles, de pájaros y sin apenas flores; ni siquiera hay las hortensias típicas de estas islas. Quitaron los árboles para llenar la isla de prados y por tanto hay miles de vacas por todo el campo y también por las carreteras. Tienen más de 2 vacas por habitante. Se ven pequeños bosques aislados del famoso cedro japonés.

Hay una antigua base americana, todavía en uso, y una amplia urbanización con chalets para los militares; llegó a haber 7.000 personas (militares y familias) y ahora solo quedan 200, pero todo se mantiene en perfecto estado, preparada toda ella para ser utilizada en cualquier momento de emergencia militar.

En la visita a Angra do Heroísmo es obligado penetrar en los intramuros del Fuerte de San Sebastián desde el que se contempla la ciudad, el puerto, la catedral, etc. En el fuerte quedan nidos de baterías antiaéreas de otros tiempos. En 1980 tuvieron un temblor de tierras muy fuerte que destruyó gran parte de la isla.

He comido pescado en empanada y al horno. Hay un plato típico, que llaman “alcatra”, que puede ser de pescado o de carne, que es cocinado al horno en un bol de cerámica. Me comí, a buen precio, una “alcatra” de congrio que resultó muy sabrosa.

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Recorriendo la isla me detuve en un pueblo muy agradable, con dos iglesias interesantes, llamado San Sebastián, donde comprobé que la gente es encantadora, hospitalaria y muy pacífica. En estas islas, los coches se detienen mucho antes de que intentes cruzar la calle.

La comida es muy barata, incluido el pescado. Comen muchas lapas a la plancha, atunes, congrio, bacalao, etc. Las casas de los pueblos están muy limpias y bien pintadas, usando frecuentemente colores muy atrevidos. Hay algo tremendamente típico en estas islas: “las vaquillas”, que consiste en soltar un toro joven por las calles al que sujetan, por medio de una cuerda, los mozos del pueblo. Lo cierto es que no pueden impedir que haya cogidas y que los atrevidos acaben lanzados por el aire con algún hueso roto. Hay unas 200 celebraciones de “vaquillas” cada verano, lo que supone una cada día pero en distintos puntos de la isla.

Visité, justo en el centro de la isla, un volcán llamado Aalgar Do Carvao en cuyo interior del cráter entré, a través de una cueva, y bajé por el interior del mismo cerca de 200 escalones. Mirando hacia arriba podía verse el agujero de salida de la lava. El cráter del volcán, en el exterior, está rodeado de unas enormes y verdes laderas en las que abunda un tipo de arbusto de color verde intenso, llamado por las gentes Urze, que creo equivale a nuestro brezo,y que se suele ver por casi todo el centro de la isla. Atravieso un frondoso bosque de cedros, bien verticales, apretados y de buen diámetro, que me recordó un bosque de secuoyas.

Una mañana temprano salto de Isla Terceira a Isla Pico en un vuelo de Sata. En el aeropuerto, mientras espero el habitual retraso, se proyectan películas sobre las famosas vaquillas de Isla Terceira y resulta muy simpático ver los revolcones que el toro da a los mozos.

Frente a la isla, que por cierto tiene unos 450 km2 y es algo más pequeña que Ibiza, está la isla de Faial de solo 170 km2, y separadas ambas por un estrecho de 8 km que, en 20 minutos, los transbordadores lo cruzan varias veces al día.

Las zonas de pasto están divididas en parcelas de 1.000 m2 cercadas de muros de piedra de lava. Las vacas pastan unos dos días en cada una y, a continuación, son trasladadas a otra de iguales dimensiones, al tiempo que lo hace el equipo de ordeño. Las vacas suelen dar entre 20 y 30 litros diarios. Casi todas carecen de cuernos pues se ha modificado el genoma de las vacas comunes llamadas frisonas. Pero lo que más abunda en el campo de la isla Pico son sus grandes viñedos, cultivados en tierras volcánicas inactivas, en las que las cepas van colocadas en pequeñas pozas y rodeadas de muretes de piedra de lava para protegerlas del viento frío y de la evaporación. Todo ello similar a los viñedos de Lanzarote, especie de nidos de ametralladora. He bebido su vino blanco, frío, y me ha parecido agradable. Tiene un precio alto y es muy apreciado en las islas y en el continente portugués.

El monte llamado Pico, que da nombre a la isla, es el más alto de Portugal con 2.350 m. Hay muy poco turismo en comparación con el que tienen las

islas de San Miguel y Terceira. El pueblo de Madalena, uno de los más importantes y en el que me alojé en un pequeño bungaló por unos días, no tiene valor alguno y la edificación es horrible. El 80% del vino de las Azores se produce en Pico y tiene fama su "verdejo". Bajo mi punto de vista, los viñedos añaden interés a la isla pero no aportan belleza alguna; no cabe duda de que los prados y las verdes colinas de las otras islas resultan más agradables a la vista. Son interesantes: el Mirador de Tierra Alta, la subida al famoso Pico, si estas en muy buena forma, y también el pequeño pueblo de pescadores llamado Caleta do Nesquim con tradición ballenera. La iglesia de Santa Madalena, en la localidad que lleva su nombre, es quizás el único monumento a visitar, aunque no es de mucho interés. Una enorme zona de viñedos cultivados entre la lava ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad.

Esta isla está, casi en su totalidad, ocupada por el volcán; así que la población y los extensos viñedos están situados entre la parte final de la falda del monte y el mar. Las gentes de aquí son todavía más aldeanas y pueblerinas que las de otras islas. Por otra parte he de constatar que cuando pides pescado en sus restaurantes normales te pegan unos “palos” que no recibes en las otras islas. Por el contrario las bebidas en los bares son muy económicas: una lata grande de coca-cola tomada en una terraza solo cuesta 0,60 € y tres bolsas de comida de todo tipo en el supermercado del pueblo solo 11 €, además la botella de agua mineral de 1,5 litros solo 0,50 €. La lluvia me impidió recorrer buena parte de la isla.

Las islas, además de sus cedros y flores, tienen palmeras, plátanos, pinos, cipreses, etc. Abunda también el taraje en zonas próximas al mar, como ocurre en las zonas costeras de las Baleares.

Tomo de buena mañana el transbordador, en el que solo caben 6 coches, y salto a la Isla Faial, en menos de media hora, quedándome en ella el resto

del día. Lamentablemente, unas negras nubes atlánticas permanecen sobre la isla y no animan a recorrerla en la oscuridad, pero en la capital Horta y en su puerto luce el sol. Por esta isla anduvieron los portugueses, los españoles, los flamencos, etc. Entre los lugares que se deben visitar están: los acantilados de Guía, La Caldeira, el cráter de unos 400 m de profundidad, el Cabezo Gordo que es un punto alto de unos 1.000 m y algún que otro museo local sin gran relevancia. Horta es una pequeña capital llena de iglesias por todas partes.

Hay un negocio turístico en estas islas que consiste en llevar gente en embarcaciones a ver ballenas...algunas colas asomando a grandes distancias ...algo que se hace por medio mundo al ingenuo turista, el que jamás consigue una foto decente de una ballena por muy buen equipo fotográfico que lleve. Mejor suerte corre el que se conforma con delfines pues estos son más fáciles de ver y fotografiar.

Como pescado, propiamente suyo, tienen la conocida vieja (igual que en Canarias), la patruca y el cántaro y en general: el bonito, el chicharro grande y la barracuda. Por supuesto el bacalao siempre está presente.

Esta pequeña isla de 20x14 km solo tiene 15 mil habitantes. Su capital, Horta, muy cuidada, está llena de iglesias con torres y relojes llamativos y tiene, frente a ella, un ordenado puerto que da alegría a la ciudad, a la que aporta miles de visitantes anuales de allende los mares. Los vientos alisios, que provienen de América, traen consigo muchas embarcaciones de vela que se detienen en el puerto de Horta para descansar y seguir posteriormente ruta hacia Europa o el Mediterráneo.

Desde hace muchísimos años, las tripulaciones de los barcos de vela dejan constancia de su paso haciendo unos grafitis en los muros o diques de hormigón del puerto; en ellos figura el nombre del barco, la tripulación, el año y mes en curso y donde se dirigen; algunos son realmente simpáticos. Un tal Peter, un británico, se quedó hace años en la isla y ha montado una tienda, un bar y un museo, muy famosos los tres, dedicados a los navegantes que llegan de ultramar y se quedan por allí una temporada. Desde aquí las embarcaciones, tras un descanso, parten para la Gran Bretaña, países nórdicos, Mediterráneo, etc. deben prepararse para cubrir 2.000 km más; por ello es agradable darse un descanso de un par de semanas.

Los azorianos no son muy dados a salir tras caer la noche; he caminado por pueblos fantasma: casas cerradas y sin luces, nadie por la calle, nada de voces ni ruidos…nada de coches, nada de bares…parecen pueblos vacíos.

Tendré que volver otra vez con buen tiempo para intentar subir parte del monte Pico, visitar el interior de la isla de Faial y saltar a las de Flores y Graciosa que he dejado pendientes. ¡Ah! Y comerme algunos bocatas de su delicioso maíz dulce.

Durante mi corta escala de 2 días en Lisboa, en la que he estado muchas veces, aproveché para acercarme a ver la Estación de Oriente, diseñada por Calatrava, el elevador de Santa Justa, El Centro Comercial de Colombo, el campo del Benfica, etc.

Volveré muy pronto.