Zona Norte 16

Mayo de 2016

La, algunas veces triste, frecuentemente melancólica y siempre húmeda y desconchada isla de Venecia, sigue siendo un precioso e inigualable lugar lleno de belleza arquitectónica en la que parece dominar el estilo ecléctico que, en este caso, deberíamos llamar simplemente estilo veneciano.

Es tal la imaginación, cuidado, detalle y creatividad que hay en esa lujosa arquitectura que puede sustituir sobradamente los estilos a los que tradicionalmente estamos acostumbrados...cada vez que me he dejado caer por esta isla he experimentado un extraordinario placer al contemplar esos deslumbrantes edificios: palacios, palacetes, monumentos, puentes e iglesias con esas fachadas tan trabajadas, tan originales y tan diferentes al resto del mundo… y todo ello medio sumergido en las aguas del mar. El alma creativa del veneciano ha quedado reflejada en ellas a lo largo de muchos siglos de historia.

Recorrer sus miles de callejuelas y sus innumerables canales es siempre una agradable distracción para el interés y curiosidad del viajero el que, por otra parte, tiene el problema de cómo desenvolverse entre la densa masa de peatones y vendedores o bien cómo sobrevivir a las incomodidades de los “vaporettos” en los que se siente como en una lata de sardinas. Las autoridades deberían buscar una solución a este grave problema de hacinamiento: vaya donde vaya y haga lo que haga, jamás podrá huir de los estrujamientos.

Además de recorrer varias veces los 4 Km del Gran Canal, el viajero no debe perderse palacios, ejemplos del gótico veneciano, el famoso puente de Rialto el que, además de sus tiendas, tiene en las inmediaciones los mercados de pescado, verduras y frutas. La Plaza de San Marcos, la joya de la corona, con su Basílica, el Campanario, la Torre del Reloj, etc. y el maravilloso Palacio Ducal, sede del Gobierno, residencia del Dux y joya gótica. Hay puentes muy bonitos como el de los Descalzos, el de la Constitución (de Santiago Calatrava), el Rialto y el de La Accademia. Tampoco puede perderse San Giorgio Maggiore, La Accademia con la mejor colección de arte moderno de Venecia, ni las pinturas de Tintoretto en la iglesia de Madonna dell'Orto, etc. etc.

En esta ocasión visite también la pequeña isla de Burano, con sus múltiples canales y puentes, al igual que sus típicas casitas pintadas en llamativos colores pastel y sus típicos y preciosos encajes. No quise ir a la isla de Murano para ver, junto con un millón de turistas, su Museo del Vidrio. Además me di un par de saltos con tren, tipo ALVIA, a las turísticas ciudades de Padua y Verona; esta última bajo una espantosa lluvia y ambas visitadas en anteriores ocasiones. Desde la ventanilla del tren disfrutaba de los amplios y verdes viñedos de la Toscana con sus cepas colocadas sobre alambradas horizontales.

En Verona, la lluvia no cesó ni por un instante y tuve que ver una vez más su famoso Anfiteatro La Arena, la Porta Bordari, y sus múltiples plazas e iglesias entre los paraguas que tenía delante. Bajo la ventana de los famosos amantes se agolpaban cientos de turistas. El río Adigio serpentea por dentro del casco antiguo y sus aguas llenan los vanos de los puentes. La velocidad de los trenes que utilicé era siempre superior a los 150 Km/h, como lucía en sus pantallas y, por otra parte, todos ellos escrupulosamente puntuales.

En cuanto a Padova/Padua, para mí mucho más auténtica, encontré modificaciones importantes en su gigantesca plaza llamada Prato della Valle (la mayor de Italia y entre las primeras de Europa), y disfruté visitando las famosas Basílicas de Sta. Justina y de San Antonio de Padua, así como de la plaza de la Frutta, la de Erbe, etc.

En cuanto a la delicada o exquisita Florencia, qué puedo decir que no sepa cualquier viajero o amante del renacimiento... Visitar aunque solo sea la Plaza del Duomo ya merece la pena el viaje y los gastos…que por cierto son muy altos pues los hoteles, bares y restaurantes florentinos son carísimos.

Otras visitas, obligadas y gratificantes, fueron las de la plaza de La Signoria, la Iglesia de Sta. Croce, el Ponte Vecchio, Mercado Central, Palacio Pitti, Gallería delle Uffizi, Sta. María Novella, iglesia de Ognissanti, el río Arno y sus puentes, etc. etc. Aproveché para asistir, en la pequeña iglesia de San Stefano, a una actuación de la Orquesta de Cámara Florentina para escuchar arias cantadas de óperas de Puccini, Mozart, Tchaikovsky, Verdi y Bizet pero, desafortunadamente, la acústica era mala.

El conocido Ponte Vecchio se ha ido convirtiendo en un rincón tan famoso como hortera. Me llovió algo y tuve que soportar los charcos de las aceras y calzadas del centro histórico que, construidas con piedra pizarrosa y sin la pendiente adecuada, hacían que tuviera uno que caminar sobre los charcos y, en el caso de las mujeres, impidiéndoles usar tacones. En las ciudades de esta parte norte de Italia hay demasiadas barreras arquitectónicas para las personas en silla de ruedas. España es mucho más considerada.

Pasé un día en Pisa donde no paró de llover con fuerza ni un segundo. No obstante haberla visitado anteriormente varias veces, bien merece la pena ver su maravilloso complejo histórico aunque haya que soportar la lluvia. La famosa “Torre Pendente”, el Duomo, el Baptisterio y el interior de todos ellos son visitas obligadas y todas ellas muy interesantes. Otros lugares de Pisa de interés son el río Arno con sus puentes y las edificaciones sobre la orilla como ocurre con la delicada iglesia de Sta. María de La Espina.

Italia es, y siempre lo será, un país de un alto interés turístico-cultural donde, los italianos, son muy agradables y serviciales con los visitantes. Cualidad que no se ve reflejada, sintiéndolo mucho, en otros países de Europa, cuyos nombres prefiero callarme. Dejé el país utilizando una especie de tren AVE que me llevó a Niza, a través de la también lluviosa Milán.

Hasta otra.