Dinamarca-Groenlandia 92

Agosto de 1992

Tras 9 horas de avión y 2 de helicóptero llegué a un pueblecito de 3.000 habitantes, que después resultó ser el mayor en 1.000 Km de costa, situado por encima del Círculo Polar Ártico, llamado Sisimiut.

Me alojé en una casa-pensión, me comí un buen filete de reno y me fui a dormir agotado, esperando que al día siguiente pudiera encontrar algún tipo de embarcación en la que remontar la costa occidental en di­rección al Ártico. La diferencia de temperatura con España era de 32ºC.

Groenlandia, que es más de 4 veces mayor que España, tiene una población de 50.000 habitantes que hablan una variante de esquimal llamado groenlandés, pero que se entienden muy bien con los esquimales de Alaska y Canadá, ya que son los mismos que han ido pasando de un lado al o­tro.

Por la mañana, millones de mosquitos me asediaron y no dejaron de hacerlo hasta encontrarme, días después, a unos 300 Km al norte donde debido al frío ya aflojaban sus ataques. Comprobé que casi hay tantos pe­rros como mosquitos, pues todas las familias necesitan de unos ocho pe­rros para su trineo y otros tantos para labores de caza. Son generalmente blancos, tipo lobo siberiano, no saben ladrar y solamente aúllan.

Han sido educados a látigo y cuando te acercas a ellos tienen miedo. Los tratan igual que nosotros trataríamos los mulos, pues los utilizan con el mismo fin. Están siempre amarrados y si se va uno su­elto se le pega un tiro. Comen exclusivamente pescado y en ocasiones tripas de foca.

He pasado el día caminando por el pueblo, por las colinas de los alrededores, asegurándome de que tenía algún medio de navegación para mañana, por lo que tuve que enrollarme con la gente del puerto, jugando con perros y niños y sonriendo a todos los esquimales con los que me cruzaba.

Todos trabajan en la pesca o en el pescado que secan, ahuman o meten en vinagre y no se cuantas cosas más. Exportan casi todo. Hay pescado de todas clases: salmón, bacalao, trucha de mar, foca, ballena, etc. Como carne comen el reno y el alce aún cuando la ballena y la foca son también consideradas carne. Todas las familias matan una foca de vez en cuando con lo que tienen comida para una semana y tripas para los perros.

Cuando son las 11 de la noche trato de dormir pero ahí afuera está el puñetero sol que entra en mi habitación y no me deja dormir. Prácticamente la claridad no desaparece en toda la noche. Salgo muy temprano en un barquito que admite pasaje y que pasa por aquí cada 2 semanas en dirección al norte.

Navegación I parte

Comenzamos yendo hacia el norte y poco a poco va empeorando el tiempo a medida que avanzamos. Aparece la niebla y después los ice­bergs. Hay focas juguetonas por todas partes. Avanzamos muy lentamente. Se trata de un barco viejo que funciona sólo durante los meses de julio y agosto cuando no hay hielo sobre el agua. Tiene 40 literas y 2 aseos y por supuesto duermes vestido a menos que no te importe que los otros te vean el trasero. La visibilidad se reduce a unos 80 m y la temperatu­ra baja hasta 1ºC mientras los icebergs están cada vez más juntos y son más grandes.

Navegamos con muy poca visibilidad a unos 2 Km de distancia de la costa. Los icebergs tienen ahora un tamaño entre 100 y 500 veces mayor que el barquito. Avanzamos muy despacio. Hago amistad con la tripulación, y paso tiempo en el pequeño puente, dotado de un fantástico radar en color que permite ver con precisión cada uno de los icebergs en 5 Km a la re­donda. Se hace una navegación combinada con 3 satélites. Pude llevar el barco durante unos momentos, mientras los del puente tomaban café.

Continuamos hacia el norte y fuimos pasando pueblecitos de 100 a 200 habitantes con sus pequeños puertos. Transcurridos dos días llegamos a Ilulissat, pue­blo importante de unos 1.500 habitantes donde compré una piel de oso polar. Pa­sé 2 días muy agradables recorriendo los alrededores y más concretamente un enorme glaciar que lanzaba unos icebergs gigantes. A juzgar por la velocidad y dimensiones del glaciar podría decir que pasan al mar unas 8 millones de toneladas de hielo diariamente. Por fin, el tiempo fue agradable, los mosquitos picaban menos y pude dormir desnudo y ducharme.

Los esquimales viven con muy poco confort, beben como cosacos y suerte tienen de disponer de casas de madera aisladas térmicamente, que los protege del rigurosísimo invierno, otoño y primavera. Es ahora, en ju­lio y agosto que las zonas de la costa tienen poca nieve y salen unas ­florecillas de primavera que duran unas 2 semanas, (me traje una muestra de casi cada una de ellas, poniéndolas en un libro, pero me duraron solo unos meses), no existen árboles, ni los arbustos… ni nada de nada. Salvo la zona costera, el resto de esta enorme o gigantesca isla es solo una masa de hielo.

La base de la riqueza del país es la pesca y sus derivados (como en Islandia). Los esquimales son muy sensibles a ciertas enfermedades, co­mo las venéreas y dada su vergüenza no acuden al médico; como hay una gran promiscuidad existen pueblos donde los afectados llegan al 40%. El alcohol les hace perder la razón y el gran temor actual es que no se dé algún caso de sida, pues se extendería como la pólvora. Otro gran temor es el de la droga, que por supuesto no conocen por aquí. Por otra parte nadie sufre del corazón y se está tratando de investigar las causas. Son muy sensibles a la luz del sol y debe llevar gafas de sol especiales. Como religión podría decirse que los po­cos creyentes lo son de la Iglesia Protestante de Dinamarca. Acostumbran a poner huesos de ballena, por supuesto enormes, delante de su casa, al igual que es costumbre colgar pescado a secar por toda la fachada. He comido casi todo el tiempo filete de ballena, carne casi negra con sabor a hígado de ternera, y estofado de foca, carne oscura y algo dura que necesita una cocción de varias horas. Acabé harto.

Navegación II parte

Dejo Ilulissat en un pequeño barco de unos 10 m, cuyo propietario, un bohemio danés de unos 60 años, se dedica a llevar tu­ristas o viajeros especiales como yo. Conmigo embarca todo un personaje: un francés de 80 años que está haciendo mi misma ruta y que se encuentra en muy buena forma, fumando, bebiendo vino y café y caminando derecho y con mucho carácter: todo un Leo. Navegamos hacia el Norte adentrándonos en la bahía de Baffin, bordeando la costa y pasando delante de pueblecitos de una veintena de casas. Lo hacemos siempre entre icebergs día y noche.

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Consigo llevar el barco casi toda una noche y hago un buen reportaje fotográfico de puestas de sol entre éstos. Son enormes y pueden tener, en ocasiones, 400 metros de largo por cien de alto. No hay que olvidar que lo que se ve es sólo el 10% de su volumen. La temperatura baja a 0ºC y sigue soplando el Norte. Llego a Umanak y posteriormente a Upernavik. Tienen una población de unos 500 h. y en uno de ellos un pescador me vendió un cuerno de ballena Narval. Es zona de mucha caza de ballena. Aquí los icebergs entran dentro de los puertos y crean serios problemas a las embarcaciones.

Toda la costa occidental “visitable” de Groenlandia es muy pequeña. Es una enorme altiplanicie con altura media de unos 2.600 m. sobre el nivel del mar, completamente helada cuyos bordes, van perdiendo altura al acercarse al mar y por tanto el hielo va saliendo por los glaciares y la nieve prácticamente desaparece durante los meses de julio y agos­to y es, en esta zona costera de clima menos riguroso (30º-40º C bajo cero en invierno), donde, aun cuando el mar se hiela casi todo el invierno, puede subsistir el esquimal. El Tráfico marítimo está prácticamente cerrado 9 meses del año y sólo algún helicóptero lleva co­mida, medicinas y algún pasajero. No obstante el sol brilla día y noche en julio y por ello figura en su bandera, nacional.

Días después regresaba, con prisas, en helicóptero para tomar al sur de Groenlandia un avión a Copenhague donde pasaría 2 días muy agradables antes de regresar a España.

Como resumen diría que se ha tratado de un viaje muy inte­resante en el que no solamente he entrado en contacto con una natura­leza de gran belleza, y al mismo tiempo difícil para el hombre, sino con una población que tiene una forma de vida y de subsistencia duras y resignadas, las que la mayor parte de las civilizaciones del mundo no serían capaces de soportar.

En cuanto a la corta visita a Copenhague tengo que decir que, junto al tiempo soleado y a la hospitalidad de los daneses, las visitas al Roskilde, al museo Vikingo, Tívoli, etc. regadas con buena cerveza y con costillas de cerdo a la Brasa en el Restaurante Apolo, hicieron de la estancia el descanso obligado del viajero al que no le importa tener un poco de confort, una temperatura agradable y una danesa atractiva a la que mirar cuando pasa contoneándose por las calles comerciales de la ciudad.