Gran Canaria y La Gomera 13
Junio de 2013
Hacía solo unas semanas que había estado en Canarias pero a esta redonda isla hacía lustros que no regresaba. Me recrimino por ello y me prometo a mi mismo regresar pronto. Comencé mi visita con un tiempo maravilloso, algo que el isleño da por descontado, con un vehículo alquilado en el puerto de Agaete y con la acertada información previa de un ilustre Notario de la isla, primo de mi compañera. El viaje comenzaba bien.
Las Palmas, preciosa ciudad con rincones históricos maravillosamente conservados, supone un verdadero placer para cualquier visitante amante de nuestra historia durante cinco siglos gloriosos.
En los tiempos que corren, ésta, con su gigantesca área metropolitana, es sobradamente mayor que la capital de cualquiera de las isla del Mediterráneo o de las del Caribe o de las de los Mares del Sur...habría que acudir a las de Asia o a Nueva Zelanda para mejorarla y, por otra parte, tan pequeña por su superficie que cabría 6 veces en el mapa de la diminuta comunidad asturiana.
Una vez más me encantó el carácter de los grancanarios, su amabilidad y hospitalidad con los visitantes y algo aún más destacable: el entrañable trato entre ellos mismos. No solo hay calidad de vida sino, también, calidad humana. No he visto un mal gesto, ni un desaire, ni una mala cara. Son encantadores
Tras visitar la capital, comencé mi recorrido en sentido dextrógiro y, cuando acabé, la atravesé de lado a lado, de este a oeste y de norte a sur. Poco puedo añadir que no conozca un viajero pero si sus dunas móviles de 4 km2 de superficie son espectaculares, la orografía de la isla es impresionante. Recorridos desde Mogán a la Aldea de San Nicolás, desde ésta a Artenara, de aquí a Tejeda y a su Cruz, para acercarme después a San Bartolomé de Tirajana…y por el centro y norte: La encantadora villa de Arucas, descendiendo a la turística Teror, Vega de San Mateo, etc. Bellos paisajes, agrestes y puntiagudos, con carreteras estrechas y con miles de curvas pero con un firme de aglomerado muy cuidado… en fin, un placer para el viajero que le gusta serpentear los barrancos cortos del norte y los profundos del sur, incluido el mirador de Degollada de las Yeguas.
Puerto Mogán es otro lugar para visitar y disfrutar de su moderna y cuidada marina. Pernoctar en un hospitalario hotelito, sin grandes pretensiones, en la Aldea de San Nicolás y charlar un rato con su dueño, comer en pequeños restaurantes familiares del interior de la montañosa isla, cambiar impresiones con la gente de los bares o de los pueblos… qué calidad de vida. Y después están esos rojizos flamboyanes (flamboyanos dicen los locales), o las buganvillas o, mejor todavía, esa amplia y llamativa familia de cactus que decora todos los rincones…
Me quedarán recuerdos de lugares como Arucas, con su iglesia-catedral, su fabricación de ron y las canteras y canteros que intervinieron en la construcción de su catedral y en la de Las Palmas. Teror, con sus calles y balcones, con la basílica de la patrona y sus sabrosos chorizos que he seguido disfrutando en la Gomera. El Cenobio de Valerón, los bellos roques de Nublo y de Bentayga, símbolos naturales de Gran Canaria, la comida en Telde y su casco histórico como antigua capital, la cuidada marina de Mogán con sus calles, sus barcos y sus flores; las espectaculares dunas móviles, las playas y muchas más cosas, lugares que tendré que volver a ver y disfrutar con más tiempo.
Te enteras de cómo se hace el reparto del agua de riego o de cómo algún vecino se arriesga a regar las plataneras con agua de alto contenido en sales, de si habrá castañas este año, de cómo se cocinan algunas comidas como el pulpo al mojo verde y de cómo se llama alguna planta autóctona o endémica que el viajero no conoce…y, por supuesto, del problema de la construcción en los pueblos y de sus pisos vacíos aunque sean de VPO. Te lo cuentan todo y te dedican tiempo. Por otro lado he sabido que entran anualmente 3,3 millones de turistas que, unidos a la mano de obra extranjera, conforman unas 120 nacionalidades… que la lluvia, en el sur, solo “da por el saco” un máximo de 15 días anuales y que la temperatura media, también del sur, es de 22 grados… lo que hace fenomenal y exitosa la zona de Maspalomas… ¡para invertir!
De Las Palmas, el interesante casco histórico de La Vegueta (catedral, plaza de Santa Ana, el mercadillo, Museo de Colón…) y al otro lado del barranco Triana…, Las Ranas… la avenida Marítima. En fin, muchas cosas interesantes que ver, además del CAAM, el Parque de Santa Catalina y, por supuesto, Las Canteras que, como dicen ellos, es un regalo. Por todo ello, me digo, tengo que volver nuevamente y con más tiempo. Se ven banderas de España y uno se alegra de que se sientan españoles, algo que hoy en día no está garantizado en nuestro país.
A propósito del comentario anterior sobre “sentirse español”, relato en mi viaje a Canarias del año 2000, una situación que viví, “un tanto curiosa”, ocurrida durante la celebración de la Nochevieja del milenio en el parador nacional del Teide.
Volveré a no mucho tardar.
Hacía la friolera de 20 años que no había vuelto a pisar la tierra de los gomeros. Ahora, tras un viaje accidentado por mar desde El Hierro en el que un enorme camión se volcó dentro de la bodega del transbordador de Fred Olsen, aquí estoy, nuevamente, con un vehículo de alquiler y dispuesto a dedicarle varios días a la isla y recrearme con toda su belleza.
La orografía de la misma, en la que destaca su abrupto relieve, sus puntos altos, sus bosques de laurisilva (formada por laurel, haya, brezo, etc.) y de cedros, los acantilados, sus largos y serpenteantes senderos de todos los niveles de dificultad, su clima, etc. hacen de La Gomera un paraíso indescriptible para el amante del senderismo. Los alemanes, parece ser, son los más dados a este tipo de actividad, lo que conlleva la estancia de varios días en esta isla de solo 22.000 habitantes y 360 km2, lo que equivale, en superficie y población, a un término municipal de la península. Los gomeros, al igual que los habitantes de las otras islas canarias, son muy amables y te ofrecen su tiempo y atención, interesándose porque estés bien contento con ellos e informado.
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Durante cuatro días, no me cansé de subir y bajar montañas y valles, de visitar los lugares más destacables como: Hermigua, Agulo, Vallehermoso, Arure, Valle Gran Rey, Playa Santiago, Alajeró…etc. Por mi cuenta hice alguna ruta de senderismo, de las muchas que hay, a través del bosque de cedros y de laurisilva: un verdadero placer; la densa vegetación te protege del calor y los senderos tienen un suelo cómodo aunque su perfil sea en ocasiones muy accidentado. También, recorrer con coche las carreteras del interior del enorme parque de Garajonai es otro placer indescriptible. Conduciendo por las carreteras de montaña, y debido a la frondosidad del bosque, es frecuente contemplar cómo la vegetación de un lado de la misma se entrelaza con la del otro.
Como no hay nada perfecto, he de decir que, con demasiada frecuencia, se tropieza uno con el dantesco espectáculo que suponen varios km2 de laurisilva quemada por el fuego que hubo aquí hace solo unos meses. Ver esa preciosa vegetación, ahora negra, seca y hecha leña, pone triste a cualquier amante de la naturaleza. Creo que no la cortan esperando que parte de ella se recupere y acaben saliendo unos brotes. Por otra parte, se ven enormes y verdes acantilados por las zonas de Hermigua y Agulo, al igual que plantaciones de plátanos que llegan al mar, palmeras y hermosos huertos de cultivo. En los pueblos la vida es muy tranquila y la gente disfruta de las terrazas en las que dialogan con frecuencia sobre temas de regadío, principal preocupación de los campesinos cuando se dispone de una cantidad de agua racionada para sus huertos.
Los gomeros se sienten muy españoles, que es lo que toca. En su día tuvieron una reconocida intervención en la conquista de América pues, con frecuencia, sus habitantes se enrolaban en los barcos de vela que recalaban en la isla para, tras aprovisionarse de agua, frutas y hortalizas, ponerse de empopada a los vientos portantes alisios y atravesar sin dificultad el océano Atlántico hasta el Caribe. No hace mucho leí un libro, escrito por el canario Alberto Vázquez Figueroa, en el que se relataban estos hechos.
La bruma en las montañas está siempre presente a partir de una cota no muy alta y tiene las características siguientes: se mueve a una velocidad casi vertiginosa, su densidad varía constantemente, aparece y desaparece, depende de la hora de la mañana o de la tarde, de que haya o no sol…es prácticamente impredecible. Has de llevar las luces encendidas todo el tiempo y, en muchas ocasiones, pasa a transformarse en una densa niebla que te impide circular a más de 20 km por hora. Los enormes y bellos roques son engullidos frecuentemente por la bruma o por la niebla hasta el punto de estar a su lado y no verlos. Otro fenómeno es el de los mares de nubes, muy agradables de ver cuando ya has alcanzado suficiente altura y te colocas por encima de ellos.
Los barrancos, accidente orográfico de estas tierras volcánicas, son de enormes profundidades y es habitual, por el efecto de la evaporación y el sol, que tomen una tonalidad malva. Entre barrancos, los gomeros han ido construyendo pequeñas presas para retener y almacenar las aguas de las fuertes precipitaciones. Se ven flamboyanes rojos, ahora en flor, y una gama extensa y bella de cactus que surgen por todas partes.
Me quedará el recuerdo de los cedros y del valle agrícola de Hermigua (plátanos, vid y hortalizas), así como del fantástico Parque Nacional de Garajonai, Patrimonio Mundial de la Humanidad donde la húmeda laurisilva crece por todas partes.
Pernocté varios días en el parador nacional por un precio muy asequible y disfruté de su buena cocina.
Hasta otra.