Bosnia-Herzegovina 17
Mayo de 2017
Visité por primera vez Bosnia-Herzegovina en los años 70, estando Tito en el poder y por segunda vez en el año 99 y precisamente en un caluroso mes de agosto y justamente al acabar su larga guerra con Serbia. Entonces todo era un desastre y hasta el hotel en el que quería alojarme, el Bristol de Sarajevo, había sido destrozado por las bombas. No se utilizaba más moneda que el marco alemán y la única música provenía de las numerosas mezquitas llamando a rezar; los taxis eran ilegales y no llevaban matrícula para que no se tomaran represalias contra los dueños o conductores. Habían sufrido años de guerra y muerte y se notaba en sus rostros la mueca del dolor. Abundaban los cementerios en los que se mezclaban cristianos y musulmanes. Recorrí todo el país y comprobé su mal estado; no había un puente que no hubiera sido volado. Mostar, en la zona de Herzegovina, estaba destrozada. Hice con coche muchos km por zonas llanas de Bosnia y muchos también por zonas montañosas de Herzegovina.
Ahora, tras casi 20 años, todo ha mejorado muchísimo: son 4 millones de habitantes en una superficie ligeramente mayor que Extremadura y con su capital en Sarajevo, que ya se acerca al medio millón, y con la ilusión de poder llegar a formar parte, algún día, de la Europa Comunitaria. Por supuesto son una república federal con un presidente musulmán en la que son oficiales los idiomas bosnio, croata y serbio, debido a las diferentes etnias y son, más o menos, la mitad musulmanes y la mitad cristianos. Tienen un paro de un 25% y su renta equivale a la séptima parte de la de España. Su moneda es el marco bosnioherzegovino que vale medio euro.
En esta ocasión el viaje fue así: una mañana, muy temprano, salí zumbando en un coche de alquiler desde la conocida Dubrovnik en dirección a Split y tras hacerme unos 40 km por la costa croata, tomé una desviación hacia el norte para buscar la frontera con Bosnia-Herzegovina. La mencionada frontera está a la salida de un pueblo y de alguna forma han quedado algunas de sus casas del otro lado de la frontera; en fin, un lío propio del establecimiento de nuevas fronteras en estos países de la indivisible Yugoslavia.
Tras una hora de conducción llegué a la católica localidad de Medugorje, lugar de peregrinación, situada entre montañas donde, al parecer, varios hermanos pastores fueron visitados varias veces por la Virgen María. No es lugar de turismo pero sí de creyentes católicos, una especie de Fátima en pequeño.
Por las carreteras, extremadamente estrechas, se debe circular a poca velocidad. Más o menos una hora más tarde llego al que recuerdo como pueblo de Mostar, ahora llamado ciudad pues se acerca a los 100.000 habitantes. Es la capital de Herzegovina, al tiempo que la capital de los católicos y la capital de los croatas…así es todo de complicado…Por supuesto la visité en los 70 cuando su famoso puente sobre el Neretva todavía estaba entero y, posteriormente y tras la guerra, cuando había sido destruido y sustituido por una estructura metálica provisional y, finalmente, ahora cuando ha sido por fin restaurado aunque de forma un tanto vergonzosa.
Digo esto porque el nuevo puente, hecho por supuesto en hormigón, debería haber sido revestido de piedra, ya que de piedra son los estribos en ambos lados del río. Pues no, no han puesto piedra sino que, simplemente, han pegado unas finas baldosas, que imitan muy mal la piedra, que se van despegando y cayendo al río. ¡Horrible! A un lado del puente están los católicos y al otro los musulmanes, lo que es lo mismo que decir que a un lado están las iglesias y al otro las mezquitas. Antes había un solo equipo de fútbol, pero ahora hay dos: el de los católicos y el de los musulmanes. Al estar ambos en la misma división de la liga deben enfrentarse dos veces cada año…¿¡se puede uno imaginar las peleas!?
El pueblo en sí está restaurado de cara a los turistas. Comí en un buen restaurante que hacía buen kebab. He observado en España que, por error o desconocimiento, la gente llama kebab a la carne (pollo, vaca, cordero, etc.) que, colocada por capas en forma de cono va girando como un torno frente a una placa incandescente. Pues no, de toda la vida el kebab consiste en unos pequeños rollos de carne picada de ternera o cordero pero de muy buena calidad. Pues en España, hasta los dueños de los chiringuitos en los que se cocina, habitualmente musulmanes, han decidido llamarlo kebab a la vista de la insistencia del español en llamarlo así.
Cae la tarde y continuo conduciendo hasta llegar a la margen izquierda de su caudaloso río Neretva; la carretera se ensancha y puede uno circular a casi 80 por hora… no me lo podía creer. Posiblemente el lector haya visto u oído hablar de aquella famosa película titulada: La Batalla del Río Neretva en la que trabajaban Yul Bryner, Franco Nero, Silva Koscina, Orson Welles, etc. Pues bien, paso cerca de los restos de aquel puente que se hizo construir y posteriormente hacerlo volar ex profeso para la película. Pues bien, todavía están allí los restos como recuerdo del episodio bélico al que el dictador Tito puso mucho interés.
Por cierto, al haber tanto musulmán en la población, se cocina muy buen cordero a la brasa que, en ocasiones, viene precedido de una copa de grappa italiana y acompañado de un buen vino tinto local que es muy bueno. Con el plato principal se sirve una deliciosa ensalada y patatas al horno, se continúa con postres de miel de origen turco, para chuparse los dedos y, el que lo desee un café también turco y tan espeso que en el grueso poso que deja, puede leerse el futuro… Claro todo esto, por supuesto, se sirve a los no musulmanes, lo que quiere decir que hablamos de tierras de Herzegovina donde la población cristiana supera a la musulmana. Y lo opuesto ocurriría en tierras de Bosnia. El cordero suele ser viejo pues lo consideran más sabroso. Esta suculenta comida para dos personas solo me costó 20 euros.
Disfruté la carretera hasta Sarajevo pues discurre a lo largo del Neretva que se presenta muy ancho y caudaloso, corriendo entre altas y escarpadas montañas o bien entre verdes prados y densos bosques. Y hablando de bosques, este país exporta mucha madera. Y casi sin darme cuenta entro en Bosnia y lo noto porque en la carretera se ven letreros indistintamente en croata o en serbio cirílico. Desde ese punto quedaban aún 70 km más para llegar a Sarajevo y acompañado por un paisaje verde y muy bucólico. Creo que han sido más de 10 los puentes que ya he atravesado y que son, ni más ni menos, que los mismos que fueron bombardeados y destruidos hace unos 20 años cuando estuve por aquí.
En aquel entonces los ingenieros zapadores americanos los habían restaurado provisionalmente con estructuras metálicas y ahora, en este viaje, ya los he visto definitivamente reconstruidos. La guerra empezó en el 91 y acabó en el 95 con aquel famoso acuerdo o tratado de Dyton. Actualmente hay un 45% de serbios, un 20% de croatas y el resto son bosnios y algún que otro montenegrino.
Llego a Sarajevo y en los barrios de entrada se ven pequeñas fábricas y polígonos industriales lo que muestra la mejora del país. En el centro, en el barrio turco, se ven algunos de los edificios bombardeados durante la guerra como prueba del sufrimiento por el que han pasado. Duermo en un hotel frente al río Neretva y muy cerca de la famosa Librería que fue atacada y quemada durante la guerra. Hay un tour organizado para visitar los lugares importantes de la guerra; al final hasta hacen negocio con ella.
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Tras 20 años sin regresar he encontrado la ciudad más moderna y avanzada. Ellas, antes, vestían un poco a la usanza musulmana pero ahora van todas a la europea. Es más, si se ve alguna mujer por la calle con indumentaria musulmana, seguro que es una extranjera. Visten con pantalones algo ajustados y escotes moderados. A ellos no se les nota para nada su inclinación religiosa. Por supuesto en Bosnia y más concretamente en su capital Sarajevo, habitada principalmente por bosnios musulmanes, no se les aprecia diferencia alguna como ocurre con la Turquía de ahora. Y hablando de Turquía y los turcos, conviene recordar que no hace más allá de un siglo todos estos países de la antigua Yugoslavia eran turcos; estaban bajo el imperio Otomano. Así es, Europa bajo la bota otomana hasta no hace mucho, es para echarse a temblar. Afortunadamente, a pesar de ello las gentes se han ido europeizando. En pocas palabras, son todos sunitas moderados.
Visito prácticamente los mismos lugares de hace 20 años: Mezquita Beys, la Catedral de Jesús Sacramento con sus torres en punta y la escultura de Juan Pablo II, el Puente Latino, el museo creado en el sitio en el que se produjo el famoso asesinato (cometido por un bosnio el 28 de junio de 1914) del heredero del Imperio Austro-Húngaro y que dio lugar a la segunda guerra mundial, la mezquita del emperador y por último visité la iglesia ortodoxa de Synod e hice fotos de su interior.
En el parque de la ciudad todavía estaba el enorme ajedrez dibujado en el suelo en el que, ya entonces, jugaban los jubilados. Después la obligada visita a los cementerios y el detenido recorrido por el casco antiguo con fotos de las múltiples mezquitas que lo componen. Bosnia es quizás el único país de la zona que no goza todavía de una paz segura; la existencia de bosnios musulmanes y serbio-bosnios mantiene latente una inseguridad que Serbia se encarga de alimentar con el apoyo a estos últimos y su intento de independizarlos. Pero Europa no puede olvidar el genocidio que se hizo a los bosnios musulmanes en la ciudad bosnia de Srebrenica.
Al siguiente día nuevamente a la carretera para ir poco a poco descendiendo al lado del Neretva hacia Mostar y Dubrovnik por el mismo camino por el que ascendí río arriba. Prácticamente paso el día en la carretera deteniéndome, tras pasar Mostar, en un pequeño pueblo turco llamado Porcitel, con su mezquita y su interesante muralla. He de citar el comportamiento valiente o altivo de cuantos serbios habitan en este país quienes a pesar de su lucha encarnizada contra sus habitantes siguen blandiendo con cierto descaro la bandera de Serbia, tanto en su casa como en su huerto.
Finalmente llego a la costa de Bosnia-Herzegovina en el Adriático, lugar por donde entré días antes al país, que se trata de una franja de unos 8 km que atraviesa la larga lengua Croata de la costa dálmata partiéndola en dos partes, lo que origina incómodos y frecuentes pasos de frontera de la Unión Europea.
Hasta otra