Japón(el) 73
Agosto de 1973
Me dio un poco de rabia tener que ir a Japón en este mes tan caluroso y en estos años en los que estaba de moda ir a visitarlo. Era consciente de que el turismo masivo me esperaba. Pude encontrar una tarifa, llamada stopover que, por el mismo precio que el vuelo directo, me permitía parar dos veces, a la ida o a la vuelta. Así pude visitar Tailandia y Hong Kong de camino. El superdesarrollo de Japón, el misterio de Oriente…total que los catalanes, más que ningún otro español, parecían haberse dado cita aquí.
La conducción por la izquierda me sorprendió, no había pensado en ello. Claro, uno piensa sólo en Inglaterra y sus colonias…Me alojé, durante mi estancia en Tokio, en un hotel de grandes dimensiones en la zona de Ginza. Curiosamente, en él, se hospedaba Norton, creo se llamaba así, un boxeador americano campeón del mundo de los pesos pesados que venía a defender su título. En el ascensor me ofreció una entrada que no llegué a utilizar.
Deambulando por las calles y barrios, nada céntricos de la capital, fui a parar a un pequeño restaurante japonés para japoneses. Ni la zona ni el restaurante tenían, ni habían tenido, turistas.
Como es costumbre en ellos, en el exterior tenían en una vitrina la foto de cada plato para que eligieras. Hice señas al camarero y marqué uno. Una vez en la mesa, antes de traer el plato pedido, me pusieron un tazón que, para mí, contenía agua con algo verde picado y unas gotas de no se qué. Me lavé las manos en él y esperé mi plato. Mientras llegaba noté que, siendo turista, la gente me miraba mucho. Me puse a comer y seguían mirando y sonriendo…finalmente al terminar alguien, que sabía un poco de inglés, se acercó y me dijo: se ha lavado las manos en la sopa y la gente esperaba impaciente para ver si también se la bebía…en fin, ¡cosas que pasan! Al parecer la sopa viene con cualquier plato que pidas.
Caminé y caminé. Tomé trenes y más trenes…Nikko y su precioso templo con los conocidos monos: ver, oír y callar y también las maravillosas cascadas de camino. Subí a la torre de Tokio y vi desde ella la ciudad. Igual la torre de la TV. Templos sintoístas, budistas, torres, estaciones, creo que no dejé nada por ver. ¡Qué paliza! Buda de KAMAKURA. Bajé a Kyoto. De camino, el monte Fuji y los turísticos huevos cocidos en el volcán; sus alrededores demasiado turísticos…como los barcos del lago Hakone, Templos de todo tipo, palacios, tiendas. Visité el mayor templo del mundo en madera, NARA, parque de los venados y su templo. En fin, que no paré ni un instante. Tengo que decir que el turista numero 1 es el japonés. Por cada extranjero hay unos 200 japoneses viajando pues parece ser su época de vacaciones. Los turistas nos diluimos entre ellos.
Todo me llamaba la atención: me costaba creer que estando tan modernizados, industrialmente hablando, pudieran ser tan conservadores de costumbres. Inclinan la espalda ante un cliente, una persona mayor, un familiar, un turista occidental. El respeto es impresionante. El caso es que la historia los coloca en el grupo de los países violentos y crueles (así lo fueron con los chinos y con los americanos). En general, el mundo oriental tiene niveles de crueldad muy elevados. Bueno, entre cosas curiosas citaría sus retretes: son planos y al nivel del suelo (como los de los bares en España en otro tiempo) así que hay que ponerse en cuclillas.
Asistí al famoso teatro de TAKARAZUKA, donde las mujeres hacen, también, el papel de hombres. Tengo que decir que los japoneses no se ven capaces de hablar inglés. Lo mismo, me imagino, nos ocurre a nosotros con el japonés. Así que siempre con un intérprete o por señas. Para eso está el mimo. El caso es que el mimo que yo utilizaba no lo entendían; fue siempre desalentador. La comida era difícil de elegir pues, como el caso que conté anteriormente, hay que señalar con el dedo algún plato para poder llegar a comer y, en cualquier caso, uno no sabe que le van a traer.
La falta de idioma me impedía sacar información de la gente que conocía en los trenes. Tomé, por supuesto, el tren “bala” para bajar a Kyoto. En el departamento había, bajo la ventana, un velocímetro que marcaba la velocidad instantánea: 230 km por hora. Increíble imagen viniendo de España donde no creo lleguemos a 100 por hora.
Su silencio en los sitios públicos es ejemplar, al igual que el orden, las colas en las estaciones para sacar billete o esperando ascensores, etc. Son ejemplares en cuanto a comportamiento cívico. Se entiende pues, son tantos millones que si no se condujeran así, no podrían ir a ninguna parte.
Volveré otra vez para visitar otras islas. No lo haré en Agosto, lo juro.
Hasta otra.