Bulgaria 22
Octubre de 2022
Había estado en Bulgaria anteriormente en 1969 y en 2013. Ahora la población total se acerca a los 7 millones de habitantes y Sofía, su capital, pasa de 1 millón. He observado que en estos años transcurridos el país ha mejorado sensiblemente. Sin embargo, diría que, al igual que antes, jamás recogen las suciedades de los perros y que en muy pocas aceras se puede caminar con seguridad por faltar baldosas o faltar compuertas o tapas de registro del agua, electricidad o desagües.
En los hoteles, las habitaciones se limpian y se cambian las toallas cada 3 o 4 días y es inútil que digas algo o patalees.
Sigue el cambio de 1 € igual a 2 levas. Algo muy bueno debo de decir sobre los conductores búlgaros: son extremadamente cumplidores con los pasos de cebra. En fin, salvo algunas calles en las que se ubican edificios gubernamentales, las demás no son muy transitables.
Las gentes, salvo algún intento de pedirte por las cosas más de lo que valen, tienen un comportamiento y honestidad superior a la de los inmigrantes búlgaros que recorren actualmente España. Pero, ojo, cuidado los extranjeros con los taxistas…
Usan muchas prendas de vestir negras y tiene un 10% de población musulmana que supongo proviene de la época otomana.
Ahora, en octubre, las noches son frías y la temperatura baja hasta los 5º grados, pero, afortunadamente, sube a 21/22º para las 14h. Están en el mismo paralelo que el norte de España, pero la altura de Sofía, al igual que la de Madrid, de 600 m s. n. m., hace que cuando falta el sol la temperatura baje precipitadamente.
A resaltar de los búlgaros de Sofía que, además de ser amables, casi todos chapurrean un poco de inglés, lo que es muy conveniente para los visitantes. Se comprende su necesidad de hablarlo un poco, ya que su idioma, el búlgaro, carece de utilidad para ir por el mundo como les pasa también a los suecos, daneses, noruegos, rusos, etc.
En la época del comunismo ruso, y así ocurrió en Bulgaria, las ciudades eran diseñadas con amplitud de forma que se construían grandes plazas, largas y anchas avenidas para desfiles militares, grandes bulevares, muchos jardines urbanos, etc. y por supuesto enormes edificios de escasa arquitectura y comodidad. En este tipo de edificios de la época rusa todavía se alojan en Sofía un cuarto de millón de personas.
Las visitas que considero interesantes en Sofía son: La bellísima Catedral de Alexander y su larga y ancha avenida, la iglesia rusa de San Nicolás, la Basílica de Santa Sofía, el larguísimo y muy agradable Bulevar de Vitosha con terrazas llenas de bares y restaurantes y algunos edificios emblemáticos de época rusa en donde se alojan ministerios, grandes bancos etc. Hay una sinagoga, una mezquita, etc. Hay un entretenido mercado de pulgas frente a la catedral de Alexander en donde venden desde iconos ortodoxos a medallas militares de la época rusa.
Fuera de la capital hay visitas recomendables como la de Boyana, lugar donde en el interior de una diminuta iglesia se encuentran las pinturas más antiguas y auténticas del mundo ortodoxo búlgaro. En el jardín que rodea la iglesia hay unos antiguos cedros de gran envergadura. De este lugar, y tras unas dos horas de conducción, puede uno llegar al precioso monasterio de Rila, situado a 1.200 m de altura y rodeado por montañas de casi 3.000 m. Sus pinturas, iconos y edificios, hacen de este lugar una visita muy interesante que entra de lleno en la historia y cultura que acompañan a su religión ortodoxa. Derruido en varias ocasiones, Rila, es un lugar de peregrinación y oración para los creyentes y un icono para todos los búlgaros. No tienen Papa, pero tienen “Patriarca.”
Otra visita interesante es Plovdiv, a unas 2 horas de coche desde Sofía. Hacía 9 años que no visitaba esta ciudad, segunda por población de Bulgaria, en cuyo centro se visitan ruinas romanas del siglo I y vestigios de la dominación macedónica y otomana, pues ambas estuvieron aquí durante varios siglos. Comimos en el barrio de Kapana, con estrechas calles peatonales y decenas de restaurantes muy visitados por turistas. Tras la comida encontramos una pastelería en donde comimos pastelillos de baklava empapados de miel y con frutos secos.
He visitado algunos de sus pueblos y me han parecido aceptablemente bien construidos a base de ladrillo cerámico de calidad y con teja árabe sobre sus cubiertas. Todas las casas del pueblo, delante o detrás, tienen su buena parra de uvas.
En el bosque del paisaje búlgaro quiere aparecer el otoño, pero no será hasta finales de este mes de octubre cuando se verá el precioso espectáculo. Dentro de su bosque templado abunda mucho el abedul.
He probado los platos típicos tanto en el hotel como en otros restaurantes y, si bien no he rechazado ninguno, lo cierto es que no son nada especiales salvo aquellos que llevan tomates y/o pimientos asados por ser ambos excepcionalmente buenos. Este es el caso del karakachan y algunos otros platos. En cuanto a la bebida, tienen buenos blancos y no malos tintos y abundan los buenos chupitos de 40/50 grados de alcohol que ellos llaman rakia (aguardiente de los Balcanes) para los que emplean una buena docena de diferentes frutas dulces. Los toman a pequeños sorbos como aperitivo. A mí me gusta el rakia de ciruela.
Además de exportar gigantescas cantidades de cobre, exportan esencia de rosas pues tienen amplias zonas del país con grandes plantaciones. Al parecer se necesitan 3 toneladas de ellas para conseguir un litro de esencia.
Durante mi estancia de una semana el tiempo atmosférico ha sido inmejorable. El PIB per cápita es de 9.800 €, el de España 25.500.
Hasta otra.