Tailandia 15

Enero de 2015

La primera vez que visité Tailandia fue en un sofocante y húmedo agosto de 1973 cuando la gente todavía no llevaba ropa, no, llevaban harapos; su miseria era impresionante…eso sí, el país estaba tomado por los militares que, entonces, eran los únicos que podían comer decentemente debido a la dictadura militar que ya llevaba “ejerciendo” unos 30 años… a veces con un rey de pantalla. El transporte era con el rickshaw humano de a pie; más tarde vino el de la bicicleta, o bien se utilizaban las barquitas por los canales. Me alojé en el hotel Siam, entonces había muy pocos hoteles y, ya en aquellos tiempos, estaban abiertos los templos budistas de hoy en día. Por supuesto el mercado flotante era auténtico y no el show que se montó después; el paso del tiempo, pero sobre todo el turismo, estropean todo lo verdaderamente auténtico. En aquel entonces las casas del país eran casi todas de madera.

En mi segunda visita, en el 76, la gente comía algo más y la prostitución también había ido a más: estaba por todas partes; en esta ocasión visité Ayutthaya, los cementerios aliados, el río Kwai, etc. La población había llegado ya a los 40 millones. En mi tercera visita, en 1995, vine con mis hijos y, haciendo yo un esfuerzo económico, nos alojamos en el Hotel Royal Garden situado en el Gran Canal, que les entusiasmó. Después pasamos unos días en Phuket, frente a una playa virgen de varios kilómetros. En esos días se detuvo aquí, en Bangkok, al famoso Roldán, Ministro del Interior con el PSOE que estaba fugado. Mi cuarta visita fue en el 98 en la que me centré, exclusivamente, en el norte del país: mujeres jirafa, Chiang Rai, Chiang Mai, etc.

Yo regresaba de mi viaje a Lorosae, la antigua Timor Oriental, para asistir a la creación del nuevo país. Durante los siguientes años hice escalas en Bangkok proveniente de China, Indonesia o Vietnam. Así que, en cualquier caso, llevaba bastantes años sin venir por aquí.

País de tamaño similar al de España y con una aparente Monarquía Constitucional, unida al ejército, tiene una población de 66 millones y es un popular destino turístico. Su conocida capital Bangkok cuenta con una aglomeración urbana que pasa de los 7 millones. Su divisa es el baht, pero ellos prefieren los dólares. Hay algunas provincias del sur, con mayoría musulmana y lengua malaya, que tienen extremistas islámicos y guerrillas, lo que supone un problema para el gobierno del país y por ello la pena de muerte está en vigor. El 99% de la población es de etnia thai y el 1% chino. Todos hablan el idioma thai y en cuestión de religión son 85% budistas, 10% musulmanes y el 5% ateos.

Su renta por habitante es la quinta parte de la de España, apenas hay paro y tienen un 3% de inflación. Producen mucho arroz, principal alimento, mandioca, maíz, caña de azúcar, plátanos, café, tabaco etc. así como madera de teca, sándalo, etc. En la industria tienen mucho estaño, plomo, zinc e importantes fábricas textiles y de maquinaria que exportan. La calidad de la sanidad es muy baja pues no llegan a 0,5 médicos por cada mil habitantes. Todavía hay mucha tuberculosis y malaria en el campo.

Pasé la Nochevieja durmiendo pues llegué en un vuelo de la Thai el mismo día 31 de diciembre y con el cambio horario no podía con mi alma; tan cansado estaba que ni los fuegos artificiales que había al lado del hotel fueron capaces de despertarme. A la mañana siguiente me encontré con un Bangkok con tiendas y grandes almacenes, solo para turistas, muy animados por las rebajas…los extranjeros, muchos pues es temporada alta, se hacinaban con desesperación para comprar de forma compulsiva. Los europeos, a quien los “engañan como a chinos”, estaban comprando ropa cuyo precio en las rebajas de aquí era más alto que en su país antes de las rebajas…La gente no quiere informarse, no, lo que quiere es comprar porque en su país le han dicho que aquí todo es más barato…y lo es, pero solo las imitaciones; el resto, salvo algún lugar libre de impuestos, es más caro que en España.

Es cierto que existen unos almacenes, llamados King Power Komplex en los que, justo al entrar, han puesto unas estanterías con productos de perfumería muy baratos y cuyos precios en su propio país toda mujer conoce; la gente piensa entonces que todo el almacén es muy barato y a continuación siguen comprando sin darse cuenta del truco.

Otro truco consiste en venderles ropa de buenas marcas pero de una o dos temporadas pasadas y, por cierto, con muy poco donde elegir pues se trata de restos…en fin, el irrefrenable comprador cae en la trampa fácilmente pues no puede evitar la tentación y va y compra(!)

Es agradable callejear, al norte, al sur…es igual, el caso es que vas descubriendo nuevos rascacielos o enormes torres, seguramente diseñadas por reconocidos arquitectos. Como contraste de esa alta edificación se pueden atravesar manzanas enteras de casas bajas, humildes y en lamentables condiciones, habitadas por gente muy pobre que vive en malísimas condiciones. Así son los rápidos avances capitalistas: rascacielos rodeados de pobreza, dentro de un ambiente muy contaminado y con olores pestilentes de sus pozos negros ya que ni siquiera tienen, una elemental red de alcantarillado.

La mano de obra ha subido pero sigue siendo muy barata pues suele haber 2 ó 3 personas haciendo un trabajo que lo podría hacer una sola. Este es un paraíso para los empresarios. Tailandia ha pasado de ser un destino oriental encantador a ser un lugar algo hortera que no recomendaría a nadie; claro que, pensando en el actual Vietnam…no sabría con cual quedarme. ¡Todo se va destrozando!

La sonrisa y amabilidad de los thai, junto con sus gesticulaciones ínclitas, no engañan al visitante que es consciente de que el servicio es flojo. Un tipo local me decía que ellos sonreían porque no hablaban ni entendían inglés; si les decías buenos días, sonreían, si les decías cualquier cosa, aunque fuera un insulto, también sonreían…la sonrisa era su dulce disculpa por no entenderte. Por otra parte su pronunciación del inglés, con su fuerte acento, es tan mala como lo sería la de un español que hablara en chino o en tailandés. Horrible.

He recibido más amabilidad espontánea por parte de las mujeres que de los hombres y, de ellas, además de que tienen caras bonitas, también diría que van todas, sin excepción, muy bien maquilladas y con sus pestañas postizas; en cuanto a la ropa se las ve también muy finas, lo que no diría de los tarugos de los tíos. Así que ellos son de poca utilidad ya que tampoco se esfuerzan en hablar inglés, son zafios, mal vestidos…¿en qué otros países habré visto tíos así?

Recorrí algunas provincias al norte de Bangkok y, sobre todo, la famosa Ayutthaya que ya conocía de otros viajes. Quizás lo más agradable del viaje fueron mis recorridos por ríos y canales y la curiosidad por las gentes que viven sobre el mismísimo agua en palafitos con acceso directo al agua. Su vida, en contacto con las aguas, su pesca, sus coladas, su curiosidad constante por saber quién pasa por el río, etc. hizo que lo encontrase muy interesante.

En cuanto a los numerosos y delicados templos y budas que hay en la antigua provincia-capital de Ayutthaya, mis fotografías aportan poco ya que estaba oscuro, cubierto o lloviznaba…Aquí no hay forma de predecir el tiempo, ni siquiera de hoy para mañana.

El europeo u occidental, en general, quizás sobrevalora la arquitectura tailandesa. Es muy cierto que tiene mucha belleza, exotismo, delicadeza, colorido, estilo oriental, ornamental, etc. pero no es menos cierto que sus estructuras, materiales, trabajo, dimensiones, etc. no están a la altura de una simple catedral, hecha con grandes piezas de piedra y pocas veces construida con menos de 50 años de trabajo; ni tampoco del mérito o esfuerzo que supone construir, en esa misma piedra, un palacio con todos los detalles de voladizos, pequeños arcos, balcones, esculturas, etc. que conlleva. Quizás sería demasiado severo si considerara la edificación tailandesa objeto de diseño, decoración, ornamentación, colorido, etc. en vez de admitirla o colocarla a la altura de las gigantescas arquitecturas románicas, góticas, renacentistas, etc. de nuestro mundo occidental. No sé, tú mismo, yo solo hago el comentario.

Es, quizás, uno de los destinos preferidos por los españoles cuando viajan fuera de Europa. Viajan normalmente en grupo y los guías locales contribuyen a que se interesen mucho por su cultura, su cocina, sus tradiciones, sus leyendas y, sobre todo, ese budismo dulce y humano que atrae de forma natural por su sencillez; así que, cuando el español se va lo hace enamorado de Tailandia y con simpatía hacia el budismo, por lo que desea regresar. Todos aprenden y diferencian los tres saludos ínclitos que el thai hace con sus manos. Hay muchos españoles conocedores de este país y de su cultura. Enhorabuena a todos.

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OTROS COMENTARIOS

La policía tiene ese aire superior que corresponde, lamentablemente, con un país que ha estado muchas décadas bajo una dictadura. Por cierto, uno llega a empacharse de la imagen del rey que está en grandes posters y por todas partes.

El llamado aquí skytrain, tren elevado, es el medio más rápido, sencillo y limpio para desplazarse por el amplio centro de Bangkok. Los trenes son de muy buena calidad y el servicio también. En las estaciones van colocadas unas pantallas transparentes, de seguridad, justamente delante del lugar donde el tren se va a detener y con puertas de acceso exactamente enfrentadas a las del tren y con automática apertura y al mismo tiempo. Así está también en Hong Kong. De esta forma nadie puede caer a la vía. Deberíamos tenerlo en todos los metros europeos.

Los taxistas se niegan a poner el taxímetro y si no es por la cantidad que ellos dicen o por la que, tras el regateo, llegas a un acuerdo con ellos, no te llevan y se largan. He llegado a la conclusión de que su tarifa es demasiado baja. Llegué a esta conclusión cuando, tras haber pagado por una hora de taxi y 100 km de recorrido, entré en un súper, compré algo de comida y comprobé que me costaba más que el taxi. La gasolina cuesta 0,80 euros, lo que resulta caro para su nivel de vida. He comprobado, en más de una ocasión, que a las ambulancias, a pesar de tener en marcha su sirena, ningún conductor parece hacerles caso, lo que quiere decir que nadie se aparta.

Hay frangipanis y buganvillas por todas partes y saben aprovechar la producción de cocos mejor que en los mares del sur: obtienen azúcares, aceites, copra, productos de cosmética, refrescos, leche, etc. Para conseguir mayor producción de cocos desvían agua de los canales y la hacen correr por surcos que hacen entre las palmeras lo que las hace más productivas. Por cierto, la cerveza local Chang Thai es muy agradable, al menos para un tipo como yo, no muy experto en cervezas.

Visitar los templos, pagodas, etc. en Bangkok supone estar dispuesto a saltar por encima de la gente constantemente pues no limitan el número de visitantes y tanta gente hay que no hay forma de hacer una foto “limpia” de “personal”.

Las aceras, estrechas en general, están llenas de baches, de postes de teléfono, de bicicletas y motos, de carritos con comida, de vendedores ambulantes, etc. son una verdadera pesadilla pues caminas esquivando a unos y otros. Como ahora estamos en los meses de menos lluvia el olor de las fosas sépticas se hace insufrible en algunos rincones de las ciudades. Los cables telefónicos se agolpan a miles en los postes y forman unos enormes ovillos. Hoy en día este tipo de cables van enterrados en las ciudades modernas. La gente que trabaja en las oficinas come frecuentemente en la calle pues hay una especie de carritos-chiringuitos-restaurantes en los que les hacen frituras de todo tipo al tiempo que les preparan unas mesas y sillas de tijera plegables que adosan a la pared de las casas. Por supuesto el peatón debe caminar sorteando todo este tinglado y sin mirar lo que comen para no tropezar y caerse.

La famosa zona de Khaosan Road resulta muy popular y hortera y está llena de marines americanos de paisano; no hay tipismo alguno, es más bien un gueto para los forasteros. Todas las tiendas venden los mismos productos que, por cierto, son de poco valor. Los locales, me refiero a las gentes thai, no pueden acudir a las tiendas de los turistas y pagar esos precios desorbitados. Mi hotel, sin grandes pretensiones pero con 38 pisos, me permitió otear las barriadas bajas y los rascacielos. Ni el lamentable contraste entre ellos ni el futuro inmediato del país parecen halagüeños.

En mi vuelo de regreso una joven pareja española llevaba con ellos en el avión dos niños mellizos de pocos meses que acababan de adoptar en el país. El tiempo, agradable, no caluroso y sin apenas lluvias, no me ayudó en mi reportaje fotográfico ya que estaba frecuentemente cubierto y, por tanto, mas bien oscuro. Otra vez será.