Senegal(el) 86

Enero 86

Llegué a Dakar en un vuelo desde Malí, tras haber hecho una parada en el Alto Volta llamado oficialmente, desde hacía tiempo, Burkina Faso. El pasaje, que utilizaba viejas fiambreras para comer el arroz con pollo, descansaba sus pies desnudos sobre los asientos delanteros a la par que, de vez en cuando, se sentían inspirados y escribían con bolígrafo (más chulo que con un vulgar lápiz) alguna frase que, por supuesto, yo no entendía. A la hora de despegar, la puerta de entrada al avión no funcionaba y tuvieron que recurrir a lo primero que encontraron a mano para que no se abriera en vuelo. La compañía aérea, African Air, utiliza aviones pequeños de segunda o tercera mano.

El descenso al aeropuerto lo hicimos a través de una fuerte tormenta de arena que impedía ver la pista de aterrizaje y hasta la propia ciudad de Dakar y sus luces. Por las calles de la ciudad la arena se me metía en la nariz, en la boca, en los ojos. En el suelo se producían montones de arena. Era un maldito harmattan, viento del Sáhara que azota esta zona del Sahel hasta marzo o abril.

Durante dos días visité el mercado del Kermel, que no vale nada, salvo los puestos con camarones y alguna pieza de madera que venden a los turistas. También di una vuelta por el museo de I.F.A.N de máscaras y alhajas de no mucho valor. No hablemos de la Medina, que de medina árabe no tiene nada y que está formada por unas callejuelas con tiendas y puestos de muy poco valor.

El tercer día salté a la isla de Goree donde los blancos guardaban a los nativos, llamados entonces “madera de ébano”, hasta la llegada de los barcos de esclavos. Por la tarde-noche, y mientras caminaba por la ciudad, ya caída la noche, vi como en el interior del portal de una casa acababa de colgarse un hombre. Nadie me vio presenciarlo, así que salí corriendo para evitar las declaraciones policiales.

El tiempo fue siempre asquerosamente polvoriento y tomé pocas fotografías porque, además, venía de un largo viaje por África y me quedaba solo medio carrete de fotos. Comprar carretes por aquí era perder el dinero pues estaban estropeados por el calor o caducados.

El día 28 de este mes de enero llegaban a la meta los bólidos del París-Dakar. En esta ocasión el itinerario fue largo y muy difícil: Argelia, Níger, Malí, Mauritania, Guinea y Senegal. No pude encontrar billete de avión más que para el día 26, así que no pude esperar para ver la llegada pero sí pude ver el lugar de la llegada y contemplar el ambiente, los preparativos, la televisión extranjera, etc. De todas formas, como no soy muy aficionado y como tampoco podía hacer foto alguna…en fin, que no me fui demasiado triste. Lo que si supe, 2 días después, fue que de los 282 coches que comenzaron la prueba, solamente 71 llegaron a la meta y que 7 participantes murieron. Un verdadero drama. Ganaron conductores franceses con un Porsche 959, un Honda y un Mercedes.

Los senegaleses son más agradable y hospitalarios que los del resto de esta región subsahariana. Eso si, son miles los que te asedian para venderte algo. Los hoteles, muy caros y pocos, estaban llenos y resultaba difícil encontrar habitación debido a la llegada del Paris-Dakar. El país, independiente de Francia desde 1960, tiene una población que creo anda por los 5 millones y viene teniendo una superficie equivalente a un tercio de la de España; está más adelantada, a nivel de renta por habitante, que sus vecinos de la región. Dakar anda ahora por los 500 mil habitantes.

En cuanto a las etnias, el grupo étnico wolof, el predominante, anda por el 40% y los serer y fulani (a los que yo siempre llamo peul) sobre un 15% cada uno; el resto son diola, mandinga, etc. Todos ellos son musulmanes sunitas y, además del francés que es la lengua oficial culta, hablan las lenguas de cada etnia más un dialecto sudanés que se lo han apropiado.

Senegal y, más concretamente, Dakar, no tienen mucho interés para el viajero. Su zona turística de la costa tampoco tiene mucho valor.

Hasta otra.