Costa Azul (III) 16
Junio de 2016
Llegué a Niza en tren, procedente de Florencia, tras un transbordo en Milán. Me habría detenido en esta última para recrearme con su impresionante Catedral y su cuidada puerta tallada en fundición, pero la constante lluvia me hizo desistir; así que continué mi viaje hasta Niza.
Entré en una Francia algo desordenada debido a las muchas huelgas que había en ese momento y todas debidas a leyes laborales severas que iban a ser aprobadas por un Parlamento controlado por los socialistas. Me tocó sufrir la incomodidad de la huelga de trenes pues me supuso hacer colas y soportar las cancelaciones. Las huelgas en este país son muy frecuentes y muy duras para el ciudadano de a pie. Las sufrí en mis carnes durante el tiempo que viví en París.
Me alojé en un hotel cerca de la estación desde donde, cada mañana, intentaba tomar trenes para Montecarlo, Cannes, Antibes, etc. En media hora los trenes de cercanías te llevan desde Niza a Montecarlo o bien a Cannes que está en dirección opuesta. Recorrí la Niza edificada hace más un siglo: el hotel Negresco, el Plaza, el West End, etc. todos muy famosos en aquellos tiempos. También visité las viejas instalaciones de su playa de grava, paralela al conocido Paseo de Los Ingleses, todo ello recordando los años 30 del siglo pasado cuando la Costa Azul comenzó a ponerse de moda reforzada con el Festival de Cannes que permitía al cine de vanguardia americano huir de la persecución de la CIA.
El barrio viejo, cerca del mar y con calles peatonales, está lleno de tiendas, hotelitos y pequeños restaurantes; es el lugar preferido por los turistas a quienes encanta sentarse en las terrazas para degustar la cerveza y la comida niçoise. Hay bastantes calles de nuevo trazado y edificación que han sido construidas siguiendo el estilo de la Belle Époque. También hay calles comerciales y peatonales que invitan a comprar.
Busqué un momento para ver la película titulada Alicia, de Almodóvar, que dos semanas antes había sido presentada en Cannes. La calle Massena, llena de pequeños restaurantes, es otro lugar con ambiente agradable para cenar o tomarse una cerveza en cualquier momento. La Avda. J. Medecin y la Plaza Massena son también lugares que atraen al visitante.
Me desplacé a Cannes para visitarla una vez más disfrutando de un hermoso día de sol y recorriendo las bonitas playas artificiales de arena blanca, el barrio viejo, el club de yates, el Palacio del Cine, (en donde hace una semana se celebró el conocido Festival de Cannes), la playa vieja, (antes de grava y ahora con arena), la subida al viejo castillo, el mercado de flores y verduras, etc. etc. Contemplar las fachadas pintadas con motivos relativos al arte del cine o bien acercarse al Palacio del Cine para ver las huellas de las manos de muchos actores famosos, supone un placer para los amantes del séptimo arte.
Cannes está bien conservada. Todo está bien pintado, con calles y aceras muy cuidadas; las fachadas también, al igual que los establecimientos y lugares públicos, las playas, etc. El standing es superior al de Niza, lo que conlleva precios más altos. Pero el barrio viejo de Niza es más amplio y está mejor restaurado que el de Cannes y además está más concurrido.
Volver a Mónaco es siempre agradable: el orden, la limpieza, la calidad tanto en la edificación antigua como en la moderna, el área del casino y los
prestigiosos hoteles, las terrazas, los puertos deportivos que alojan embarcaciones de ensueño, el palacio Real y su casa de la gendarmería, las callejuelas antiguas con sus tiendas y restaurantes, los jardines y hasta su estación de ferrocarril.
Está más cuidada que Niza y que Cannes, todo es mucho más caro y, por supuesto, no se ven inmigrantes deambulando por las calles sin trabajo ni techo. No están en la Unión Europea y son muy severos en cuanto a la selección de los extranjeros que entran en su país. Siempre es agradable visitar este Principado.
Me voy en tren a Antibes, visito el museo Picasso donde contemplo dos esculturas de Miró: la mujer y el pájaro y la mujer del mar. El museo apenas tiene nada de Picasso salvo el hecho de que vivió un tiempo en Antibes. Recorrí la ciudad vieja y la antigua, el puerto deportivo, pasando por la escultura de un busto de grandes dimensiones hecho con letras de acero inoxidable pintadas en blanco; digamos que repetí mi última visita de hace unos años.
Antibes es, realmente, una pequeña y limpia ciudad veraniega muy ordenada, sin indigentes, con un amplio puerto deportivo y una fortaleza medieval.
No me extrañaría que volviera por aquí cualquier otro día.