India(la)-El Norte 05

Año 2005

Mi primera visita a la India fue allá por 1976. En aquel entonces la miseria, la suciedad, el hambre, el desamparo y la muerte por la calle eran algo habitual. Las cabras y las flacas vacas andaban sueltas por las calles comiendo las basuras, los cartones, las colillas, papeles, plásticos y trozos de tela. La gente no tenía para comer y sus chozas, hechas de cualquier cosa menos material de construcción, tenían el tejado cubierto con el estiércol seco de las vacas sagradas pues aísla bastante del frío y del calor. Me refiero al Norte de la India pues el Sur siempre ha corrido mejor suerte: las vacas no son sagradas, se comen, las tierras más fértiles, la población no tan elevada y concentrada, menos diferencias sociales, etc.

Tras varias visitas a lo largo de las últimas décadas, he podido constatar que las cosas mejoran a una velocidad vertiginosa. No era creíble pensar que donde había unas miserables chozas aparecieran de repente enormes edificios de apartamentos. Que proliferaran los coches, las bicicletas y las motos. Aquellos millones de personas que deambulaban por las calles ahora habían desaparecido pues o bien estaban trabajando o iban en coche o en autobús.

Lo único que no ha cambiado en la India ha sido su enorme superficie, 6 veces la de España, pero su población de entonces pronto será doblada: de aquellos casi 600 millones de habitantes del año 74 ahora se acerca a los 1000 millones. Su avance en tecnología ha sido impresionante. Han demostrado ser muy inteligentes, muy agresivos, (comercialmente hablando), tremendamente competitivos y liderando su nuevo sistema capitalista mejor que muchos países europeos. Han dado al mundo una verdadera lección que, de alguna forma, ha dejado a la fulgurante China “boquiabierta”.

Lamentablemente algunas cosas no han cambiado. Por un lado el sinnúmero de idiomas oficiales que complican la comunicación entre ellos mismos (a veces recurren al inglés para entenderse), las diferencias entre clases junto con sus malditos orgullos y arrogancias, sus múltiples y radicales religiones que les lleva con frecuencia a enfrentamientos, la violencia entre las etnias…en fin, no hay nada perfecto.

De aquel Benarés que visité en 1974, (muy religioso pero con roña de siglos y con sus malolientes y mugrientas incineraciones vertiendo a un asqueroso Ganges) al que visito ahora, hay un mundo de por medio: calles limpias, basura ordenada, escalones nuevos que conducen al limpio Ganges, incineraciones ordenadas y limpias…Otro mundo distinto y mejor.

Es una gran satisfacción para el viajero ver como mejoran los países pobres de Asia y cómo sus gentes van acortando distancias en niveles de educación y protección social con la Europa desarrollada. Por supuesto ver nuevamente la India con su Taj Mahal, los palacios, sus jardines, sus gentes, el Ganges, los santones, etc. es siempre un placer para un viajero.