Montenegro 06
Mayo de 2006
Visité este país en el año 1977 cuando recorrí todas las repúblicas de la gran Yugoslavia. Ahora, pasados casi 30 años, he vuelto por dos motivos claros: de una parte, porque en unos días se va a celebrar un Referéndum que no quiero perderme y que podría suponer su separación de Serbia (lo que podría acercarles a la Unión Europea) y, de otra, por tratarse del país número 247, último en la lista del Club Internacional de Grandes Viajeros (CIGV) al que pertenezco. Ello me va a permitir seguir siendo el viajero número uno del Club, al haber visitado todos los países del mundo.
El aeropuerto de Podgorica, la capital, no es mucho mayor que la estación de ferrocarril de un pueblo, pero sí que es más cutre. Mejor me pareció la ciudad aunque no resultó ser nada especial. Las calles comerciales, la gran plaza, las esculturas en bronce (relativas a escritores, inventores y máquinas modernas de engranajes) me parecieron muy interesantes. Fue curioso comprobar que había miles de tiendas que vendían teléfonos móviles y ninguna que vendiera ordenadores. Realmente no tienen ordenadores. Yo iba a un cíber, situado en el primer piso de una casa de la calle que salía a la plaza mayor donde, pacientemente, ponía algún e-mail. Era barato pero malo y lento.
El sol y las temperaturas agradables me acompañaron todo el tiempo. Me alojé en un hotel al lado de la oficina de Correos con más años que Matusalén pues fue construido en el año 53 y con unas alfombras bajo las cuales podría haber hasta lagartos. También aproveché para salir de la capital y recorrer el montañoso país el cual, en ocasiones, me recordaba mi tierra asturiana. El país es verde, tremendamente montañoso y, además, las montañas se extienden hasta la misma orilla del mar.
También en la capital pude observar los siguientes detalles: en primer lugar, las chicas de origen eslavo iban muy bien vestidas y muy modernas; eran altas, rubias, ojos azules…ellos, los chicos, seguían vistiendo la chaqueta o cazadora de cuero negro, quizás imitando a los rusos, pero ni me parecían tan atractivos, ni tan aseados, ni tan modernos como ellas. En pocas palabras: ellas ya estaban instalándose en el sistema capitalista y europeo mientras, ellos, seguían sin enterarse de nada. Lamentablemente eso les ocurre a los chicos con frecuencia en muchos sitios.
Las terrazas, dado el maravilloso tiempo que hacía, estaban repletas de gente y no digamos el primer domingo que pasé allí; por cierto el único día de la semana que casan a las parejas ya que el sábado se trabaja. Presencié la entrada y salida de unas 5 bodas, una tras otra, de una oficina pública a tal efecto. Hice de fotógrafo de todas ellas pues los invitados no llevaban cámara, dado que son pobres, así que yo estaba muy solicitado y hacía fotos a novias y novios. Había un único fotógrafo profesional para todas las bodas. Los invitados llegaban con sus tartanas de coches tocando el claxon para mostrar su alegría. Los coches son viejos pero los adornan, incluido el de la novia.
Me pareció ver a la gente alegre y con la ilusión puesta en el Referéndum que iba a celebrarse en unos días. Tenía tanto interés en estar presente ese día, que para hacer tiempo, me acerqué a pasar unos días por las montañas y por la costa y, así, presenciarlo. La idea de poder pertenecer, no tardando mucho, a la Unión Europea era, realmente, un sueño para ellos.
No obstante, se temía que los nostálgicos y simpatizantes de Serbia tuvieran posibilidades de ganar. Afortunadamente no fue así y en pocos días se convirtieron en un país independiente por solamente un 55% de síes frente a un 45% de noes. Me alegré por ellos pues me pareció la mejor opción. Esto sucedía la noche del domingo 21 de mayo, a eso de las 12, cuando no había forma de dormir en el hotel porque la gente estaba en la calle celebrando el SÍ.
Conocí a una bellísima polaca con unos preciosos ojos azul turquesa que sabía inglés y se ofreció a servirme de traductora… así comenzó la historia. Por cierto, las tiendas no cierran hasta las 9 de la noche y no quieren dólares, solamente euros. También diría que los taxis son sucios y destartalados al igual que las carreteras del país, salvo la que va de la capital a la costa. Los vehículos están obligados a llevar siempre las luces encendidas. Se ven muchos coches accidentados por las carreteras.
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Por los pueblos y aldeas de montaña las mujeres van vestidas de negro, como pude constatar en un viaje que hice en un viejo tren. Pasé por un pueblo que casi llevaba mi nombre: Savina. El bosque, en el que no hay forma de ver pájaros, es lo que predomina por casi todas las regiones montañosas y que desaparece al llegar al mar donde también desaparece el color verde y aparece la caliza desnuda de las laderas que se inclinan hacia él. Por la costa, tremendamente parecida a la de Croacia, va uno recorriendo pueblos con casas de piedra, algunos dentro de diminutas islas, con pequeños puertos (algunos deportivos y otros de pescadores) y siempre con techos de teja, encantadores y románticos. Recuerdo que uno de ellos tenía todas sus casas tapadas por verdes enredaderas y resultaba precioso. Yo pensaba: “en escasos días obtendrán el SI y los precios subirán muchísimo y se construirán enormes hoteles que destrozarán la belleza actual…” Así es el maldito desarrollo. De entre los pueblos de la costa recuerdo: PETROVAC, BUDVA (ISLA CON PUEBLO MEDIEVAL, ST ESTEFAN EN CARNAVAL), IGALO Y HERCEG (QUE VALEN POCO), KOTOR QUE ME GUSTO MUCHO Y, TAMBIÉN, EL GRAN FIORDE, ETC.
Tienen un vino tinto propio bastante agradable, que yo bebía en las comidas. Los montenegrinos son gente muy honesta y hospitalaria. En la comida abusan de los embutidos aunque reconozco que tienen buen lomo y buenas cecinas de varios tipos y de diferentes animales. También toman mucho queso de oveja. El café es muy flojo. No me pareció que hubiera ladrones callejeros ni ningún otro tipo de peligro.
Salvo en la costa, donde hay algo de turismo, en el resto del país no vi ningún extranjero, ni siquiera el día del Referéndum en Podgorica. Al día siguiente de éste, el lunes, dejaba atrás un Montenegro independiente.
Hasta otra.