Corea del Norte 01

Abril de 2001

Había decidido visitar Corea del Norte y la única forma que parecía existir era la de formar parte de un viaje de nostálgicos surcoreanos que se desplazaban allí para recordar los tiempos en que ambos países formaban un todo, antes de 1950. En el crucero me encontré con gente mayor que había participado en la guerra, gente de mediana edad que eran conscientes de lo ocurrido y de la posguerra y gente muy joven, simplemente curiosa, para los cuales todo esto era ya historia.

Era un mismo país con las mismas gentes, el mismo idioma, las mismas tradiciones... pero el partido comunista lo jodió bien. Lo dividió en dos partes para estar lejos del Sur, a quienes odiaban a muerte por no querer ser comunistas, sino capitalistas. La guerra duró 3 largos años y hubo cientos de miles de muertos. Actualmente la frontera entre ambos, el paralelo 38, es una zona desmilitarizada y controlada por fuerzas de la ONU. (Realmente Estados Unidos­ con la friolera de 38.000 soldados, que cuestan una fortuna). De no ser así, Corea del Norte intentaría atacar de nuevo.

Ahora que el mundo comunista se ha venido abajo, sólo quedan ellos en el mundo… junto con Cuba, pero ésta es otra cosa. El orgullo del partido comunista norcoreano es tan extremista que, actualmente, la población se muere de hambre ya que casi todo el presupuesto nacional se dedica a armamento.

Fue a través de Internet que logré ser incluido en el viaje. Una amiga americana de 85 años, viajera como yo, me dio la pista. Curioso, ¿verdad? Trabajé a fondo y lo conseguí. La poderosísima compañía coreana HYUNDAI, se encargaba del viaje en barco. Embarqué en el puerto de DONGHAE, situado en la parte nordeste de Corea del Sur, junto con unos 400 pasajeros coreanos. Yo era el único extranjero y, al mismo tiempo, la única persona de raza blanca.

El capitán vino a saludarme y todos: camareros, recepcionistas, etc. me conocían. Fui el pasajero más famoso y popular. La tripulación del barco era filipina y todos me conocían como el "spanish". Al llegar me entregaron un pasaporte especial y limitado, exclusivamente, a estos días en Corea del Norte. Había pasado la aprobación de las autoridades comunistas y tenía que llevar el pasaporte colgado del cuello durante la estancia. Al terminar el viaje me lo retiraron, pero con mucho arte conseguí lo que nadie consiguió: que me sellaran mi pasaporte especial como recuerdo.

Tras 14 horas de navegación, el barco llegó a tierras norcoreanas. Descendí a tierra, siempre vigilado por la Policía militar, de paisano, de Corea del Norte y bajo las siguientes restricciones: nada de fotos al puerto, a las gentes, a los edificios, a los pueblos, etc. La cámara no puede tener un objetivo de más de 160 mm pues te la confiscan y te detienen. Si osas hacer alguna de las fotografías prohibidas te mandan a Corea del Sur pero sin cámara y después de multarte con 100 US$. La cosa pintaba muy mal. Además los policías iban de paisano y como son también coreanos no había forma de distinguirlos.

Para hacerlo todo más difícil, o casi imposible, los pueblos o poblados agrícolas estaban protegidos con un vallado muy alto, de forma que aun cuando iba en un autobús no podías ver mucho más que el tejado de las casas de una planta. Para más INRI todo cuanto recorrí en coche o autobús fue por carreteras en cuyos arcenes había una fortísima y alta alambrada que impedía el poder salir de las mismas y cuando parábamos en alguna plaza tampoco podíamos salir de ella pues la Policía nos vigilaba y lo prohibían.

Pues bien, ante esta situación, que me parecía peor que las que había vivido en mis viajes por los países comunistas, incluido Rusia durante los años 70, en tiempos de la guerra fría, decidí tomarles un poco el pelo y esconder la cámara en el jersey que llevaba en la mano y hacer fotos, aunque sin enfocar ni encuadrar muy bien. Parecía todo un espía, pero era mi única forma de protestar o manifestar mi indignación. Por lo que respecta a los surcoreanos, parecían asustados y algunos preferían quedarse en el autobús por temor a que les detuvieran o les retuvieran. La verdad es que se trata de una clase de comunistas, afortunadamente, a extinguir.

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La Policía se percató en seguida de que yo no era tan dócil y sumiso como los coreanos y decidieron ponerme alguien al lado todo el tiempo. En cualquier caso, me escabullía para hacer mis fotos. Acabe comiéndole el “tarro” al policía acompañante a base de poner a parir el sistema y defender la democracia, el capitalismo o la socialdemocracia. Acababa alejándose de mí pues tenía miedo de que alguno de sus compañeros le oyera y le contaran a su jefe nuestras conversaciones; así me dejaban en paz.

Estuve en un hotel en cuyas habitaciones sólo había una luz en el techo y el aseo, incorporado a la habitación, tenía una mampara de cristal para no tener que ponerle bombilla. ¡INCREIBLE!

Los zapatos y la ropa, en general, les queda o muy grande o muy pequeña, pues tienen que usar el uniforme que les da el partido o el ejército o el lugar donde trabajan, que también es del Estado. Cuando hay turnos suelen emplear las mismas ropas. Me hacía gracia verlos caminar con unos zapatones, dos o tres números más grandes, haciendo un ruido enorme al salírseles de los pies.

En cuanto a la comida, que es muy parecida a la del Sur, tanto da un desayuno que un almuerzo, que una cena, pues se trata de los mismos platos: lo que no quieres en el desayuno ya te lo comerás para el almuerzo o para la cena. Las únicas cosas que me gustaron fueron: costillas de vaca (vieja) muy sabrosas y unas gigantescas y sabrosísimas peras de las que ya no se comen en España desde hace unos años.

Corea del Norte sufre unas hambrunas mortales. Hace sólo un par de años murieron unas 200.000 personas. El país, de superficie 1/4 de la de España, tiene una población de 24 millones de habitantes. El Estado es dueño de todo y dedica la mayor parte de su presupuesto al ejército y al armamento. Su obsesión es tener un armamento fuerte y, en la actualidad, disponen de cohetes de gran potencia y largo alcance. La capital PYONGYANG tiene 3 millones. Su moneda es el WON NORCOREANO. El servicio militar dura entre 5 y 8 años y comienza a la edad de 16. Además, hasta llegar a los 40, están obligados a colaborar con el ejército o el país durante algunas horas al día. ¡TERRIBLE! Al igual que los coreanos del Sur son también budistas o confucionistas. En todo el país no hay más que tres periódicos y, por supuesto, en manos del Estado.

Por fortuna el analfabetismo es muy bajo, sólo del 5 %, y esto es lo único bueno que aporta el sistema comunista. Ellos me dicen que el Estado les paga todo y yo les pregunto que qué es lo que poseen. Se les ven aferrados a la disciplina y a las comidas de coco a las que les han sometido. La verdad es que mientras en la capitalista Corea del Sur hay una renta per cápita de 10.000 dólares en Corea del Norte sólo llega a 900.

Apenas comen pescado y lo mismo ocurre en el Sur, pero sí muchas verduras, cosas agridulces, gelatinas, carnes rociadas, pollo y picantes fuertes que te ponen la boca que no notas lo que comes. Lo hacen con las manos y con los palillos. Se llenan mucho la boca y resulta “poco agradable” comer con ellos.

Recorrí unos parques nacionales por donde no tenía el pegajoso control policial pues allí no podía ni hacer fotos de industrias o ejércitos secretos ni tampoco había gente, ni pueblos, ni nada, así que allí nos dejaban cada día para hacer senderismo. Estos parques nacionales son zonas tremendamente montañosas con picos muy altos. Son unas montañas míticas y muy queridas por los coreanos tanto del norte como del sur pues son todo un símbolo para ellos. Por éste motivo HIUNDAI, que también tiene barcos, organizó el viaje en el que yo, único no coreano, pude ser incluido. El monte más importante es el KUMGANG. Trepé hasta unos 1.500m de altura para visitar unas cascadas de 132 m de caída. Vi pequeños lagos y algún templo derruido. El lugar era muy agradable y estaba lleno de juguetonas ardillas. Estas enormes montañas son de roca granítica.

Las gentes se notan militarizadas. Siempre se ponen en orden militar como los soldados. Sus viviendas, las que yo he visto a través de las alambradas, son muy pobres y sucias y parecen hacerlo todo a mano.

Volveré a Corea del Norte cuando me permitan recorrerla sin llevar un tipo al lado que me controle todo el tiempo.