Uzbekistán 16

Abril de 2016

Esta es mi cuarta visita a Uzbekistán. Bueno, realmente bien podría ser la quinta puesto que, durante el viaje que hice con mi hijo por los países de Asia Central, tuvimos que entrar en él dos veces; en fin no quiero ser tan milimétrico. Como suelo comentar en otros viajes, este país es casi del tamaño de nuestra España continental y ahora, tras un vertiginoso aumento en los últimos 15 años que he estado ausente, ya pasa de los 31 millones.

El problema es que está poco industrializado, o no suficientemente y, por ello, cerca de un 70% de la población está dedicado a la agricultura, de modo que las ciudades no son muy grandes, como siempre ocurre cuando falta la industria. Prueba de ello es que la capital, Tashkent, apenas pasa de los 2 millones de habitantes, lo que no llega al 7% del país. Es muy triste pero todavía un 4% de los niños mueren en sus primeros años y la esperanza de vida del hombre no pasa de los 65. No tiene mar por lo que sus exportaciones tienen un largo recorrido terrestre que, por otra parte, no es muy expedito dado que no tiene autopistas ni el propio país ni sus vecinos de la región.

Siguen empleando el som como divisa nacional y oficialmente 1 euro equivale a unos 3.000 pero, debido a que esta divisa corre la misma suerte del rublo, muy devaluado últimamente, en la calle te dan más de 5.000. Por cierto, antes tenían una importante fabricación de seda natural y con ello grandes plantaciones de moreras; ahora ese negocio se ha reducido muchísimo.

Desde el 1991, año en el que cae la URSS bajo cuya bota se encontraba, han tenido siempre gobiernos autoritarios que, en síntesis, eran los mismos comunistas los que tomaban el poder disfrazados de demócratas. Ello ha supuesto una gran corrupción continuada y a todos los niveles, lo que ha venido impidiendo un mejor desarrollo. Islam Karimov ejerce la presidencia desde el año 1991 en el que se erigieron independientes y lo hace con mano muy dura desde hace ya un cuarto de siglo. La gente me ha comentado cosas un tanto inverosímiles pues, al parecer, tiene a la oposición “acongojada”. Hay policía por todas partes, controles frecuentes en las carreteras y la sensación de que el régimen no es más que un estado policial.

Los uzbekos, como etnia, no llegan al 80% de la población y el resto de ella está compuesto, casi a partes iguales, por rusos, kazajos, tayikos, ucranianos y coreanos del norte. Lo mejor de cada casa. Son musulmanes nada menos que en un 93% y el resto ortodoxos. El estado se declaró laico hace ya unos años. Su ínfima renta por habitante es de 2 mil dólares; España actualmente tiene 30 mil. El paro oficial es solo del 5% en el hombre, pero del 70% en la mujer. En la calle me dicen que hay al menos un 10%.

El petróleo que extraen apenas cubre sus necesidades pero sí tienen mucho gas que exportan a Rusia a un precio muy bajo, al igual que algunos minerales y mucho algodón; además ensamblan varios modelos de Chevrolet pero, todo ello, insuficiente para hacer frente a los muchos productos imprescindibles que importan. También exportan la lana de las ovejas karakul y astracán, ambas muy apreciadas. Tienen una importante producción de oro pero, aun así, no se resuelve el problema de la balanza de pagos. Sus principales socios comerciales son China y Rusia…y así les luce el pelo. Solo un 4% de la población dispone de internet y no hay más que 2,5 médicos por cada mil habitantes. Sin embargo, y como suelo decir, gracias al partido comunista no hay nada de analfabetismo, lo que no se puede decir de España donde sobrepasa el 2%.

Llegué al aeropuerto de la capital a las 2 de la madrugada y tras un duro y lento control, tipo los de la KGB, me desplacé a Tashkent, la capital del país, donde me alojé en un viejo hotel comunista, ahora restaurado, en el que me pareció haber estado anteriormente en el año 1999. Mientras me preparaba para meterme en la cama 3 movimientos sísmicos se sucedieron en el plazo de 5 minutos y la cama, el suelo, la lámpara y yo mismo, temblamos.

Desayuno con granadas peladas, dátiles, peras blancas, uvas pasas blancas, avellanas, e insípidas naranjas que importan de china...muy buena panceta al horno (raro en un país musulmán), buenos yogures, mermeladas caseras (sobre todo la de higo) y buena miel que acompañé al queso de granja. El pan es bueno y sabroso y, como he comprobado en otros viajes, totalmente diferente de unos pueblos a otros. El café, como siempre, rabiosamente fuerte como ocurre en los países turcomanos.

Comienzo a visitar, una vez más, la capital y me detengo en una escultura conmemorativa, rusa, hecha tras 10 años del horrible terremoto de 1966 que asoló el país y además tuvo miles de muertos. Al centro, formado por espaciosas avenidas construidas en tiempo de los bolcheviques, parecen confluir todas ellas en una gigantesca plaza llamada de la Independencia. El metro, amplio y muy decorado, sigue el estilo ruso y es lugar muy vigilado por la policía a base de férreos controles: te chequean constantemente, hay muchas cámaras y anuncian penas de cárcel si haces fotos. Los trenes y los coches o vagones son muy básicos y viejos. También controlan entrada y salida de los hoteles, pasos subterráneos en las calles, edificios oficiales, bancos, etc.

El nivel de limpieza de los aseos por los que he pasado, es quizás ligeramente mejor que el de mi último viaje en 2001, pero sigue siendo deprimente. Tratando de añadir algo más de interés turístico a la capital construyeron en 2007 algo así como una réplica-prototipo de mezquita y madraza de las muchas que tiene el país. Se llama Hasti Imam y no tiene ni el diseño, ni la calidad, ni los acabados de las muchas mezquitas y madrazas existentes por el país. A su lado, en un edificio aparte y en una vitrina especial, conservan una de las 4 copias más antiguas del Corán.

Otros edificios emblemáticos de la capital son: el blanco Ministerio de Hacienda, decorado con dos preciosas cigüeñas blancas en el momento de su cortejo, el también blanco Palacio de la Música, la escultura ecuestre de su héroe de todos los tiempos, llamado indistintamente Timur o Tamerlán, el Senado y el antiguo y tradicional hotel de la época rusa llamado Uzbekistán

Aparte del esplendor del centro de las ciudades, propio de la época bolchevique, los barrios o barriadas son algo deprimentes y el pueblo vive muy humildemente. Por cierto, ahora ya tienen legalizado el aborto, lo que no tenían la última vez que estuve por estas tierras. Lo malo es que como musulmanes que son les encanta tener muchos hijos; por los comentarios que escuché, es frecuente tener cuatro. Es casi imposible salir de la pobreza cuando la población aumenta constantemente…y, por supuesto, cuando les comentaba lo de hacerse una vasectomía se horrorizaban…creo que ni querían saber en qué consistía.

Habitualmente comen como primer plato ensaladas variadas de todo tipo, a continuación una crema de verduras y como plato fuerte bien pollo o bien cordero o vaca viejos; después siempre un dulce o pastel con miel. Beben a todas horas té sin azúcar o café. Les encantan los frutos secos, los quesos, los yogures y la miel. Una de sus típicas comidas es el Plov uzbeko, algo así como nuestra paella, a base de arroz con costillas de cordero, zanahorias, pimientos, uvas pasas y ajo; es calórico y sabroso. Hay algunos panes muy ricos que llevan comino y otras especias agradables. Les encanta la coliflor rebozada en huevo, la panceta, etc.

Hacen también unas pesadísimas empanadillas rellenas de cordero viejo encebollado y hechas con pasta metida en aceite del cordero que le da sabor a sebo. Como alcohol, casi su única bebida es la cerveza; producen algo de vino pero apenas lo beben debido a lo ácido que es. Ahora cocinan con aceite de girasol y su comida sabe bien pero antes lo hacían con aceite de la planta del algodón y, aunque lo refinaban, resultaba asqueroso. Emplean mucho las finas hojas del hinojo que, para mí, no sabe tan bien como los troncos finos que nosotros añadimos a los cocidos. El pan es diferente en cada pueblo, en cada restaurante y en cada panadería. Los panaderos llegan al extremo de ponerle su sello de distinción antes de cocerlo en el horno de leña.

En sus parques y bosques aparecen los árboles de nuestro bosque templado: abedules, castaños, hayas, alisos, robles, etc. En este momento, y por la ciudad, se ve el típico castaño de indias en flor que resulta decorativo en zonas urbanas; es muy agradable ver su famoso río Afro atravesando la capital, canalizado, bordeado por el tipo de árboles que he mencionado anteriormente. El río Chirchik, es otro río que cruza parte de la ciudad de Tashkent.

Nos han comprado 2 trenes TALGO y los utilizan para la línea eje del país. Éstos tienen 3 clases: turista, business y VIP. Me han dicho que estos trenes les hacen sentirse más modernos; así que hice en uno de ellos 300 km, sin paradas, para cubrir la distancia entre Tashkent y Samarcanda, lo que me llevó dos horas. Lo encontré muy limpio, rápido y puntual. Es quizás igual de veloz que nuestros trenes Alvia. Sus estaciones de ferrocarril tienen la ostentación que tienen las del metro. El pueblo, siguiendo la máxima comunista, ha de ver lo rico y potente que es el estado...

Llego a Samarcanda y me alojo en un hotel de la cadena local llamada Asia, que tiene unos desayunos que en nada se parecen al descrito del hotel ruso de Tashkent.

Tan pronto me instalo me da por acercarme a ver nuevamente el interesante Mausoleo de su gran héroe: Tamerlan y su familia (hablo de finales del siglo XIV). Realmente su nombre era Timur pero fue herido en la guerra y quedó cojo, así que decidieron ponerle el mote de Tamerlán, que quiere decir cojo. Su gobierno y el de su astrónomo nieto, que le sucedió, extendieron su poder y su cultura por toda Asia Central, parte de la India, Irán, Afganistán, etc. y supone la mayor época de esplendor del país. Lo cierto es que cuando visito los países mencionados veo la influencia de la preciosa arquitectura que tuvo el imperio de Tamerlán y qué bien supo hacerla llegar o imponer a las naciones conquistadas. Es algo ejemplar, lleno de arte y cultura y también digno de mención cuando se habla de arquitectura islámica. Uzbekistán es, además, el país de las mil y una noches (cuentos de la sultana Sherezade).

Seguir leyendo

Pasé a echar un vistazo al hotel Afrosiab (ribera del río Afro) donde me había alojado en todas mis visitas anteriores y, dado que han transcurrido 15 años tras mi tercera visita en el 2001, ahora se le ve pequeño y anticuado; así que me entristeció pues le tenía cariño. Al siguiente día visité la mezquita que lleva el nombre de la esposa de Tamerlan, llamada Bibi de gran belleza y dimensión. También visité con mucho detenimiento la interesante necrópolis lo que me llevó varias horas. En ella están enterrados los personajes más relevantes de la historia del país, al igual que hombres santos de la religión musulmana. Es un lugar de oración y peregrinación. Un día más me dediqué, casi exclusivamente, a deleitarme con la visita al plato más fuerte de su arquitectura, a la pieza más cuidada y más emblemática de Samarcanda: EL REGISTÁN. Se trata de un conjunto formado por tres delicadas madrazas construidas, en lo que fue un gran arenal, por Timur y sus descendientes. Es una maravilla en cuanto a la proporción de sus grandes edificios, los arcos, bóvedas y fachadas de arquitectura islámica, los revestimientos de alicatados de colores, la armonía, etc. Algo que nadie debería perderse.

Desde Samarcanda y con coche me desplacé hasta Shakhrisabz, ciudad natal de Tamerlán, haciendo unos 100 km por una horrible carretera llena de curvas y grandes baches. Apenas llegué se puso a llover y no paró hasta que dejé la ciudad; así que reportaje fotográfico casi cero. En ella hay pocas cosas interesantes, pero visité la mezquita de Jasratilmom y el mausoleo de Jahongir; así que, debido al mal tiempo, cambié mi programa y decidí darme una paliza de 290 km más (llenos de millones de baches que hacían crujir al coche) y llegar al caer la noche a Bujará.

Como muchas gasolineras no tienen wc tienes que hacer tus cosas en el campo. En cualquier caso los servicios están casi siempre muy sucios y son malolientes. En el enorme valle entre Samarcanda y Bujará el tiempo cambia y los cielos se tornan tan azules que parecen mediterráneos. Desde la carretera se ven pequeños bosques de chopos, abedules, etc. Ellos llaman a esta carretera “autovía” pero es más bien un mal camino de carro lleno de enormes agujeros. Sus importantes ríos, Amu Daria y Sir Daria, pasan cerca y vierten las pocas aguas que llevan hoy en día al casi seco Mar de Aral. A lo largo de los 290 km, el valle se presenta llano y con frecuentes sembrados de trigo y frutales pero se observa un cierto atraso en las labores agrícolas y en sus humildes viviendas. Crucé la central térmica que abastece de energía esta zona y que funciona con gas. El parque de vehículos es muy viejo y los coches están mal cuidados, hasta el punto de que muchos son auténticos cacharros de más de 30 años. Importan camiones y autobuses baratos de Rusia y China. Hacer los 290 km me llevó nada menos que 5 horas. Ya en el hotel, una gigantesca tormenta de lluvia, viento y aparato eléctrico me mantuvo despierto un par de horas; el hotel parecía temblar.

La ciudad de Bujará está muy llena de turistas europeos. Muchos más de los que he visto jamás. El turismo ha aumentado mucho más aquí que en Samarcanda, fácilmente se ha multiplicado por 10 desde mi última visita. Me vuelvo a alojar en otro hotel de la cadena uzbeka Asia cuya fachada imita a la típica mezquita o madraza, lo que me parece un tanto “irreverente”.

Justamente al lado del hotel está la parte antigua de la ciudad, llamada Chor Minor, en la que hay bazares, madrazas, estanques y viejas mezquitas; todo ello muy bien restaurado. En ella, tanto su arquitectura como el remate de los edificios islámicos, no están a la altura de la delicadeza que tienen los de Samarcanda. Pero sí he de decir que es la ciudad de Uzbekistán en donde hay más bazares, y en general más tiendas de souvenires, para compradores compulsivos. Los más compulsivos son: señoras españolas de alrededor de 70 años, con hijas, consuegras, nietos, amigas y vecinas…son auténticas máquinas compradoras. Las veía caminar hacia su hotel cargadas de grandes bolsas de regalos.

Los desayunos en este hotel no pueden ser peores: se salva la mermelada de remolacha, la de higo y las empanadillas de puré de patata. Por cierto, la fantástica conexión a internet que te aseguran en la recepción cuando te registras, es como uno más de los bonitos cuentos de las mil y una noche…

Comencé por el pequeño Mausoleo de ISMAIL(Samani) y me sorprendió ver un grupo de esas compulsivas compradoras españolas dándole 3 vueltas al pequeño edificio porque, según dicen, eso trae buena suerte…tras mi larga ausencia constato que ha sido bien restaurado tanto el edificio en sí como sus inmediaciones en el parque en el que se ubica. Continué visitando la mezquita de Bolo Hauz, con preciosas columnas de madera de olmo talladas muy delicadamente. Después, la más que obligada visita a la ciudadela Ark, lugar donde, hasta no hace tanto, vivía protegido el Khan con su familia y allegados, con su propia mezquita y, todo ello, rodeado por una alta e inexpugnable muralla medieval. Visita muy interesante.

Al día siguiente continué con mis obligadas visitas: el esbelto y delicado minarete Kalyan y todo el complejo que lleva su nombre como la mezquita Poi Kalyan o la madraza Miri Ara, todo ello dentro de esa delicadeza propia de la arquitectura islámica de este país. Después la madraza de Ulugbek-astrónomo, nieto y sucesor de Tamerlán, la cúpula Toki y la mezquita Magoki Attory. Al terminar, muerto de hambre, entré en un pequeño restaurante y, además de los consabidos cuencos de ensaladas de todo tipo, que vienen siempre de primer plato, me comí unas empanadillas de espinacas y una especie de pincho moruno de pollo y, para finalizar, yogur y queso fresco con miel.

Bujará está llena de tiendas para turistas, lo que no es el caso de Samarcanda que apenas tiene. Los turistas pasan más días de estancia en Bujará que en Samarcanda. Quizás tenga que ver con el hecho de que Samarcanda, ahora con casi 500 mil habitantes, está más industrializada y no depende para nada del turismo, mientras que Bujará, más pequeña y menos industrializada, necesita de él para sobrevivir.

La gente acepta el estado policial en el que vive a cambio de paz, pocos robos y poca violencia. El precio es alto porque tiene gran inseguridad jurídica: son culpables mientras no se demuestre lo contrario y carecen de la libertad de protestar o manifestarse. Ellos reconocen que, tras la caída de la URRS en el 1991, se ha mantenido la misma KGB que tenían. De hecho, añado como dato curioso, además de los constantes puestos de control policial que hay en las carreteras, debes de mantener el certificado que te expide cada hotel como prueba de que has dormido allí, pues de lo contrario no puedes dejar el país ya que, antes de subir al avión, la policía te los reclamará y si no los tienes podrías ir a la cárcel. Así las cosas. ¿Derechos humanos? ¿Y eso qué es? Te preguntarían…

Acabada la visita a Bujará, seguí hacia el sur en el Chevrolet-Lacetti, en dirección a Urgench y Khiva: 550 km por el desierto, ¡vaya paliza! Una horrible carretera y un coche que apenas tenía suspensión, ya que sus amortiguadores ya estaban muy gastados y debían enfrentarse a los millones de baches, grandes, profundos y muy difíciles de esquivar, que lamentablemente notaba constantemente en mis huesos…al final llegué…pero molido. En ese larguísimo y pesado recorrido solo me encontré con un par de burros que iban a su aire junto con algunas ovejas. En el terreno, arenoso y con dunas, solo crece algún pequeño matorral. Aunque sea un desierto hay férreos controles policiales cada 50 km, bien buscando un posible terrorista, bien buscando la consabida mordida o bien para justificar su sueldo.

Están actualmente construyendo una nueva carretera por este desierto; pero esta vez en hormigón con un espesor de 30 cm.

Hice una parada justo en un punto en el que esta carretera pasa a orillas del mítico río Amu Daria, que separa este país del de Turkmenistán, y contemplé la ribera y el oscuro desierto de ese país que, hace 17 años, atravesé en un 4x4 en compañía de mi hijo. Al llegar a las proximidades de khiva se acaba el desierto y sus arenas se convierten en tierras muy fértiles con verdes huertos y hermosos frutales. Así se explica la existencia de la tan antigua e histórica ciudad de Khiva que iba a visitar por segunda vez.

Por el lado de Uzbekistán el desierto se llama Kyzyl Kum y por el lado de Turkmenistán se llama Karakum. La famosa Ruta de la Seda está obligada a pasar por estos desiertos pues, al dejar Baku y tras atravesar el Mar Caspio, penetra en Turkmenistán y va en dirección a Mary para subir hacia Bujará, Samarcanda, etc.

Desde Khiva, ya cerca del casi seco Mar de Aral, se contempla la poca cantidad de agua que discurre por el famoso río Amu Daria que vierte sobre él y que apenas le aporta el agua que diariamente se evapora por efecto de las altas temperaturas y las constantes brisas. El intenso riego por inundación, utilizando las aguas del Amu Daria, hace que el río baje con poca agua. Igualmente el Sir Daria no aporta suficiente agua como para que el Mar de Aral vuelva a tener la enorme dimensión que tuvo hace solo unas décadas.

Repetí en Khiva las visitas hechas hace unos años: El Minarete inacabado, el complejo Kuhna Ark y las mezquitas del khan de verano y de invierno; además el trono del Khan, la Mezquita del Viernes con sus preciosas columnas de madera y su minarete llamado Islom Khodja, el museo de manualidades, el Mausoleo de Pahlavan Mahmud, la madraza antigua convertida en hotel y lo más importante de todo: la fantástica muralla medieval.

Otros comentarios del viaje:

Tienen las bañeras más altas del mundo aunque ellos sean pequeños y casi necesiten una pértiga para trepar sobre ellas.Cumplí ampliamente con mis expectativas y el tiempo atmosférico fue perfecto; además no resultó caro debido a los bajos precios de la divisa uzbeka. Ellos se saludan entre sí con una gran fraternidad: se estrechan la mano derecha mientras la izquierda la ponen sobre el pecho o corazón, al tiempo también que se acercan sus caras como fingiendo un beso. Me sorprendió que no comieran humus, algo tan típico en los países árabes y turcomanos.

Presumen de ser un estado laico pero son oficialmente en un 93% de religión musulmana y, todos, cuando pasan delante de una mezquita pasan con las manos abiertas por delante de la cara en señal de respeto. A las chicas jóvenes, por supuesto muy felices de estar instaladas en el sistema laico, se las contempla como el elemento motriz del avance liberal del país pero, los chicos, parecen seguir todavía con el comportamiento musulmán en cuanto a no aceptar el avance de las libertades de ellas.

Al igual que en otros viajes he seguido viendo mujeres con la totalidad de sus dientes en oro. En viajes anteriores solía hacerles fotos cuando me ofrecían su sonrisa, orgullosas de su dentadura. La sanidad es tan mala que cuando se trata de una enfermedad o intervención importante, la gente se va a los hospitales privados de La Unión India, 3 horas de vuelo, donde, por supuesto, han de pagar un alto precio y además en dólares; por ello la gente te duplica el cambio oficial del dólar o euro a fin de conseguirlos sea como sea…

Hasta otra.