Galápagos (islas) 92


Noviembre de 1992

Quito, situado a 2.800 metros sobre el nivel del mar, una de las capitales más alta del mundo, es una parada obligada camino de las islas Galápagos. En Ecuador el nivel de vida es uno de los más bajos de América Latina: un buen solomillo cuesta 300 Ptas (1,80€), una langosta completa y de grandes dimensiones lo mismo, etc. Nos alojamos, mi amigo pedro y yo, en un ho­tel de 3 estrellas cuyo precio era de 1.000 Ptas (6€) día.

La superficie del país se aproxima al 50% de la de España y tiene una población de unos 9 millones de habitantes. El efecto de la altura hizo que a nuestra llegada sintiéramos cansancio, algo de taquicardia y deseo de estar callados, pues hasta el hablar resultaba agotador. Se observa una cierta desidia en los servicios públicos y algo de indolencia en la gente.

Volamos a Galápagos vía Guayaquil y tan pronto llegamos comenzamos a buscar algún barco con el que hacer un crucero por las islas. Nos alo­jamos en un hotel cuyo dueño nos previno de que en la habitación podríamos encontrar alguna iguana macho, o quizás alguna araña del tamaño de una mano. Cenamos un bacalao y una langosta a la plancha, ambos riquísimos, con 2 cervezas, y nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente y tras un zumo de tomate de árbol, buenísimo, nos fuimos al puertecito de Ayora para comenzar nuestra navegación. Era un barco estrafalario pero… barato.

Tras 3 horas de agradable navegación nos detuvimos en la isla de Santa Fe donde pudimos observar, desde muy cerca, las iguanas de tierra, los cactus gigantes, los lobos marinos, etc. Esta isla no esta habitada y tiene unos 8 Km. de longitud. A continuación navegamos 3 horas más y llegamos a la isla de San Cristóbal que tiene unos 40 Km de longitud por 15 de ancho en ­donde viven unas 2.000 personas. La capital es Puerto Baquerizo. En el interior hay un volcán cuyo cráter es una laguna llamada "jun­co" y de la que se suministra agua al pueblo. La parte alta es muy tropical abundando el helecho y el musgo, mientras que la baja todavía tiene mucha lava. De aquí saltamos a una pequeña isla llamada de los Lobos, en la que vimos gran cantidad de pelícanos, lobos marinos, iguanas de tierra, piqueros de pata azul etc.

Salimos a las 5 de la mañana, tras una incómoda noche en un cuchitril en Puerto Baquerizo donde, al igual que en todas las islas, no hay luz cuando llega la noche y donde tuve que afeitarme a la “luz” de una vela. Navegamos hacia la isla Española, rumbo sur, en plena "garúa". Ésta es una especie de tiempo atmosférico que predomina durante los meses de mayo a di­ciembre y que se caracteriza por una lluvia fina o niebla que, en oca­siones, se interrumpe para dejar pasar el sol. En esta ocasión, además, teníamos un viento de sur-este que movía mucho el barco (por tratarse de un barco no adecuado) con lo que tres de los ocho que llevábamos el barco se marearon. Tras cinco incómodas horas de navegación (yo no puedo que­jarme porque llevaba el timón y es más cómodo) llegamos a la isla Española: no está habitada, tiene unos 10 Km, se ven piqueros, iguanas marinas, albatros gigantes de más de 4 metros, lobos marinos, palomas de Galápagos, gavilán de Galápagos, pinzón (negro) de Darwin, pájaro tropical o rabijun­co, etc.…. ¡qué maravilla!; es un ensueño poder pasear al lado de toda esta belleza animal sin que los animales se asusten.

Existe un imponente acantilado desde el que se pueden ver todas las aves mencionadas, que son de aceptable envergadura, volar maravillosamente libres, y en el que se supone vivió la iguana OBERLUS, primer habitante de esta is­la y personaje principal de una novela de Vázquez- Figueroa.

Tras una agradable comida en el barco levamos anclas y nos dirigimos a la isla Floreana de dimensiones como Ibiza y habitada, solamente, por 60 personas. En ella ocurrió una historia, narrada en un libro que llevaba conmigo, acaecida a las 2 familias que la poblaron por primera vez y a cuyos miembros conocí, fotografié, y me dedicaron el libro es­crito por ellos. Tiene 2 playas maravillosas: la blanca, de arena blanquísima, está llena de tortugas y rayas (mantas) que pueden morder. Para ­llegar a ella tienes que pasar por una laguna de color naranja, llena de flamencos también color naranja, que comen unos gusanos color naranja y, que por supuesto, cagan color naranja; la verde (playa ligeramente verde) tiene piqueros, lobos mari­nos, pelícanos, cangrejos y erizos de mar. En esta playa estuve nadando y jugando con los lobos marinos debajo del agua.

Fue aquí donde uno de los 4 americanos que navegaban con nosotros se dislocó un brazo y le quedó fuera del hombro…una imagen horrorosa, que afortunadamente se pudo arreglar y continuamos el viaje. Desde tiempo inmemorial, existe un barril en el que los navegantes, piratas, balleneros, etc. dejan sus cartas para que otros navegantes las lleven a su destino y viceversa. Por cierto que la agradable comida que mencioné al principio de este párrafo consistió en dos enormes langostas para cada uno… el cocinero es, sin lugar a dudas, lo mejor de la pequeña tripulación que llevamos. Durante nuestra estancia aquí hemos dormido en casa de la “familia del libro”. Siempre hemos de dormir en tierra, en donde podamos, pues el barco es muy pequeño y no estaba preparado para ello. Se llama Albacora, que quiere decir atún o pez parecido; está destartalado, pero cumplió su labor.

De Floreana y tras 6 horas de navegación llegamos a la isla Isabela y más concretamente a Villamil, pequeño puerto. De camino pasamos cerca de la isla Tortuga verdadero rincón de miles de fragatas de enormes dimensiones que acudían a nuestro barco. La isla Isabela es algo mayor que Mallorca y sólo tiene 1.000 habitantes, concentrados en 2 pueblecitos. Puerto Villamil y su playa son monísimos, con palme­ras por todas partes. Muy temprano salimos a caballo, durante toda la jornada, para remontar el volcán Sierra Negra. Éste está activo y tiene el 2º cráter mayor del mundo; subimos hasta la cota 1.000 m en ocasiones lentamente y en ocasiones al trote rápi­do: me escoció el trasero durante dos días. La última erupción tuvo lugar en 1979.

Toda la falda tiene una vegetación exuberante que disfrutamos atravesando. Al atardecer fuimos a tomar unas copas al único bar del pueblo y allí conocí al médico rural. Un americano que vivía allí tocaba la guitarra y cantaba. La gente humilde vive de los cangrejos que encuentra en las rocas (los llaman papayas ) con los que hace sopa y además los emplea para pescar, con lo que fácilmente consiguen el segundo plato; por ello no tienen inte­rés en que se desarrollen las islas turísticamente. Esa noche dormimos en unas casitas monísimas muy en consonancia con la isla y el ambiente general.

Al día siguiente regresamos a Puerto Ayora en la isla de Santa Cruz, de donde habíamos partido, y visitamos el parque y centro de investigación de Darwin en don­de cuidan una serie de animales con el fin de salvar algunas especies en peligro de extinción.

El día después navegamos a las islas de Plaza y Seymour para ver las famosas fragatas en época de cría y, también, enormes iguanas terrestres, todo ello junto con cangrejos de lava, lobos peleteros, lagartijas endémicas, rabijuncos, etc. Por la noche gran cena de langosta con mi colega Pedro y a la mañana siguiente regreso a Quito para hacer una escala de 24 horas y partir para España.

He podido constatar la honestidad de los ecuatorianos y su hospitalidad.

La compañía de mi amigo Pedro, biólogo y ornitólogo, dio a las visitas a las zonas de animales una mayor profundidad técnica.

Curiosidades: Producen café y sin embargo siempre toman Nescafé.

Volveré para visitar la zona de la cuenca amazónica.