Camboya 93
Agosto de 1993
La entrada en el país, llamado también Cambodia o Kampuchea, fue un poco diferente a lo habitual; me llevaron a una habitación y me dieron una lección en la que se incluía: cómo detectar las minas, cómo marcarlas para que las vean los demás y cómo caminar por donde podría haberlas…Más tarde lo comprendí pues me fui encontrando con caminos y terrenos minados.
Tras la obligada lección salí del aeropuerto y me dirigí a la capital Phnom Penh; por el camino, pude constatar que todos los puntos estratégicos como carreteras, mercados, aeropuerto, etc. estaban tomados por los cascos azules de la ONU, en tanquetas, y por las tropas del ejército regular del país.
La situación era muy tirante. Los jemeres rojos estaban continuamente dando golpes de mano, principalmente en la zona norte, justamente el área adonde yo, fuera como fuera, tenía que llegar dado que allí se encuentran los templos de Angkor.
Camboya tiene una superficie equivalente a un tercio de la de España y una población de 8 millones, la mayor parte de ellos budistas. El idioma oficial es el Jemer. Se trata de un país con mucho colorido, con bella y frondosa vegetación y con una encantadora y risueña hospitalidad. Su historia arranca con la civilización Jemer en el siglo VI y está muy ligada a diversas invasiones de los thais desde Siam para, finalmente, pasar a ser un protectorado francés desde 1863. En 1946 proclama su independencia y la consigue, realmente, en 1954, fecha en la que los franceses dejan Indochina. En 1960 el príncipe Norodom Sihanouk, apoyado por comunistas, pasó a ser jefe de estado. En 1970, Lon Nol, apoyado por la CIA, derrocó a Sihanouk para, en 1975, caer de nuevo y entrar, otra vez, los comunistas quienes colocaron como presidente a Pol Pot, maoísta, el cual se apresura a manda asesinar a 1,5 millones de ciudadanos.
En 1978 los vietnamitas invaden Camboya y forman un gobierno pro-soviético, haciendo huir a los jemeres rojos. Finalmente, y durante el último año, ha habido unas elecciones democráticas y Sihanouk ha regresado, invitando a los jemeres a unirse a él pacíficamente. Éstos, por el contrario, siguen dando golpes de mano tratando de debilitar el nuevo régimen democrático.
Es un país de gran belleza natural, muy verde, con mucho colorido, con restos históricos de gran belleza artística y muy hospitalario por lo que, una vez asentado el sistema democrático, podría convertirse en un país eminentemente turístico. Las gentes son una mezcla de thais, hindúes, indonesios y malayos.
Está todo muy atrasado y se ve un elevado número de ciegos, cojos, raquíticos, etc. típico del tercermundismo en el que vive. Su renta per cápita es de 300 dólares. PHNOM PENH, con 2 millones, tiene el encanto que le dan los múltiples templos con tejados y colores thais además de la influencia que le proporciona el río Mekong a su paso por ella.
De la capital viajé por diversas provincias utilizando camionetas y, algunas veces, una pequeña avioneta de hélice (en la que viajaban los “jefes”) la cual siempre tenía problemas mecánicos y, para colmo, volábamos con muy mal tiempo. Por fin llegué a la zona de ANGKOR, donde el ejército estaba luchando contra los jemeres rojos y, precisamente, muy cerca de los templos famosos cuya visita, después de tan largo viaje, era obligada.
Afortunadamente los cascos azules de la ONU protegían los caminos por los que tenía que pasar para poder contemplarlos. Éstos, de grandes dimensiones, aparecen de repente en medio de la vegetación selvática mostrando el poderío de lo que fue el gran imperio Jemer entre los siglos X y XIII. Así que de esa forma, y escuchando obuses todo el tiempo, pude quedarme dos días oculto al pié de los templos para disfrutar de ellos. Por la noche despertaba mil veces sobresaltado por el estruendo. Pues bien, conseguido el objetivo de mi viaje inicié mi regreso, por donde vine, y me desplacé a Laos, país vecino.
Hasta otra.