China-Pekín 17
Abril de 2017
Ya había visitado China siete veces: tres en su parte continental, tres en Hong Kong y una en Macao, sin contar Taiwán donde también he estado. Actualmente La República Popular China tiene ya la friolera de 1.370 millones de habitantes y La Unión India le pisa los talones pues está por debajo a solo 100 millones. Es casi 20 veces mayor que España, en cuanto a superficie, y solamente Pekín ya anda por los 13 millones.
Desde hace décadas sigue el yuan como divisa nacional y siempre controlado por el gobierno para que oscile a su antojo. El presidente actual Xi Jinping mantiene la pena de muerte en vigor y hace uso de ella frecuentemente. La renta por habitante es de 8.000 dólares, tres veces inferior a la de España, pero supera en seis veces a su seguidor La Unión India; apenas tienen inflación y dicen tener solo un paro del 4%, y no tener analfabetismo.
Por supuesto la renta en la China de Hong Kong es más de 5 veces superior a la continental y también la de la isla de Macao la supera en 8 veces siendo ésta la quinta más alta del mundo. Jubilación a los 60. La esperanza de vida está en 75 años.
No había regresado a Pekín desde julio de 1998 viaje en el que fui acompañado de mi hijo, camino de Mongolia Exterior para atravesar juntos el desierto del Gobi. Leyendo en mi web el viaje mencionado, ya comento que no tengo ganas de volver a la nueva China porque todos quieren robarte y lo malo es que aunque lo veas venir es muy difícil evitarlo. Taxistas, ventas públicas, tiendas, museos y sus interiores, excursiones, restaurantes...TODOS TE ROBAN.
Tras muchos años viajando he llegado a la conclusión de que cuando un país salta de un sistema comunista fuerte a un sistema capitalista, la corrupción (como ha ocurrido en Rusia y en los antiguos países del Este tras el año 1991, en Taiwán, etc.) toma unas dimensiones que supera largamente a la de los países capitalistas y corruptos de siempre. Esa corrupción es, en esos casos, más despiadada y suele ser cruel y violenta.
Llegar al aeropuerto fue comenzar a discutir y quitarse del medio los que te acosan para cambiarte divisa… después, un montón de falsos taxistas te atacan dándote precios distintos… grandes paneles te hacen 10 recomendaciones obligadas antes de subirte a un taxi: que no te den cambio con billetes falsos, que pidas factura, que identifiques el número de placa....finalmente caí en manos de un taxista que, como no quería comprarse gafas, no podía leer la reserva de mi hotel escrita en chino. Tuve que dejarle unas gafas. El taxista dio muchas vueltas con el coche para llegar al hotel y que así subiera más el importe.
¡Cómo ha cambiado todo a peor desde los 80 cuando vine por primera vez! Ahora son todos ladrones, como pude comprobar más tarde. Además, se cuelan en las largas colas que hay que hacer siempre; tampoco se privan de escupir ni de comer grandes trozos de comida que siempre quedan colgando fuera de la boca.
Mi tercera visita a la famosa Ciudad Prohibida fue un poco decepcionante pues aunque han ampliado o restaurado algunas áreas, lo cierto es que tiene un aire decrépito por el abandono, mal estado de la pintura y el polvo que cubre todo. Lo que me está pasando, en estos últimos años, es que compruebo que, con el paso del tiempo, casi todos los países empeoran su aspecto, salvo el caso de Europa que lo mejora.
Ahora estamos en primavera y es la época de la floración: recorrer los parques chinos es un placer. Los chinos adoran sus parques, sus flores, sus jardines en general. Toda Pekín está llena de activos jardineros que cuidan no solamente los jardines sino también los árboles de las avenidas. Pasé por delante de aquel gigantesco Hotel Beijing de los años 80, ahora restaurado, donde me alojé en mi primera visita junto con unos 2 mil visitantes más, provenientes de los países europeos.
El tráfico es muy denso y los coches son bastante nuevos. Se ven Audis, Mercedes, Honda, BMW, etc. en buenas condiciones. La contaminación es muy palpable y hasta en las fotos de la ciudad se detecta una fina neblina. Cuando pasan unos días sin llover todo el mundo se pone la mascarilla y el cielo se presenta cubierto por una nube tóxica. La famosa plaza de Tiananmén, la más grande del mundo, ha visto reducida su superficie debido a la ampliación de la vía de tráfico que pasa frente al Mausoleo de Mao.
Durante unas horas recorrí el barrio comercial de Qianmen, con sus muchos restaurantes, tiendas y callejuelas y resulta una visita agradable ya que, además, hay en ella pequeñas tiendas con precios asequibles. También pasé por el Museo del Ferrocarril, el Parlamento, el Museo de Historia, etc. todo ello bordeando la plaza de Tiananmén.
Tras haber visitado por dos veces Xian, en anteriores viajes, para ver los famosos guerreros de terracota, no consideré la posibilidad de volver nuevamente. Además de la evidente contaminación que sufre la capital, el aire está infestado de visibles partículas y polen primaveral unidos a los pétalos sueltos de los millones de pequeñas flores que hay por todos los jardines y parques y que te golpean la cara o te entran en ojos, nariz, oídos, etc. o bien se depositan o enredan en el pelo.
El tráfico no es demasiado anárquico pero sí muy lento en las primeras horas y, por supuesto, siempre hay un carril para bicicletas.
A pesar de su avance tecnológico, la influencia de su reciente pasado agrícola les hace comportarse casi de forma medieval: grandes escupitajos por las calles, que vienen precedidos de profundos esfuerzos para "rebañar" sorbiendo sonoramente cuanta mucosidad puedan tener en la nariz y en la garganta; hablan a voces y al comer meten grandes trozos en la boca de los que siempre queda algo colgando; modales y gestos propios del campesinado y ninguna sofisticación o educación esmerada, más propias de una población que acude a la universidad o bien son trabajadores siderometalúrgicos de las ciudades.
Las normas de seguridad en el trabajo no parecen cumplirse. Hay aseos públicos por todas partes de la ciudad y en alguno de ellos se llegan a ver más de 50 urinarios de pared. Son bastante tramposos y dados al cambalache, mucho más que cualquier país mediterráneo o sudamericano y trincan en negro todo cuanto pueden, además de timarte descaradamente. Son todos auténticos trileros. Parece que el timo esta admitido y diría que tienen a gala el hacerlo.
En cuanto a la famosa Gran Muralla, antes se subía en autobús hasta el pie de la misma; ahora te dejan lejos y estas prácticamente obligado a tomar un funicular muy elemental y muy caro.
Debido a los planes demográficos de los últimos años, en la actualidad hay más hombres que mujeres. Ello conlleva que haya muchos hombres solteros. Últimamente estas normas demográficas se han modificado y se espera que algunos problemas de este tipo se corrijan.
Las ciudades, sus calles y aceras, carecen de ayudas para niños y ancianos; en pocas palabras: son todo barreras arquitectónicas y ni carritos de niño, ni sillas de ruedas de personas discapacitadas pueden verse por las calles ya que no pueden circular por ella. Así que se supone que marginan y tratan de forma un tanto cruel a los comprendidos en esos dos grupos sociales que deben quedarse en sus casas.
Uno de los días de mi visita y montado en un tuck-tuck, conducido por un tipo alocado, me acerqué a visitar el barrio musulmán y recorrí en él la larga calle Niujie en la que destaca su mezquita china, de pequeño tamaño y sin minaretes ni bóvedas. En otra ocasión y tras caminar más de una hora desde mi hotel, pase un par de horas en el enorme y delicado Templo del Cielo, uno de los mayores lugares sagrados del país, rodeado de un hermoso jardín que ocupa varias hectáreas. Tanto el templo propiamente dicho, de forma circular, como los edificios religiosos que lo complementan son de delicada arquitectura china con preciosos tejados circulares de colores azulados.
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El Metro es rápido, limpio, no muy ruidoso y cubre muy bien la ciudad llevándote a todas partes. Los andenes disponen de un cerramiento de seguridad que impide a la gente acceder a las vías. Cuando el tren llega se abren las puertas que tiene el cerramiento y que coinciden exactamente con las puertas del tren. Abunda el inoxidable tanto en barandillas como en los interiores. Va sobre raíles pero sin empalmes ni soldaduras. Así es también el Metro de Dubái.
Usando el Metro, me desplacé a visitar el Templo Budista Lam de estilo chino, aunque para nada tibetano, con varios edificios y varios budas en distintas posiciones; hay un típico ofertorio que consiste en utilizar varias barritas de incienso, compradas en el lugar y encendidas a continuación, acompañado de reverencias y oraciones.
También con el Metro me fui a ver el Zoo de Beijing, de muy poco valor, en donde contemplé seis ejemplares de oso panda gigante, cada uno de ellos en su recinto. Por supuesto todos medio dormidos o en estado algo letárgico. Aburridos, al estar solos y separados entre sí, dan la impresión de no sentirse nada felices y hasta puede que sufran algún tipo de depresión. A pesar de la moderna tecnología china, las sillas de ruedas de los ancianos son de lo más primitivo y barato que existe: ni una sola he visto motorizada. También ocurre que en el Metro no hay niños, ni ancianos, ni discapacitados; simplemente no pueden utilizarlo: es vergonzoso e inhumano. En el interior del metro casi todas las escaleras se suben a pie y escasean mucho las mecánicas. Lo cierto es que el chino tiene una tremenda falta de sensibilidad, es un tipo muy frío, y fríos son sus comportamientos en casi todo y con casi todos.
Debido a que el precio de los pañales desechables es algo caro, los niños menores de 4 años llevan abierto el pantalón, por delante y por detrás, dejando su culete y su pito al aire y así hacer sus cosas en las cunetas de la calle. A veces llegan a utilizar hasta las papeleras para hacer sus cosas. Ese famoso pantalón, abierto por delante y por detrás, se llama ksidangkon. Espero no volver.