Tenerife 15
Marzo de 2015
Han sido muchas las veces que he visitado el archipiélago de Las Afortunadas. Su buen tiempo, su hospitalidad, su belleza y, el hecho de servir para huir del frío peninsular son, quizás, los principales motivos que nos llevan a ellas. En Junio de 2013 fue la última vez que pisé tierras tinerfeñas y lo hice solo de pasada ya que estaba pasando de Gran Canaria a La Gomera y, simplemente, me detuve a recorrer la turística zona sur: Los Cristianos y la Playa de las Américas
Pero sí fue en el año 2000 cuando, con motivo de pasar el fin del Milenio en Tenerife, me alojé en el mismísimo corazón del P. N. del Teide, donde se ubica el Parador de Turismo, y en él pasé esa memorable noche y donde, en su día, conté ese viaje con detalle: “Tenerife-La Palma 00”.No deje el lector de echar un vistazo a ese viaje, tiene cierta miga, pues explico muy bien el comportamiento de algunos grupos de tinerfeños a los que les encantaría ser independientes de España. He de decir, por otra parte, que esta isla no está entre mis preferidas del archipiélago. Pero no cabe duda de que, como todas ellas, tiene rincones con mucho encanto tales como: el P.N. del Teide, su joya principal, el precioso valle de El Palmar, los montes de Las Mercedes, etc.
Decidí, en esta ocasión, quedarme en un pueblo de la costa noroccidental que tiene buen acceso al Teide, llamado Icod de los vinos, de muy poco valor turístico pero famoso por su conocido, enorme y milenario Drago. Debo decir que yo, que he visitado la isla de Yemen, llamada Socotra, famosa por sus enormes bosques de dragos, no soy capaz de identificar, para nada, este drago de Icod con los que allí vi, hasta el extremo de preguntarme si realmente se habla del mismo árbol o bien de otra especie o bien se trata de alguien que se lo ha inventado…
La punta noroeste de la isla, que yo diría comprende el rincón desde Icod de los Vinos hasta Los Gigantes, no tiene ni playas ni puertos ni localidades dignas de mención, pero si tiene hermosas haciendas de plataneros. Por el lado del mar hay algún roque-isla, como el llamado Roque de Garachico, con cierto encanto. Sí hay en esa zona un amplio, verde y escalonado valle, llamado El Palmar, cuyo recorrido, que debe hacerse detenidamente, está lleno de laderas con terrazas, de agrestes riscos que lo delimitan, de pequeñas y pintorescas aldeas y además con amplios terrenos dedicados a viñedos. Recorrer este verde y escalonado valle es algo que el viajero no debe perderse. Al final del valle se llega al pueblo de Santiago del Teide, a unos 1000 m. de altura, que tiene una iglesia coquetona que, casualmente, había sido desvalijada por unos ladrones el día anterior a mi visita.
Así que me tomé una cerveza en un bar del pueblo mientras en las noticias de la tele daban las imágenes del robo. Después, en un soleado día, continué hasta Los Gigantes, donde no había estado desde el 2000, formado por enormes acantilados llenos de majestuosidad, a cuyo lado hay un núcleo turístico muy moderno que lleva su nombre y por otra parte hay un puertito-club Náutico rebosante de embarcaciones deportivas. Recorrí los atraques de los barcos así como el centro urbano turístico donde comí muy bien por un precio increíblemente bajo. Me obsequiaron con unos deliciosos chupitos caseros, consistentes en ron con miel. Una enorme embarcación a vela, réplica de un antiguo galeón, se encargaba de acercar a los turistas hasta el pie de los acantilados.
He encontrado la isla, en general, muy mejorada; todo más ordenado, más limpio y con mejores servicios y carreteras. Había tanto turismo de invierno en estos días que me costó trabajo conseguir un coche de alquiler; he de decir que sus módicos precios no sobrepasan los 15 euros al día, en el que va incluido el kilometraje ilimitado y el seguro a todo riesgo sin franquicia alguna; ¡una verdadera ganga! También me ha parecido ver que un amplio número de campos dedicados anteriormente a plantaciones de plataneros, parecen ahora estar destinados a viñedos. Pero algo me sorprendió negativamente: hay un elevadísimo número de robos de todo tipo y, por otra parte, todavía existen estrechas y peligrosas carreteras en las cumbres. La comida tiene un precio muy económico y equivalente al 50% del de la Península, pero no ocurre lo mismo con los precios de los apartamentos que son más caros por aquí y además no están muy bien equipados.
Al siguiente día subí desde el pueblo de Santiago al Parque Nacional del Teide. A unos 1500 m. de altura me aparecieron los pinares sanos de Chio para, al llegar a los 1800 m encontrarme con la conocida montaña de Samara y, un poco más arriba, pasar por la famosa Boca de Tauce que ya se encuentra a los 1980 m. A continuación atravesé lentamente y con paradas, el amplio valle de Ucanca para, finalmente, llegar a los Roques de García a unos 2100 metros de altura. Aquí al lado está el Parador de Turismo, con su pequeña capilla, y donde pasé la Nochevieja que nos adentraba en el Milenio en una noche extremadamente fría, aunque muy estrellada.
Otro día subo nuevamente al P.N del Teide pero, esta vez, lo hago partiendo del norte, del frondoso valle de La Orotava y atravesando el denso mar de nubes que no se abre a la luz del sol hasta remontar el lugar llamado Margarita de Piedra, a 2100 metros de altura, donde lucía el sol y soplaba un fuerte viento. Remonté hasta el Portillo de la Villa y Las Cañadas del Teide para finalmente detenerme bajo el teleférico cuyo funcionamiento había sido, una vez más, detenido debido al excesivo viento. Así que decidí, de todas formas, pasar el día por el parque disfrutando de los distintos colores y brillos de la lava, de la Boca de Tauce, de los roques, etc. y, finalmente, descender por la cara sur siguiendo hacia Vilaflor para continuar hacia San Miguel, vía Granadilla, por una carreterilla de montaña.
Tratando de no dejar rincón alguno, una mañana tomé la TF 82 y tras pasar por Chio, Guía y Tijoco me detuve en el pueblo de Adeje en donde visité su Caleta: playa alargada y ensanchada artificialmente, para alojar unos cuantos miles de turistas que se hacinan en apartamentos, hoteles y gigantescos complejos turísticos, todos ellos construidos alrededor de la mencionada playa. Seguí, sin detenerme en Playa de las Américas ni tampoco en Los Cristianos ya que había estado en estos sitios no hacía mucho y, por otra parte, no eran santos de mi devoción.
Así que continué por la autopista del Sur para detenerme en Güimar, donde sufrí gran decepción al visitar sus pirámides y su pequeño puerto,… ambos una tomadura de pelo. Después tomé la autopista del Norte y me acerqué a visitar el famoso Mirador de Humboldt, que lo encontré cerrado y abandonado, lo que me hizo pensar qué es lo que podrían pensar los muchos turistas alemanes de Canarias, al ver a uno de sus héroes maltratado por la falta de limpieza de su escultura y del mirador construido en su nombre y ahora abandonado, etc. No entiendo que los canarios no se ocupen de los alemanes que tanto dinero aportan a estas islas.
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Otro día lo pasé recorriendo Puerto de la Cruz con la visita obligada al Jardín Botánico y al Lago Martiánez. También visité el puerto, sus proximidades, sus calles comerciales y peatonales llenas de tiendas para turistas. El Lago Martiánez, compuesto por bellas piscinas de agua de mar muy bien equipadas y decoradas, sustituyen a las playas que tanto escasean en esa zona y en las que se bañan miles de turistas diariamente. Tienen también preciosas y gigantescas esculturas modernas colocadas entre las mencionadas piscinas. El pequeño puerto, antiguo y fortificado, añade cierto encanto a la ciudad. En el Botánico abundan especies de árboles propios del Pacífico sur entre los que destacan: árbol salchicha, árbol serpiente, árbol coral, árbol del fuego, etc. Debo mencionar que por las carreteras del norte de la isla abundan los hermosos cedros de gran desarrollo.
Dediqué, también, un día entero recorriendo la cordillera o Montes de Las Mercedes, en el mismísimo norte de la isla, partiendo de Tacoronte y desplazándome por estrechas carreteras en dirección a Tegueste, pasando por el valle de Guerra para remontar después hasta Tejina y finalmente contemplar desde amplios miradores las espectaculares panorámicas sobre los agrestes montes que continúan hasta el Pico del Inglés, para seguir conduciendo después hasta Bailadero. A partir de este punto nadie debería dejar de visitar Taganana, aunque ello suponga una vertiginosa bajada al mar (algo así como la Calobra en Mallorca), pues es una aldea de costa muy pintoresca donde me comí un enorme abadejo muy fresco que, con cerveza y café, solo me costó 14 euros. Dejé atrás Bailadero y continué por una estrecha carretera hasta La Cumbrilla, cerca de la Punta y del faro de Anaga. Regresé de nuevo a Bailadero y descendí hacia el sur para, tras cubrir un largo, sinuoso y peligroso tramo de estrecha carretera, llegar a San Andrés y visitar su bella y enorme playa llamada Las Teresitas, con una llamativa arena “blanca-rubia” no igualada por ninguna otra playa de la isla. Tras disfrutar de la playa y de un pequeño puerto con barquitas de pesca, anexo a la misma, continué hasta la capital de la isla, Sta. Cruz, en la que había estado el año pasado, y me recreé con la visita de su moderno auditorio y su pequeño y bien restaurado fuerte al lado del mismo.
Por supuesto no se me ocurrió, para nada, visitar el tan anunciado Loro-Park. En mis diarias idas y venidas por el norte de la isla, he pasado y atravesado varias veces el hermoso Valle de la Orotava, auténtica maravilla…”que tiñe de verde el mar”…como dice la famosa canción tinerfeña.
Hasta otra.