Barbados (Cruzando el  Atlántico) 24

Enero 24


Había atravesado el océano Atlántico por mar anteriormente, pero en un yate y formando parte de la tripulación. En este caso nos encontrábamos en Canarias y, más concretamente, en Las Palmas huyendo del frío invierno peninsular cuando nos enteramos de que unos días después haría escala en Santa Cruz de Tenerife un gran crucero que procedía de Italia y que admitía pasaje para cruzar el Atlántico de un tirón hasta Barbados. Así que días después volamos a Tenerife y embarcamos.

El crucero en si era tan enorme como confortable y se comía muy bien.

No somos cruceristas, no, somos viajeros que utilizamos el barco para desplazarnos. No tenemos interés en las cenas de gala y llevamos una única maleta con ruedas que ni siquiera se factura. Hubo varias celebraciones y entre ellas la del paso del Trópico de Cáncer.

Pero es cierto que, para visitar las pequeñas y próximas islas entre sí del Caribe, el crucero es un buen sistema ya que cada mañana te despiertas en una nueva isla pues el barco ha navegado mientras dormías. Es muy práctico y aconsejable.

En los 6 días que duró la travesía disfrutábamos de espectáculos todas las noches, conferencias, piscinas, distracciones y, por supuesto, de una cubierta por la que caminar a buen ritmo dando la vuelta al barco.

Conocimos a una agradable pareja, Amelia y Domingo, con quienes compartíamos la mesa de la cena y las risas.

Nuestra cabina, muy confortable y completa, disponía de un amplio balcón con terraza desde la que se contemplaba la inmensidad del océano. Un chico nos la arreglaba a diario, al tiempo que con las toallas hacía preciosas esculturas de cisnes, monos, elefantes, etc.

El pasaje lo componían más de 2 mil personas y seguro que la tripulación no andaba lejos de las mil. Se hablaba, indistintamente, italiano, inglés, francés, alemán y español.

Los casi 300 metros de eslora cabían perfectamente en los muelles de Bermudas, Cartagena de Indias, Colón, Canal de Panamá, Callao en Lima, Chile, etc. Hoy en día los puertos del Caribe son casi mayores que las propias islas y, en ocasiones, la población que desciende de los barcos supera ampliamente la población isleña.