Portugal 14

Junio de 2014

¿Qué decir de Lisboa o de Portugal que no sepa, quizás mejor que yo, un viajero principiante? Tratándose de un país vecino, a tiro de coche, con un idioma que entendemos y que, además, nos entienden…es comprensible que nos sintamos atraídos por todas esas facilidades además de la que supone el hecho de que casi todo, salvo los hoteles, tenga precios muy asequibles. No hay que olvidar que tiene una renta por habitante de 20 mil dólares y la nuestra es de 30 mil, lo que hace que todo nos resulte económico. Es muy normal tomarse un café por 0.85 € y, además, podemos estar seguros de que, sea el sitio que sea del país, será bueno pues nadie hace un café tan redondo en sabor, tan bien seleccionada la mezcla, ni tan bien tostado en su punto adecuado como lo hacen ellos.

Apenas hacía un año que no regresaba al país pero, concretamente, hacía una veintena que no volvía a Lisboa. Entonces, muy abandonada y cutre, no atraía tanto al viajero. Su entrada en el Mercado Común hizo que mejorara su aspecto ya que incrementó su nivel de vida. Como dimensiones no va más allá de la quinta parte de España y como población mantiene, más o menos, esa misma proporción. Sorprende que en su pequeña población tengan incluidos 110 mil brasileños, 50 mil ucranianos, 50 mil caboverdianos, 40 mil rumanos…El paro, actualmente, está en el 16% aunque en la mujer llega al 50%.

Los portugueses son mejores católicos o, al menos, más practicantes que nosotros; un 80% de ellos así se declara. Tienen, creo yo, mejor carácter: chillan menos, se respetan más, se insultan menos, son menos intransigentes (creo que nosotros lo somos mucho), más educados o moderados en la conducción…menos “chulines”, en casi todo, que nosotros…en fin, son gente agradable, hospitalaria y complaciente, a los que el español no debe mirar con altanería como hace muchas veces cuando va a países del centro y sur del continente americano. Afortunadamente, y aunque resulta contradictorio, creo que el español se porta mejor en los países africanos (no en el caso de Marruecos) y hasta puede que, también, en los del sudeste asiático, en los que es más comprensivo y menos prepotente.

Portugal tiene una industria textil muy desarrollada, cadenas de montaje de vehículos Ford y Volkswagen, minas de zinc y de uranio, una gran riqueza en la explotación de la madera de sus bosques, una muy abundante pesca de sardina, bacalao, atún, etc. Al igual que en España tiene enseñanza gratuita entre los 6 y los 18 años y un sistema de seguridad social muy parecido al nuestro.

Entré en Portugal desde nuestra frontera en Verín, Orense, tomando la fantástica autopista A-17 de peaje. A la entrada a la misma, como había hecho en viajes anteriores, pasé mi tarjeta de crédito por una máquina y todos cuantos peajes hube de pagar por todo el país fueron cargados, automáticamente, en ella, sin que fuera preciso detenerme pues un lector alto colocado sobre la autopista lo anotaba a mi paso sin tener que reducir la velocidad para nada.

Hablando de velocidad, tengo que decir que al no tener problema de “puntos” y, por otra parte, tratarse de tres carriles con firmes muy buenos, me permitía ir a velocidades que rondaban muchas veces los 200 km hora ya que la densidad de tráfico era muy baja, quizás debido a que la crisis hace que los conductores de algunos camiones y coches no quieran pagar el peaje y se vayan por carreteras nacionales. Otro tema diferente es el precio desorbitado de la gasolina; por un litro de 98 octanos, que en España cuesta 1.50 euros, ellos cobran 1.80 euros. Y lo mismo o parecido pasa con el gasoil y otras gasolinas. Hay estaciones de servicio cada 20 ó 30 km, lo que resulta muy cómodo, pero ninguna de ellas tiene una maldita habitación en la que puedas descansar o pasar la noche. Así que debes dejar la autopista, te guste o no, y buscarte un pueblo que te suene bien y buscarte en él un hotelito o pensión...

Así que, en una ocasión, hice noche en Figueira Da Foz, pequeño pueblo costero con un puerto agradable. Metí el coche en el garaje de un centro comercial que cerró, justamente, tras mi entrada en el mismo. No pude salir de él. Cuando pensé que tendría que pasar toda la noche encerrado llamé al 112, igual número que en España y, en mi mejor portugués, les conté mi problema. Dijeron algo así como “ya iremos”. Como pasaba el tiempo y no venían decidí seguir probando suerte con todas las puertas de todos los pisos del centro comercial y, voila, conseguí que una abriera, así que pude salir al exterior. El hotel, en esta ocasión, me costó 25 euros y la noche del parking solo 4 euros. Muy barato, ¿verdad?

Lisboa no es muy grande pues solo tiene medio millón de habitantes pero su aglomeración urbana llega a los 2 millones. Ahora se la ve muy limpia, pero todavía son muchísimos los edificios y las fachadas sin restaurar desde hace más de 50 años. Una sola mano de pintura haría maravillas pues las fachadas tienen arquitectura ya que a principios del pasado siglo se construía mejor y, por otra parte, al tratarse de pisos con techos muy altos, los balcones, las persianas, las ventanas, etc. son más estilizados o esbeltos, lo que añade distinción y clase al edificio. Claro que, los interiores, posiblemente con escaleras de madera, sin baños ni cocinas modernas, exigen un enorme gasto al tratar de rehabilitarlas para poder ser habitadas.

Me ha sorprendido ver por todas partes una ingente cantidad de turistas franceses, También me extrañó ver bastantes americanos, alemanes y nórdicos. Los americanos, me refiero a los del norte, suelen huir, en sus viajes, de aquellos países en los que pudiera haber algún grupo musulmán; así que se van centrando en Europa, Sudamérica y aquellos países, tipo los de la antigua Indochina (Vietnam, Laos, Camboya) en los que apenas hay población de esa religión.

Las ocho de la noche es la hora límite para ir a cenar a los restaurantes. En algunas formas y costumbres del país, me parece observar una cierta influencia británica, lo cual es lógico tras tantos años y siglos de buenas relaciones entre ellos, dado su común enemigo: España. El bacalao, bien en rollo, bien al horno o frito con batatas, es un plato que suelen hacer muy bien y así uno evita correr el riesgo de pedir algo que no le guste o no conozca. Por cierto, aproveché para tomarme una botella de su autóctono “vino verde” que es como un vino blanco pero transparente como el agua y con algo de gas; se puede beber, es agradable. Hay, en todas las pastelerías y cafeterías, unos pastelillos, especie de cestitas de hojaldre, creo que rellenas de leche frita, que saben de maravilla. Son llamados pasteles de Belem

Algunas zonas de Lisboa, tal es el caso de la Alfama, son todavía “cutres”, lo que quiere decir viejo, sin restaurar y sucio. Lo viejo y cuidado suele ser atractivo y bello, pero lo viejo sin mantenimiento ni cuidado alguno y, además, sucio, puede resultar decrépito. Tal es el caso de algunas zonas en la propia Venecia. Los ayuntamientos están obligados a dar y hacer cumplir normativas que eviten estos aspectos negativos de ciudades con una buena pero maltratada arquitectura.

Lisboa, además de tener bellos rincones, amplias y preciosas plazas, avenidas con arboledas, preciosas jacarandas en flor, etc. tiene una construcción de principios del siglo pasado muy homogénea en diseño, altura y estilo. Es un placer recorrer y contemplar esa edificación, tan bien restaurada, que abunda por el centro de la capital y que tiene su mejor expresión en lugares como Rossio, Rua de Augusta, plaza del Comercio, avenida Liberdade, Restauradores, Estación Central, con su hostal y sus modernas tiendas, etc. etc.

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Lo mismo ocurre con el viejo barrio de Alfama (con muchos bares y restaurantes en su parte baja) que tiene calles y plazas con mucho encanto, al igual que el castillo de San Jorge, Convento de Nª Sª de Gracia, Villa Sousa, edificada en 1890, con sus preciosos azulejos o mosaicos en la fachada, Iglesia de San Vicente, sus tranvías, en los que subí, “trepan” la colina, hasta arriba del todo, con algunos pasajeros “polizones” colgados por el exterior de las puertas los que, por supuesto, no pagan, etc. etc. Añadiría el casi romántico Barrio Alto, con su tranvía de base inclinada para poder remontar esa especie de “Montmartre” en la que se ven pintores y grafiteros de buena calidad y donde crecen preciosas jacarandas que adornan la bella y antigua edificación, esta vez tan bien restaurada…Y no digamos el interesante área de Belem: su torre, su monumento a los descubridores, los Jerónimos, etc. etc. Lisboa es, por fin, lo que se merecía, lo que todos los que allí estuvimos hace años deseábamos que se convirtiera. Yo estuve aquí, también, cuando la Revolución de los Claveles (ver otros viajes míos a Portugal en esta página web) y se trataba entonces de una Lisboa decrépita, sucia, abandonada, cutre…qué alegría verla ahora así, limpia, ordenada y europeizada; ya no hay los malos olores de entonces ni la porquería en las calles, ni el desorden. ¡Enhorabuena!

Fui a Cascais en un tren de cercanías pasando por una serie de estaciones más bien feas y sin diseño alguno. La visita a Cascais, donde había estado anteriormente ya hace años, fue más bien negativa. Recuerdo que entonces había una especie de cala donde los pescadores sacaban sus barcas de pesca y vendían su pescado…ha desaparecido y en su lugar se ha construido un puerto deportivo…recuerdo un puertecillo auténtico y algún que otro rincón de la costa…también han desaparecido. La expansión y el “desarrollo” se lo han llevado todo. Hasta se ha construido un gigantesco edificio acristalado al borde del mar que resulta una aberración en este lugar que era tan auténtico y, al mismo tiempo, señorial. Ahora, mucho más turístico, ha perdido la clase que tenía hace años, como comprobé que le ha pasado también a Estoril. A pie recorrí las seis agradables playas que hay entre ambas localidades y el moderno paseo marítimo que las une. En su costa pude ver unas interesantes formaciones de algas que tenían un precioso e intenso color verde.

Por supuesto que me acerqué a la turística Sintra, sin detenerme esta vez en Queluz, utilizando también el tren, en la que había estado no hacía mucho. Pueblo y rincón muy pintorescos que tienen una serie de visitas agradables que completan el día lúdico del turista. El trayecto entre Lisboa y Sintra es, hoy en día, todo urbano y apenas se ven zonas despobladas. Todo turista sabe que no debe perderse el Palacio de Pena, Palacio Nacional, Castillo de los Moros, Montserrat…bueno, cada uno elige lo que más le apetece y se reparte el día como le parece mejor. Hay autobuses públicos que te solucionan el transporte por poco dinero. Deambulando por el pueblo encontré un restaurante llamado el patio de Garrett, siguiendo el olor a sardinas a la plancha que despedía. Comí buenas sardinas, buen queso de leche de oveja y cabra, regados con un buen vino tinto de Setúbal.

Una vez pasados unos días por esta zona de Lisboa, conduje hasta Porto, lugar de buen vino, buen pescado y con la caudalosa desembocadura de nuestro río Duero. Aunque no hacía mucho que había estado aquí, creo que fue allá por el 2005, siempre es agradable sentarse en una terraza de la ribera y disfrutar, con un vino de oporto en la mano, de esta parte canalizada de la desembocadura que transcurre entre márgenes formadas por edificios de pescadores y bajo puentes de hierro y de hormigón mientras se contemplan las réplicas de las barcas que transportaban los toneles de vino y las que transportan, hoy en día, a los turistas aguas arriba y abajo de su amado Douro. Recorrí sus márgenes y las empinadas calles del interior de la ciudad para contemplar un Porto tradicional y antiguo con un elegante Ayuntamiento y algunos edificios singulares de finales del XIX.

El sabroso vino de Oporto, fuerte, oloroso, dulce y con una graduación de unos 20 grados, debe tomarse, como hacen ellos, acompañado de algún pincho de bacalao, batata o aceitunas aliñadas, pues si no lo hacemos, se nos subirá a la cabeza y nos alegrará…Me alojé en un Teatro-Hotel, muy snob, en el que en la recepción las paredes estaban cubiertas de telones marrones, como en un escenario, y a oscuras, al igual que lo estaba también el restaurante y el lugar del desayuno…como si estuvieras en un casting de un viejo teatro de época. Los pasillos largos y tétricos tenían los suelos y las paredes cubiertos con telas negras y marrones… En la habitación, toda ella y por supuesto, con paredes, suelos, muebles y decoración también en marrón. Había en ella tan poca luz que casi tuve que ducharme y afeitarme a palpo…Así que tuve la impresión de que, en cualquier momento, podría aparecer el temible fantasma de la ópera.

De Porto subí a Viana do Castelo, pueblo grande con un pequeño puerto al pie de un fuerte medieval y con una Pousada de alto copete situada sobre una colina que domina el pueblo. Después continué hacia el norte y salí de Portugal para visitar, ya en Orense, el puerto de La Guardia en la desembocadura del Miño. Así que acabé mi viaje saboreando el ribeiro y comiéndome unas chovas y unos calamares fresquísimos.