Canadá(el) Oriental 15

Julio de 2015

Puede que ésta haya sido mi cuarta o quinta visita al Canadá. Cada vez que he venido lo he encontrado mejor, tanto la zona oriental como la occidental o el centro. Al hablar de oriental me refiero a la costa del Atlántico y, por supuesto, la occidental a la costa del Pacífico. Es una nación ejemplar que no recoge más que simpatías por todo el mundo. Su generosidad con el tercer mundo, el talante universal y democrático que muestra, su nivel de justicia y protección social, su permisividad y generosidad con una población formada por muchísimas nacionalidades…no solo se tolera el bilingüismo inglés-francés sino, además, otras 50 lenguas más que se hablan libremente a lo largo y ancho de su enorme territorio, originando prensa diaria en 28 idiomas. Por supuesto, sigue siendo nada menos que 22 veces mayor que España pero con solo 32 millones de habitantes. Es el segundo país más grande del mundo, después de Rusia.

Hay cosas que no han cambiado ni cambiarán: sus 125 voltios (para mayor seguridad en las casas),las monedas y billetes con la imagen de la Reina de Inglaterra, el hecho de seguir considerando a la reina de Inglaterra como jefe del estado, el tener a un gobernador general representando a esa reina, el respeto a la historia y a las tradiciones, su bipartidismo al estilo americano con republicanos y demócratas…la justicia social, la protección e incentivación de la familia, los 450 dólares mensuales que recibe la familia por cada hijo, los 650 dólares mensuales que percibe cada persona aunque no trabaje ni quiera trabajar…y no hablemos de becas, sanidad, jubilaciones…repito que se trata de un país ejemplar. Algo no resulta tan agradable: ¡los 9 meses de invierno! Bueno, hay que decir que hay una parte de la costa del Pacífico, con inviernos más suaves, que he visitado un par de veces, me refiero a la zona de Vancouver.

La renta por habitante supera en un 70% a la de España. Ahora alcanza los 50 mil dólares. Es rico en minerales, industria, energía, madera, turismo, alta tecnología…tiene de todo. Además es muy limpio, ordenado, silencioso, educado…solo se fuma en determinados puntos de la ciudad en donde hay un cenicero también especial para ello. Diez provincias (en realidad 10 estados pues cada una de ellas tiene su propio parlamento y su presidente) conforman la nación.

Comencé mi viaje en Toronto, con unos 6 millones de habitantes y una construcción urbana formada por cientos de rascacielos (por cierto con una arquitectura de muy poco valor); es la capital de Ontario, una de las 10 Provincias. Tiene una universidad cuya arquitectura es una copia de las de Oxford y Cambridge, un planetario, un barrio chino (de chinos de verdad…) con unos 80 mil habitantes, muchos parques y muchas vías de antiguos tranvías, dejadas a propósito en el asfalto y, simplemente, como recuerdo de la época en la que existieron. La amenaza de que la provincia vecina de Quebec se hiciera independiente, hizo crecer a esta ciudad con rapidez vertiginosa y por tanto en detrimento de Montreal que está en Quebec. Hace solo unos años, Montreal era mayor que Toronto, pero ahora ésta la duplica en población. Las enormes esculturas del famoso británico Henry Moore abundan en esta ciudad. Hay visitas que no aconsejaría en la ciudad, tales como CN Tower, el barrio lujoso de Yorkville, el centro financiero, la zona del puerto, el centro histórico, el Ayuntamiento, etc.

Por supuesto, estando por esta zona, la visita a las turísticas cataratas del Niágara es obligada, y todo visitante se pasa a echarlas un vistazo. Ya había estado otras veces. Hay puntos a visitar como el Skylon Tower que merece la pena por las espléndidas panorámicas que se contemplan desde él. Ahora, con un agobiante turismo masivo y con un caudal de mil metros cúbicos por segundo, las cataratas siguen pasando el agua del lago Erie al Ontario con cierto esplendor. Hay varias cataratas en el mundo mejores, más altas, más auténticas, más agrestes…. Pero no tan visitadas o turísticas. Seguí el curso del río Niágara y, más abajo en su margen izquierda, hay grandes viñedos de los que se elabora un vino, a principios del invierno, cuyas botellas cuestan unos ¡70 euros el litro! El pueblo más próximo a los viñedos se llama Niágara on the lake y está muy cuidado y con monísimas tiendas y jardines, todo ello, con estilo victoriano, siguiendo a la clásica Inglaterra a la que pertenecieron.

Seguí rodeando el Lago Ontario por una cómoda autopista en la que abundaban gigantescos camiones con remolques de 8 ejes, limpios, relucientes y luciendo el acero inox de su carrocería. Hay algo en esas autopistas muy interesante: por el carril de la izquierda, llamado “diamante”, circulan muy rápidos los pocos vehículos ocupados por más de una persona y resulta increíble ver como en el 95% de los casos el vehículo solo lo ocupa el conductor lo que le condena a hacer caravana en los restantes carriles, mientras contempla como corren los otros. Han sido muchos los km hechos por autopistas donde los paisajes son verdes y llenos de bosques en ambos lados. Finalmente llegué al río San Lorenzo, al final del lago, el cual comunica el mismo con el mar y que tiene una anchura de varios kilómetros.

El río lleva, por supuesto, el caudal de los famosos 5 lagos, ya que vierten en cascada unos sobre otros, y recorre 2.000 km que separan el último lago, el Ontario, del mar. Tomé un barco turístico que, durante unas horas, me llevó a lo largo y ancho del río San Lorenzo, en cuyo cauce pude contemplar cientos de islas e islitas (dicen que tienen más de mil) sobre las que hay construidas casas o palacios de gran belleza. Fue un recorrido muy interesante. Muchas de las islas no tenían más superficie que la que ocupaba la casa construida sobre ellas. Este río, al igual que lo hacen el río Niágara y el lago Ontario, hace frontera con EEUU por lo que una buena parte de las mencionadas islas son americanas.

Después visité la capital oficial, Ottawa, pequeña ciudad fundada por los franceses hace 400 años, y atravesada por un río sobre cuya margen derecha se habla francés y sobre cuya margen izquierda se habla inglés. Los habitantes, tanto unos como otros, se niegan rotundamente a hablar el idioma del vecino de enfrente. Lo cierto es que una margen pertenece a la provincia de Ontario y la otra a la de Quebec. La belleza de la ciudad está concentrada en el parlamento nacional y en otros edificios gubernamentales, todos ellos especiales, emblemáticos y ubicados en destacados lugares. Los tejados suelen ser de color verde pues es el que toman, con el paso del tiempo, las chapas de cobre oxidadas que los cubren y que dan a esta ciudad un aire rancio o de abolengo. Presencié, cual turista europeo, los típicos cambios de guardia. Tiene una catedral de poco valor y un mercado público formado por varias calles en las que abundan los pequeños restaurantes y las tiendas para turistas. Crucé varias veces los puentes, de un lado al otro del mencionado río o canal, llamado Rideau, y contemplé las esclusas que utilizan para acceder a él desde sus afluentes.

Dejé esta zona y continué por la autopista en dirección a Quebec para, tras unas horas de conducción entre preciosos bosques con alta biodiversidad, detenerme por un día en un precioso, coqueto y diminuto pueblo de alto nivel, llamado Mont Tremblant, en el que, en invierno, se practican todos los deportes imaginables. Tiene un pequeño centro urbano que, curiosamente, se recorre con un funicular, casi de juguete, que te lleva gratuitamente por todas partes. Por supuesto lo utilicé varias veces y disfruté de cómo pasaba rozando los tejados de las casas y las copas de los árboles. Las casas del pueblo son de pequeñas dimensiones y pintadas con animadas pinturas de colores pastel lo que les añade un encanto naif.

Volví a la autopista y continué hacia Quebec, acompañándome el frío y la lluvia durante todo el recorrido; los bosques de coníferas y arces me hicieron compañía a un lado y otro de la carretera. Cuando estos últimos, que suelen vivir unos 400 años, llegan a la edad de cuarenta años, comienzan a extraerles unos 20 litros de savia al día y con ella hacen una especie de sirope, que llaman licor de arce, pues le añaden alcohol en abundancia; así que para el segundo chupito ya vas colocado seriamente. Los canadienses presumen de extraer y vender 40 millones de litros al año de ese licor “peligroso”.

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Por la carretera, antes de entrar en Quebec, iba recordando mi primera visita a esa ciudad en el año 79: todo estaba sucio y desordenado, como también lo estaba el París de entonces, al igual que las colonias francesas. Afortunadamente, al llegar ahora, contemplé una ciudad completamente distinta: todo esmeradamente limpio, ordenado, reluciente, verdadero ejemplo para los turistas. Estaba cubierto y llovía. Los lugareños me recalcaron que llovía nada menos que ¡180 días al año! Pues bien al día siguiente salió el sol muy temprano y ya no nos dejó hasta su bonita puesta. Me resultó extraño que con una renta un 70% superior a la nuestra, sin paro, y en el que está amparado hasta el que no quiere trabajar, pueda tener tanta gente metida en droga pidiendo por las calles. Tiene castillos, palacios, edificios gubernamentales, etc. con tejados de cobre y con ventanas en las buhardillas; todos con sus muros de piedra y muy bien conservados, hacen que la ciudad presente un aspecto antiguo e inmejorable. Si añadimos el sol, las terrazas repletas de turistas y nacionales, los jardines cuidados, su muralla, el enorme río de San Lorenzo a sus pies, etc. etc. podemos imaginarnos el placer que supuso su visita. La ciudad, diferenciada por niveles, tiene una zona al lado del gran puerto sobre el río San Lorenzo, otra en el interior de la muralla de la antigua ciudad y que compone la ciudad antigua y una última, más alta y extramuros, donde se ubica el parlamento, el Gran Paseo y el parque de Las Batallas. Un famoso castillo-palacio, llamado Chateau Frontenac, dentro de la muralla, puede contemplarse desde todos los rincones de la ciudad. La comunicación entre los distintos niveles de la ciudad, (Base Ville, Haute Ville) puede hacerse mediante ascensor, escaleras, funicular, rampas, etc. Recorriendo la parte antigua se descubren callejones y rincones con un cierto sabor francés. La casualidad hizo que presenciara a la puerta de una iglesia, una boda doble de una tía y una sobrina; se trataba de familias inuit y me sorprendió oír su idioma y también la gigantesca limusina que habían contratado. Renuncié a tomar un barco para avistar ballenas en la zona de Charlevoix pues, cansado estoy de intentarlo en muchas partes del mundo y lo más que consigo es ver un ojo de una de ellas a 500 metros…de hecho lo intenté también cerca de aquí cuando hace años visité Terranova.

Nuevamente en la autopista para llegar a Montreal donde pasaría un par de días. Entré por lo que fue la ciudad Olímpica en las olimpiadas de 1976, así que me di de bruces con el famoso estadio olímpico, todavía un ejemplo de arquitectura moderna para, bajo una temperatura de 35º, seguir hacia el Parque de Monte Real, con sus cementerios católico y protestante, un gran oratorio dedicado a San José y la universidad. La enseñanza pública es siempre en francés, que es el idioma oficial de esta provincia de Quebec; pero la privada es en inglés por considerar que tiene más utilidad en el país. La población, de 4 millones, conforma una gran ciudad en cuyo centro hay rascacielos de negocios pero es la zona que da al puerto, donde se sitúa la ciudad antigua, la que resulta más activa y más atractiva para el visitante. En esta parte antigua están el ayuntamiento, los museos y los edificios más emblemáticos de la época francesa. Bajo las calles de la zona nueva de la ciudad, se han construido calles subterráneas, con una longitud de decenas de kilómetros, dedicadas exclusivamente a comercios y que son utilizadas en invierno cuando, al exterior, la temperatura baja hasta 30º bajo cero. Realmente es el Montreal Subterráneo. Con la piedra de la enorme excavación que se hizo en la construcción de ese subterráneo se hizo una isla artificial en medio del río San Lorenzo.

Por supuesto recorrí decenas de kilómetros visitando la zona comercial de Sta Cathenine, la portuaria, la antigua Quebec, el barrio rosa de los gays, etc. Entré en su famosa iglesia de Notre Dame, grande, de suelo inclinado como el de un cine, con tres pisos de palcos para feligreses, con un cargado repujado de madera por todas partes y que, curiosamente, disponía de urinarios para los asistentes, algo que jamás en mi vida había visto en un templo. Me parecieron muy animadas las calles de St. Paul, con la escultura de Nelson, la zona del Ayuntamiento, el mercado Bondecours, la iglesia del Buen Socorro con sus frescos originales, etc. etc. Se trata, por otra parte, de una activa y ordenada ciudad en la que se celebran anualmente miles de congresos. Junto con mi pareja Charo, que me acompañó en el viaje, visité una rama de la familia de mi padre que resultó ser muy hospitalaria y cariñosa y durante todo un día disfruté del calor de su compañía.

Tras haber pasado muchos años me alegra constatar que Canadá sigue siendo rico, con su famosa Policía Montada, con más católicos que protestantes, con una amplia población de inuits, con un escaso paro y con un dólar que mantiene su cambio con el americano. Por otra parte, utilizan nuestro sistema métrico decimal, los estudios son gratuitos entre 6 y 16 años, la asistencia sanitaria gratuita (cada paciente elige el médico que quiera del país) y hay 2,5 médicos por cada mil habitantes. Es realmente una próspera sociedad heterogénea marcada por el respeto y la cultura de distintas etnias. Me ha gustado la cultura inuit que está aquí más desarrollada que en otros lugares donde también habita esta etnia. Su flora es llamativa dado que si bien tiene muchos pinos, abundan los cedros rojos, los arces, los abetos…y se ven continuamente bosques de gran biodiversidad durante la conducción.

Este es uno de esos países a los que siempre apetece VOLVER.