Uzbekistán 01
Abril de 2001
En abril de 1999 hice en solitario mi primera visita a Uzbekistán. Dada su belleza y el interés que me despertaban los países de su entorno, decidí hacer un segundo viaje, acompañado de mi hijo Agustín, en el que incluiría otros países de Asia Central, y el cual tuvo lugar solamente 2 meses después, en Junio de 1999, resultando perfecto. Ahora, pasados 2 años, vuelvo nuevamente a visitarlo pues me pilla de paso para entrar en Tayikistán, país objeto principal de este viaje. Así que disfruto, una vez más, de la belleza que tiene la arquitectura islámica de Uzbekistán.
En esta ocasión volé con la Turkish Airlines a Tashkent, capital poco turística en donde, tras echarle un simple vistazo, hice en un taxi los 300 km que me separaban de Samarcanda, en cuyas inmediaciones está la frontera con Tayikistán. Por supuesto había muchos controles policiales pues se había producido un pequeño atentado en la región de Fergana. Me detengo un día a la ida en mí adorada Samarcanda pero es a la vuelta cuando me paso unos días no solo visitándola sino que también me desplazo a las ciudades y lugares turísticos de esa zona del país.
En Samarcanda saludé a algunas personas conocidas de mis visitas anteriores así como a la familia armenia propietaria del restaurante al que fui a cenar como hacía siempre. Me quieren mucho pues les hablo de su Armenia del alma, la que no han visitado desde el principio de la guerra con Azerbaiyán.
En este momento Uzbekistán está pasando por una grave crisis: inflación altísima, paro, corrupción a raudales, falta de actividad industrial, etc. Encontré a los amigos y a la gente en general muy pesimista con la evolución del país. Todo estaba muy triste.
Uzbekistán tiene ahora casi 25 millones de habitantes, (me comentan), un dólar por el que en este momento te pagan 900 soms y una renta per cápita que está en los 1.000 US$. Peor suerte corre su vecino Tayikistán, que por cierto vengo ahora de visitarlo, que sólo llega a 350 US$, lo que equivale a la renta de los países africanos muy pobres. Los campos de algodón siguen siendo el paisaje típico uzbeko, así como los árboles frutales y algún que otro pequeño pozo de petróleo en zonas próximas a Urgench.
En Khiva volví a alojarme en la misma fonda en la que, 2 años atrás, me sirvieron la cena junto con los invitados de una boda en la que las canciones, la música y el zapateado me recordaron las andaluzas y las asturianas. Pensándolo bien, el uzbeko es turcomano y musulmán, y Turquía está pegada a Siria de donde salieron los omeyas para culturizar Andalucía. El coche y el conductor que tomé para cubrir los más de 500 km desde Bukhara a Khiva no eran los mejores del mundo. La carretera, que seguía con los mismos baches que hacía dos años, o quizás aún mayores, resultó agotadora.
Hasta otra.