Mali 97

Noviembre de 1997

Generalidades

Malí tiene una superficie equivalente a la de Francia y España juntas, de la cual más de la mitad es desierto y el resto forma parte del Sahel, área al sur del desierto del Sahara que comprende varios países africanos. Es un país bonito aunque muy pobre.

La vida, la agricultura, las poblaciones, la cultura y la historia están siempre en las riberas del inmenso río Níger que atraviesa el país diagonalmente. Independiente del imperio colonialista francés desde 1960 forma parte, ahora, del grupo de países francófonos de África Occidental unidos por la misma unidad monetaria, la ausencia de aranceles y las fronteras libres.

Su población ronda los 10 millones de habitantes y está repartida a lo largo del río Níger y del importante río Bani, su afluente principal en Malí. Dicha población está compuesta por etnias como: Bambaras, Velas, Peuls, Tuaregs, Senufos, Bozos, etc. El grupo más numeroso es el Bambara. Su idioma oficial es el francés aunque muy poca gente lo habla decentemente y se limitan al idioma de su etnia. Casi todos hablan el Bambara. El analfabetismo supera el 85%. En cuanto a la religión, el 90% son musulmanes y el 10 % animistas. Su unidad monetaria, la misma para todos los países francófonos de la zona, es el franco CFA, que equivale a una centésima parte del franco francés, paridad fijada por París ya que es Francia la que respalda esta divisa.

En verano la temperatura llega con frecuencia hasta 50ºC. Ahora, en Noviembre, se alcanzan los 40ºC con facilidad, pero por la noche baja a unos 25ºC, que todavía es alta para dormir bien.

Solamente cultivan un 2 % de la superficie del país: algodón, arroz, mandioca, mijo, etc. Lo que pescan en los ríos, que es muy importante, lo emplean para el consumo interno. Tienen sal en el desierto, no mucha, un poco de oro, algún fosfato y algo de cemento. Exportan goma arábiga. En cuanto a la ganadería tienen rebaños de vacuno y ovino para sus propias necesidades.

Hay muy pocas carreteras asfaltadas y el transporte fluvial es pésimo. Su pobreza queda reflejada en su renta per cápita de 300 $ USA. La esperanza de vida es de 45 años. Las enfermedades como la malaria, la lepra, la polio, meningitis, etc. causan estragos desde el momento en que nacen. Además tienen otras muchas enfermedades horribles como la ameba, la bilharziosa, la bilarcia, etc. que son pequeños bichos que se te meten dentro del cuerpo y se reproducen, alojándose en el hígado y en otros órganos.

Malí recibe unos 100 turistas diarios, de acuerdo con sus propias estadísticas. Me pregunto qué pasará con los francos CFA cuando Francia deje de respaldarlos al unirse a la Moneda única de la UE. Posiblemente se producirá una devaluación o bien que nadie quiera esta divisa en África. Mas bien la CE los respaldará.

El Níger, segundo río en importancia en África, tiene unos 4.500 Kilómetros y atraviesa 3 países. En ocasiones es tan ancho que llega a formar lagos como el caso del lago Debo que llega a tener 70 kilómetros de diámetro.

Todo cuanto se construye en Malí se hace con barro de este río y se aprovecha la época en que las aguas están bajas. Se hacen mezquitas, techos, paredes, suelos, cabañas, graneros, etc.

La sabana africana de esta zona es llamada la Brousse por los malienses y por otros países de la región. Es francesa. Hay mosquitos por todas partes, incluido en el interior de los aviones, autobuses, etc.

Los malienses son amables y respetuosos con los extranjeros; sí tengo que decir que se ponen como fieras si se les hace una fotografía sin pedirles permiso. Ellas son, más frecuentemente, objeto fotográfico; mientras que ellos son más feos y su ropa no tiene exotismo alguno. No se muestran felices pues la pobreza, a este nivel, da amargura.

Tienen su propia cerveza, que es suave y entra muy bien dado el calor que hace. No comen cerdo.

Uno de los problemas de viajar por Malí son las frecuentes paradas que hay que hacer en la carretera debido a los controles policiales. Por cada región que cruzas te ponen un sello en el pasaporte. Las esperas son muy largas y necesitas mucha paciencia.


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Comentarios del viaje

Volé a Malí con Sabena, vía Bruselas. Este aeropuerto sigue siendo cutre y ni la limpieza de los aviones ni los servicios que ofrece esta compañía son precisamente modélicos. En el avión íbamos 10 blancos y unos 150 negros. Hubo algo muy infantil en el comportamiento de los negros: se pasaban todo el tiempo tocando el timbre para llamar a la azafata y después se echaban a reír. Así durante 6 horas y sin parar ni un instante.

Al llegar a Bamako, la capital de Malí, fui el primero en bajar del avión y, además de recibir el impacto de los 38 ° C de temperatura, una enorme libélula, o como se llame, se me posó en medio del pecho y me produjo un enorme asco. El mini aeropuerto es sucio y anárquico. Allí me encontré con 2 matrimonios que viajaban juntos, uno catalán y otro mallorquín. Hay algo más curioso todavía: era su primer o segundo viaje que hacían y habían elegido Malí, sin conocer ni siquiera Europa. Los dejé y me fui solo y, finalmente, pasé a Burkina, país vecino.

Comienzo a ver las primeras cabañas tradicionales consistentes en pequeñas chozas circulares, de una sola estancia, en donde cocinan y vive toda la familia hacinada; las paredes son de barro del Níger reforzado con paja y el techo es de paja y caña También se ven muchos árboles Karité, especie de nogal que da unas pequeñas nueces de las que se saca el aceite y la mantequilla vegetal.

Atravieso muchos poblados de tribus Bambara, dedicados a la agricultura y me comentan que aunque la población del país sea musulmana en un 90 %, casi todos practican el fetichismo como si fueran animistas: tienen sus fetiches, hacen sus sacrificios de animales, visitan a los brujos, etc. El fetiche puede ser cualquier objeto: una máscara, unos huesos, algún objeto de barro viejo, etc. Al brujo se le paga con gallinas, cabras o vacas, según lo que se le pida y según las posibilidades de cada uno. La ley de estos países no condena el fetichismo.

Aquí, al igual que en Papúa-N. Guinea, los jóvenes tienen su iniciación, que consiste en pasar un proceso educativo, hecho por los mayores de la tribu, relativo a las cosas de la vida, las obligaciones de los hombres, los comportamientos, etc.

Compré la piel de una enorme boa, de unos 7 metros de largo, llamada también Anaconda en Sudamérica. Los malienses trabajan muy bien las pieles de vaca y cabra y hacen aceptables piezas de cuero: bolsos, sandalias, etc. El único problema es que huele un poco. También hay fantásticos herreros que son capaces de forjar cualquier cosa que uno pueda imaginar.

La gente no quiere que les hagas fotografías y debes pedirles permiso pues, de lo contrarío, se enfadan mucho. Muchas veces no te lo permiten o bien te piden un detalle o una moneda.

Todavía se emplean tambores para comunicarse entre pueblos o de una tribu a otra. El tambor es un instrumento musical que suele unirse a la marimba o xilófono.

Las mujeres malienses son guapas, altas, elegantes, distinguidas, etc. cualquier ropa, por chillones que sean los colores, les queda bien. Lo mismo ocurre con cualquier cosa que se pongan en la cabeza. Son más listas, responsables y trabajadoras que los hombres, que son vagos y siempre están tirados como los lagartos: Además ellos visten mal y van muy sucios.

Al visitar los poblados o tribus tienes que hablar primero con el jefe al que hay que dar una propina, pues si no lo haces te expones el que te echen, como me ocurrió con una tribu Dogón, que llegué a pensar que el jefe de la tribu me iba a atacar: Después lo resolví dándoles 5OO CFA que equivalen a 125 pesetas.

La capital de Malí, Bamako, es la típica ciudad africana sucia y destartalada. El único interés que tiene es un diminuto museo arqueológico.

Dentro de la ciudad, los árboles están llenos de murciélagos que se cuelgan de las ramas y que se alimentan de fruta. Se cuelgan de los mangos con la cabeza para abajo, ofreciendo un aspecto algo repugnante. La suciedad de las calles, de los mercados, las moscas, la carne maloliente que venden al sol, etc. iguala a la de la mayor parte de los pueblos africanos.

El único hotel “decente” de Malí lo tuve en la capital, en el que pasé un día. Pude comer aceptablemente bien y limpio. Degusté pescado de río como el "Capitán" (blanco y hecho a la plancha) y pude dormir en una cama en la que no tuve que poner las sábanas que había llevado. El resto de los sitios han sido ¡horribles!

Desde Bamako, salté a la legendaria ciudad de Tombouctou sobrevolando, constantemente, el río Níger a lo largo de 1.200 kilómetros, lo que resultó muy interesante pues se ven las poblaciones ribereñas, los cultivos, los inmensos meandros del río y los lagos que se forman debido a la falta de pendiente del cauce del mismo, lo que origina sus desbordamientos, el puerto fluvial de la ciudad de Moti, los afluentes del Níger, etc., etc. Es una pena que las tierras sean malas y contengan tanta cantidad de arena y por ello no puedan ser utilizadas para regadío, pues al Níger se le podría sacar más provecho, ya que tiene una serie de meses en los que se presenta muy caudaloso.

Fuera de las zonas ribereñas, el país es bastante desértico. En el sur tiene una sabana, típica del Sahel, en la que la seca hierba está salpicada por acacias y demás árboles de estos secos paralelos. Las altas temperaturas en esta época seca en la que estamos hace que aparezca, con frecuencia, una calima que impide tener una buena visibilidad.

La legendaria y misteriosa Tombouctou de la que, en otros tiempos, partían las caravanas de Tuaregs a Marrakech en Marruecos, atravesando el Sahara, ha quedado en nada: ahora es un pequeño pueblo con su correspondiente mezquita. La población, formada por Tuaregs, que visten con ropas coloristas es, quizás, menor que la que tenia hace un siglo en época de esplendor, cuando se comerciaba cambiando oro por sal. He visitado algunas tribus de Tuaregs y, para ello, he cabalgado sobre un incómodo camello (o dromedario, pues siempre me lío) y recorrí unos 15 kilómetros de distancia. Me llamó poderosamente la atención el ver millones de escarabajos sobre las arenas de las dunas del desierto y, mucho más aún, ver como los Tuaregs los recogían para comérselos con arroz. ¡Si no lo veo, no lo creo!

Aquí en Tombouctou funcionaba todavía un DC3 de hélice de la Segunda Guerra Mundial. ¡Increíble!

Siguen saliendo caravanas hacia el norte, dentro del desierto del Sahara, donde hay unas minas de sal. Se extrae del subsuelo en forma de láminas o placas y se vende en cuadrados los cuales van serrando según el peso que se desee comprar.

Afortunadamente, además de mis sábanas, había llevado unas latas de conserva y así he podido comer algo. Tanto la comida que había como el camastro en el que tuve que dormir daban asco. La comida no sólo es sanitariamente peligrosa sino que, además, sabe horrible. Se ve una gran influencia sudanesa en las calles y mezquita de la maloliente Tombouctou.

Me fui después a Molti, ciudad de unos 80.000 habitantes, situada en la confluencia del río maliense Baní y el Níger (cuyo color de las aguas cambia a lo largo del día). Comienzo a ver la etnia Vela, haciendo pastoreo con cebúes, y también las gentes Peul, que también llevan siempre ganado vacuno y caprino y que se distinguen por llevar sombrero cónico como el de los vietnamitas. Molti es una especie de Venecia en guarro, en negro y en África. Voy, un día entero, río arriba en una canoa pinaza para visitar poblados de pescadores de la etnia Bozo, que son los que se dedican a pescar. Es muy interesante ver como cada etnia se dedica a una cosa: los Bambaras a la agricultura, los Peuls y Vela al ganado trashumante, los Bozos a pescar en los ríos, etc., etc.

Molti me ha encantado, a pesar de la porquería que hay por la ciudad y el aeropuerto. Su puerto fluvial es el de mayor importancia del país. Visité sus mercados, que están llenos de colorido pues las mujeres llevan vestidos de colores muy llamativos y, también, de su interesante mezquita de estilo sudanés. Resulta muy atractivo recorrer el río y ver el enorme tráfico de pinazas, los pescadores, las barcas con pasajeros o con carga, las embarcaciones con velas para aprovechar la brisa que sale por las tardes, etc., etc. Y ya no digamos las preciosas puestas de sol sobre las aguas del Níger…

Ni los franceses ni Francia, como metrópoli, parecen haber influenciado en estas gentes. Las raíces de estos grupos étnicos, sus religiones, sus idiomas indígenas, sus tradiciones, su comida, sus formas de vestir, etc. son tan autóctonas y enraizadas que la influencia occidental de Francia no ha conseguido cambiar nada. Sí hay una cosa de influencia francesa: el pan. Puede que también algún detalle de organización administrativa o militar.

Este es el país de los lagartos, pues están por todas partes: las calles, las habitaciones donde duermes, las paredes de los edificios, la mezquita, etc. Son grandes y, en ocasiones, con colores. Es muy difícil ver otros animales, aparte de los peces que se ven en el mercado. Tampoco se ven, apenas, pájaros. Se ven grandes cuervos píos, aguiluchos y, en el río, cernícalos pescadores y martín pescador pío, y para de contar.

Cocinan con distintos tipos de aceite: el de karité, el de cacahuete, el de la semilla del algodón, el de palma etc. Aunque oficialmente utilizan nuestro calendario, en las tribus emplean el calendario musulmán de seis días y, otros, como los Senufos y los Dogón, emplean semanas de 5 días.

Aunque son musulmanes, no respetan el viernes (oficialmente) y "descansan" el sábado y el domingo. Malí es un país musulmán nada radical ni fundamentalista. Tienen, normalmente, varias mujeres. El idioma que más se habla es el Bambara que lo emplean todas las etnias para entenderse entre ellos y que también sirve para hablarlo en Costa de Marfil y en Burkina; hay mucha gente que habla el Diuala que se parece al Bambara y que se entiende por casi toda el área de países francófonos.

La base de la alimentación es el arroz. Las plantaciones que tienen en las riberas del Níger no son suficientes y tienen que importar algo más. Comen mucho pescado que es baratísimo y apenas prueban las verduras y las legumbres. Exportan un poco de algodón y carne de vacuno.

En un pequeño restaurante en Molti, presencié una pelea entre 2 nativos que querían matarse el uno al otro. Fue muy desagradable y me quitó el apetito.

Recorriendo algunas partes más frondosas de la sabana de por aquí se pueden ver: acacias de espinas, higueras gigantes, baobabs, flamboyanes, eucaliptos, castaños de karité, etc.

Es triste ver como entre la población hay tantísimo ciego, leproso, tullido, etc., sobre todo cuando muchas enfermedades podrían evitarse con una simple vacuna.

De Molti me dirigí a Djenné, ciudad a orillas del río Baní; tuve que hacer un montón de kilómetros por una pista de tierra que te llenaba de polvo hasta los calzoncillos. Después, atravesar el río en una lamentable barcaza, siempre llena a tope, por la que tienes que esperar en la orilla hasta que te llegue el turno, asándote de calor y sin tener que beber. La ciudad tiene su principal encanto en su mezquita de grandes dimensiones y de bellísima arquitectura sudanesa que, como todas las construcciones del país, está hecha de barro. Al pie de la misma, un enorme mercado tenía lugar el día de mi visita. Sus callejuelas añadían gran carisma a esta religiosa ciudad, cuna de la enseñanza islámica. Tuve que desandar todos los kilómetros recorridos y, por supuesto, volver a atravesar el río en la barcaza para poder encaminarme a la parte más interesante de Malí: el país Dogón.

Nuevamente, horas y horas por pistas de tierra, polvorientas y llenas de grandes baches y zanjas. Era necesario, con frecuencia, salirse de la carretera e ir campo a través con el vehículo, pero bien merecía la pena pues iba a ver algo especial.

Hay que pasar por Bandiágara, la capital del país Dogón para, finalmente, llegar hasta Sangha, pueblecito en el que tienes que pasar la noche obligatoriamente. El pueblo, de unos 4.000 habitantes, no tiene luz, como la mayor parte de los pueblos, no tiene agua corriente, etc., etc., etc. En mi "lujosa" habitación había 2 sapos que tuve que sacar casi a patadas, muchos lagartos y no sé cuántos insectos. Un caldero de agua era lo que había para repartir entre varios, si es que querías lavarte un poco. Del aseo mejor no hablar. Mucho peor, todavía que en Tombuctú!

Los pueblecitos más auténticos, los primeros, los más autóctonos del país Dogón están colgados de un largo acantilado de varios kilómetros. Nunca pensé que pudiera estar en tan buena forma: 4 horas sin parar, subiendo y bajando por los vertiginosos acantilados de Bandiágara para visitar estos poblados, todavía habitados y en plena actividad.

Los Dogón, allá por el siglo XIII, huyendo de la esclavitud a la que los sometían los Bambara y tratando de defender sus creencias animistas de las persecuciones de los musulmanes, se refugiaron en esta parte del país y se ocultaron en cuevas que hacían en un acantilado vertical protegiéndose, además, de las alimañas. Así fueron viviendo y desarrollando su cultura autóctona. No tienen escritura, todavía, y se transmiten, oralmente, las enseñanzas y la historia de sus tribus y sus oficios. La totalidad de la etnia Dogón es de unas 300.000 personas. Siguen manteniendo intactas sus costumbres y sus tradiciones. Sus casas o cabañas están hechas de barro y paja y llevan una vida tan dura que hasta los de las otras tribus del país dicen que llevan una vida miserable. ¡Cómo será!

Hice todo el recorrido siguiendo a un porteador joven que me llevaba la bolsa para que yo pudiera descender o ascender con más comodidad. Fue muy pesado y además tuve que darme prisa pues había salido antes del amanecer y tenía que estar de vuelta lo antes posible pues si me castigaba el sol mas tarde de las 10 de la mañana tenía que quedarme con las tribus, ya que no sería capaz de subir el acantilado con 40ºC. Todo fue bien y resultó muy interesante. Realmente sometí el corazón a una buena prueba.

Dejé Malí y me encaminé por carretera al país vecino de Burkina Faso. Espero volver a Malí algún día.