Mongolia 98
EL VIAJE: SÉPTIMO DÍA
Temprano en pie y desayuno de ensalada con café de sobre. Bueno al menos ha sido diferente. Hoy hacemos un recorrido de antiguos monasterios. Salimos en dirección oeste y tras atravesar unos cuantos valles verdes, plagados de rebaños, pasamos por un pueblecito bastante aceptable. Después seguimos una pista de tierra y finalmente llegamos a un monasterio de muy poco valor llamado Manzshir.
Por los caminos y desde el jeep vemos, constantemente: martas, águilas, aguiluchos, grullas, etc., los mismos bichos que por el Gobi. Nunca vemos gallinas pues como creo haber dicho, las pobres no soportan estas temperaturas tan bajas de 40° C bajo cero. Por tanto nunca se comen huevos en este país.
Más tarde descendimos de la montaña y nos fuimos a visitar el monasterio de Gandan Hiid, formado por varios templos. El calor de hoy es también sofocante.
Lo recorrimos detenidamente, parándonos a ver y escuchar a los lamas y monjes en sus rezos y cánticos. No pudimos hacer fotografías del interior pues estaba prohibido.
Después entramos en Ulan Bator donde acabaríamos nuestro viaje pernoctando, por fin, en un hotel limpio con baño. ¡Qué felicidad! Atrás dejamos, con tristeza, el Gobi que tanto nos había entusiasmado. Todo lo bueno se acaba.
Hemos visto muchos hombres borrachos por las calles. Le pegan al vodka, como ocurre en Rusia. El trazado de las calles de Ulan Bator es muy bueno: amplias avenidas, al estilo imperialista soviético, todas dispuesta en paralelas y perpendiculares, alguna amplia plaza con edificios gubernamentales de típico estilo neoclásico, también ruso, etc.
También hay muchos bloques de viviendas sin identidad alguna y de arquitectura fría, como ocurre en todos los países socialistas; las aceras son horribles y están todas destrozadas.
Las mujeres de Ulan Bator, como comenté en párrafo anterior, van bastante arregladas, pero los hombres van bastante sucios. Ellas parecen ocupar más puestos de responsabilidad que los hombres. Hay un grave problema en la ciudad: el de los niños-lobo. Se trata de niños o chicos que o bien han huido de casa o les han echado. Son muchos y viven escondidos entre las tuberías de agua caliente que alimentan la ciudad.