Rusia-Transiberiano 02

Septiembre de 2002

Llevaba años intentando hacer este viaje: algunas veces renuncié a él por el calor que suponía ir en Agosto, mes en el que yo tomaba mis vacaciones. Finalmente pude hacerlo en Septiembre, cuando el "temprano otoño" tiñe la taiga de preciosos colores amarillentos, ocres, rojos...

Mi viaje comenzó en Moscú de donde partiría el tren. Pasé la noche anterior en el hotel Kempinski, cómodo y limpio, donde me hicieron pagar 6 $ por cada minuto de mi llamada telefónica a España. Más tarde comprobaría que esta tarifa es la que cobran por todas partes. Había estado en Rusia hacía poco pero no visitaba Moscú desde 1.976. El tiempo fue bueno y soleado y coincidió con la celebración de la fundación de la ciudad, lo que supuso preciosos fuegos artificiales que contemplé desde mi ventana, desde donde también veía la fortaleza del kremlin.

Recorrí el centro recordando mi primera visita: interior del Kremlin, iglesias ortodoxas, monumento de Pedro El Grande, la Plaza Roja, etc. Ahora en las calles todo esta más envejecido y decrépito y aparece cubierto por enormes y llamativos anuncios y por letreros luminosos; todo ello parece tapar las fachadas que se desconchan. Me dijeron que los apartamentos en construcción eran muy caros y que no existía la hipoteca, por lo que el pago era al contado rabioso. Las calles están muy bien barridas y los jardines aceptablemente cuidados. Pasé por delante del hotel donde me alojé en el 76, El Rusia, que todavía se mantiene en pié y el que tiene unas 3.000 habitaciones.

Al caer la tarde me fui a la estación y tomé contacto con la gente y el tren.

Mi compartimento era muy básico: especie de tercera categoría en España, no tiene lavabo, no hay ni un cajón, ni un armarito, ni una percha. Así que hay que meter la maleta debajo del asiento y sacarla cada vez que uno quiere algo, lo que supone muchas veces al día. Mientras cenaba alguien ponía una manta y una almohada para que el asiento se convirtiera en una "cama". Además solo tenían 50 cm. de ancho lo que hacía muy difícil el dormir. Y yo pensaba: pobres los que esto mismo tienen que compartirlo con su compañero/a. Había una serie de vagones destinados a: duchas, comedor, bar, personal del tren, oficina del jefe de tren y su compartimento, etc. Un montón de vagones cuando nosotros, no éramos más que 45 viajeros; de ellos: 38 eran ingleses, 4 americanos, 2 canadienses y 1 español. ¡Un latino en el mundo anglosajón!

Los asientos, de plástico, los cubrían con una tela marrón áspera de dibujos muy horteras y el suelo tenía una alfombra con innumerables manchas de grasa. La ventana tenía una cortina, también esperpéntica, que pretendía dar un "toque" de distinción... y lo conseguía!!!. Exactamente cada 3 días, nos daban una diminuta toalla limpia para la ducha lo que unido a la cola que había que hacer daba como resultado que la gente se duchara poco. Además estaban los mosquitos y el calor de los primeros días... Teníamos un WC en cada vagón y todo iba, directamente, a la vía. Olía mal y uno procuraba ir lo menos posible. Creo que me quejo de vicio pues después de haber visitado todos los países africanos esto es un lujo asiático.

Cayó la noche y el tren partió para San Petersburgo con el propósito de recorrer los 10.800 Km. (Moscú-San Petersburgo – Moscú - Vladivostok) de nuestro programa. Dormí aceptablemente y, de madrugada, comencé a mirar ansiosamente por la ventanilla, ¡ay! cuanto me gusta viajar... A lo largo de los 12 días de tren, me pasaría, horas, horas y horas mirando por la ventanilla, como una especie de portera que quiere saber qué pasa y quién pasa. Me encanta mirar la naturaleza, los pueblos, la vida que hacen, etc. Fuimos pasando estaciones cutres, vendedores de andenes, pueblecitos, etc. Todo muy pobre y en mal estado. También cruzamos algunos trenes viejos y sin pintura, oxidados y antiguos.

Llegamos a San Petersburgo y visitamos la ciudad. Más europea, más occidental, tiene ya 4,5 millones de habitantes y sigue siendo un precioso centro cultural. Ahí sigue ese fantástico Hermitage, el río Neva, los palacios de Katerine, sus 40 islitas y sus puentes, etc., etc. Recorrí todos estos lugares y los disfruté plenamente durante nuestra soleada estancia de día y medio. Acudí a un par de restaurantes en los que músicos y cantantes, de alto nivel, amenizaban la comida. En uno de ellos, justo al lado del palacio de Verano, unos días antes el presidente Putin, había celebrado su cumpleaños.

Algunos trolebuses y coches Lada se caen en pedazos. Muchas barriadas y edificaciones tienen un aspecto deplorable. Solo el centro, con el río Neva y sus puentes, con la edificación del XVIII, con el encanto arquitectónico, merece la pena ser visitado. Disfruté muchísimo visitando el Hermitage: Van Dyck, Canaletto, Ribera, Velázquez, etc. El famoso barco Aurora sigue recordando a los visitantes la revolución bolchevique.

Regreso al tren. Surge el primero de un amplio número de problemas de salud: por meter el pié donde no debía una moza se rompe el tobillo y regresó a Londres, junto con su pareja. Me paso el día contemplando el paisaje y descubro una vegetación muy asturiana: robles, hayas, olmos, chopos, manzanos, etc. Los pueblos que atravesamos, agrícolas cien por cien, tienen un aspecto muy pobre.

Las poblaciones agrícolas mantienen la nostalgia del comunismo y hay estatuas de Lenin por todas partes. Nuestro cocinero, concretamente, tiene en la puerta de la cocina una bandera con su imagen. Parece como si el Capitalismo fuera bien con las ciudades y el Comunismo con los pueblos. Los agricultores no están contentos con el sistema pues hay menos proteccionismo.

Por unas horas, debido a algún problema en la vía, hemos circulado en dirección contraria a la que traíamos (?). El ancho de vía ruso es mayor que el europeo y los vagones, por tanto, también. Tras la caída del sistema y de la URRS, ahora Rusia tiene solo 150 millones y una superficie equivalente a 13 veces la de España.

Siberia, palabra que proviene de la tártara Sibir (tierra dormida) va desde los Urales al Pacífico y comprende la Rusia asiática. La vegetación suele estar formada por TAIGA: bosque templado muy parecido al del Cantábrico pero en ocasiones mezclado con pinos; la ESTEPA: especie de gran pradera americana, árida y sin árboles, mediocre alimento para el ganado. La famosa TUNDRA solo está en las zonas muy al norte y está formada por una especie de penachos que crecen en zonas pantanosas o marismas y tan frías que ninguna otra cosa puede crecer. Fue durante siglos lugar de exilio. Había minas de sal, plata, oro, y carbón. Ahora hay mucho petróleo. Más de un millón de personas fueron exiliadas aquí desde 1650 hasta 1900, año en que se abolió el exilio.

Posteriormente se crearon los GULAGS, que fueron peores que los campos de concentración, tal que el 90% de la gente no sobrevivía. Siberia es tan enorme de dimensiones que la diferencia horaria entre Moscú y Vladivostok es de 7 horas, las que una a una teníamos que adelantar muchas noches al acostarnos. Tiene explicación pues, por el paralelo 60 por donde circulábamos, es casi 1/3 de La Tierra.

Recuerdo que uno de los primeros días de viaje atravesamos unos 800 Km. de gigantescos bosques de abedules, ¡ni un solo árbol que no fuera un abedul! Todos ellos comenzaban a tomar un color amarillento. El mismo día, vi algunos montes plagados de preciosos helechos de color ocre amarillento. Paramos en Godo y pasamos sobre el inmenso Volga el que, en este punto, tenía un puerto al que llegaban y del que partían barcazas desde y hacia el Mar Caspio, lugar de su desembocadura.

Trenes, puentes, estructuras metálicas, pasos elevados, estaciones, torres, etc. no han sido jamás pintados tras su construcción o instalación. No existe el concepto de mantenimiento en Rusia, ¡nada se mantiene... en pié! Todo tiene un aspecto tétrico, decrépito, lamentable y tercermundista. He podido comprobar que a los rusos no les gusta que les hagas fotos pues parece que se sienten algo humillados y no muy felices con los últimos acontecimientos del 91. Creen que quieres reflejar en la foto su pobreza o mal vestir... y así es; así somos los occidentales: auténticos cuervos interesados en mostrar en nuestras fotos pobreza, atraso, miseria...

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Nuestro cuarto día de tren supuso la llegada a Yekaterinburg, de 1,5 millones, precedida por la más preciosa puesta de sol de todo el viaje, cuya foto no pude hacer dada la velocidad del tren, y por un obelisco que indicaba que Europa acababa y que empezaba Asia. Esperaba más de esta ciudad. Apenas despertó mi interés. La gente vestía muy pobremente, aunque se trata de una ciudad industrial. Las chicas han entrado de lleno en el nuevo sistema capitalista y cuidan más su imagen, (en todos los países comunistas y socialistas ocurre igual), mientras que los chicos van hechos unos perfectos adanes, sucios, descuidados, etc. Por otra parte la belleza del eslavo, como subraza, radica en la mujer: rubia, ojos bonitos, pelo y figura muy finas; mientras que el hombre no tiene mejor aspecto que otro latino o anglosajón. Lo comprobé visitando Yugoslavia, Macedonia, etc.

De entre la gente con la que compartía el tren destacaría: que la mayor parte de ellos eran muy educados que, como siempre, me caen mejor los americanos que los de otras nacionalidades anglosajonas, que mis favoritos fueron un matrimonio de Inglaterra pero de origen bengalí, Maya y Mont, que hice buenas migas con Frank (fotógrafo americano cuyas fotografías veré a través de su página Web), con Liz, inglesa con un inteligente y pícaro sentido del humor, con Leslie ( tremendamente inglesa), con la encantadora Marcia y su marido, ( americanos extrovertidos y vecinos de compartimento, con Peter y Bruno, su "compañero", etc., etc.

A lo largo de los 10.800 Km. recorridos no he sido capaz de ver una sola obra pública en marcha. Ni una autopista, ni un regadío, ni puentes o canales, etc. No se observa actividad en el país lo que muestra la crisis económica por la que atraviesan. En las zonas rurales se nota más la crisis y la gente tiene un aspecto triste y decaído. Da pena ver un pueblo así. Cuando en el año 91 se privatizó la casi totalidad del patrimonio del Estado, la gente que vivía en un piso de alquiler pudo quedarse con la propiedad del mismo. Las industrias se ofrecieron a los trabajadores o se vendieron por poco dinero, pues no había mucho en el país. Posteriormente las empresas y negocios vendidos, igual que los pisos, alcanzaron su precio real y ello ha supuesto una enorme plusvalía que ha convertido a algunas personas en multimillonarias. Se las ve por Europa derrochando dinero y a quienes la gente, por desconocimiento, tilda de mafiosos. Por supuesto, también hay mafiosos de verdad. Lamentablemente, en las mencionadas empresas, no se moderniza nada, ni se mantienen los equipos productores en condiciones, ni se piensa en el futuro. Se trata de hacer dinero rápido utilizando una maquinaria amortizada para fabricar, sin pensar en reparar o reponer. Así que el final está al caer. Después quedarán a la espera de que empresas extranjeras inviertan, construyendo nuevas industrias. Pasará una generación pero saldrán adelante. Siempre que no siga aumentando el alto nivel de delincuencia y de alcoholismo.

A partir del cuarto día, dejando atrás Yekaterinburg, el tiempo empeoró. Aquí comenzó Siberia y aquí cruzamos los Urales que, por otra parte, tienen muy poco de montes pues no son más que unas pequeñas colinas. Además de bajar las temperaturas el cielo estaba cubierto y llovía a ratos. Algún día apenas parábamos mas allá de media hora para estirar las piernas. Una especie de ordenanza de tren se encargaba de abrir la puerta y dejarnos descender al andén. Curiosamente se encargaba, también, de hacer té o café, esperando conseguir una propina en dólares, y así era. Yo no tenía despertador y él se encargaba de zarandearme por las mañanas para que me levantara. Además se supone que tenía que limpiarnos los aseos.

Los trenes de mercancías llevan: tanques de crudo, madera, gravas y carbón. Lo de transportar el crudo por tren es muy tercermundista. Las gentes locales llevan enormes maletas hechas de tela de horribles cuadros de colores, pero parece que resistentes pues las llenan a tope de ropa. Donde mas maletas vería sería al llegar a la frontera con la Mongolia rusa, pues parece ser que las utilizan para estraperlo o venta de ropa.

Llegamos a Novosibirsk, tras cruzar el río Ob que vierte hacia el ártico. Novosibirsk, que quiere decir "Nueva-Siberia", tiene 1,5 millones de habitantes y es la mayor y más industrializada ciudad de Siberia. Nieva muchísimo durante buena parte del año. Nuevamente, quizás por cuarta vez, oigo el nombre de Olga, al parecer muy extendido por Siberia y puede que por toda Rusia. Hice un largo recorrido por el río Ob, en una lancha de pasajeros, y pude comprobar el denso tráfico de barcazas con mercancías que remontan y descienden por el río. Cené en un agradable restaurante del centro de la ciudad. A la salida me encaminé hacia la estación y vi una tienda con ropa de la marca "Caramelo", ¡increíble! Una vez más he visto como las chicas rusas visten mejor y van mas aseadas que los chicos.

De vuelta al tren y a mi ventanilla. Hoy ha caído enferma la primera persona del grupo, con fiebre, vómitos y diarrea. En los próximos días irían cayendo, uno tras otro, hasta llegar a 26 en total y todos con los mismos síntomas. Posiblemente yo, curtido en África, he podido librarme. Nuestra joven médico, llamada también Olga, con un solo año de experiencia, no sabía, la pobre, que hacer o decir, así que hoy la causa sería un virus, mañana una bacteria... para mí que era la comida. En nuestro comedor, único lugar aceptable y mono del tren, cada vez éramos menos. Así que habíamos comenzado 45 y ya sólo quedábamos 17.

Desde mi ventana, discreta, podía ver como en el huerto de las casas que pasábamos no faltaban ni patatas, ni repollo, ni manzanas, ¡ay! como se parece a Asturias. Las casas de las zonas rurales de Siberia (prácticamente todo Siberia es rural), son muy pequeñas, como si solo tuvieran una estancia, y tienen un humilde techo de uralita ondulada. Da pena verlas. La madera o los troncos cubren el exterior de las paredes; los animales que poseen están adosados a ellos en una choza o duermen juntos.

El tiempo comenzó a mejorar a medida que nos acercábamos a la zona del lago Baikal. Finalmente salió el sol y ahí estuvo durante 4 días dando por el saco, pues hacía calor de verdad. El lago Baikal tiene la friolera de 630 Km. de longitud y una profundidad máxima de 1.600 m con un ancho entre 30 y 80 km. Está a 450 msnm y por sus alrededores hay preciosos bosques de pinos, aserraderos, petróleo, taiga y estepa. Antes de llegar al lago nos detuvimos en Irkutsk, capital de la región Baikal, donde se nos ofreció, a los pocos que quedábamos "vivos", un fantástico concierto de piano, acompañado por unas maravillosas y educadísimas voces, de una calidad impresionante. Éste tuvo lugar en una sala del museo de la ciudad. Pero todo lo contrario ocurre si entras en los lavabos de un restaurante o de un hotel en Irkutsk; por la suciedad te parece que estás visitando un país árabe, ¡qué contrasentido! Caía la tarde cuando nuestro tren se asomaba al lago Baikal. Los frondosos bosques, repletos de pinos que se pegan unos a otros, cubrían las agrestes montañas que rodeaban el lago. En algunas de ellas las cumbres estaban nevadas. El tren se quedó en una vía muerta y, por primera vez, dormimos toda la noche con el tren parado. Fue una noche muy estrellada.

Amaneció con un precioso sol y pude ver algunas laderas de las montañas con una preciosa taiga amarillenta. Durante 8 meses del año el lago está helado; por ello entre 1900 y 1905 se construyó un ferrocarril, sobre el hielo, para ir de una parte a otra, pero una primavera el deshielo se adelantó... murieron algunos cientos de personas. Atravesé el lago en un carguero que llevaba madera y, al otro lado, los pueblecitos y rincones costeros eran encantadores. Esta región del Baikal se ve más rica que el resto de Siberia. Además de pinos se ven enormes bosques de abedules de los que, al parecer, hay 13 variantes. Mientras navegaba por el lago algunos compañeros hicieron un poco de barbacoa y se bañaron. Me dijeron que el agua estaba helada.

Esa misma noche, al regresar al tren, preparé una pequeña fiesta asturiana: había traído un queso de Peñamellera, otro de Caso, unos suspiros de Quirós y unas banderinas asturianas; así que invité a los pocos sanos que quedaban y al no haber sidra no hubo mas remedio que tomar vodka. Todos me preguntaban por las cosas típicas asturianas. La próxima vez traeré sidra.

Por la noche nuestro tren continuó su camino hacia la República de Buriatos en cuya capital, Ulan Ude, entrábamos a la mañana siguiente con un limpio y soleado día. Una parte importante de la población es de origen mongol y profesa la religión budista. Hacen frontera con Mongolia, de donde partieron hace varios siglos, pero adónde no quieren regresar. El gobierno ruso permite su religión, su prensa en buriato, y la enseñanza de la misma en la escuela primaria, etc. Por supuesto son gente con ojos almendrados y no se distinguen de las de Mongolia pues, no hace mucho, estuve allí para, junto con mi hijo, atravesar el desierto del Gobi. Visité uno de sus monasterios y asistí a algunas de sus danzas típicas, celebradas en medio de la estepa.

Nuevamente al tren y nuevamente a recorrer y atravesar ésa preciosa taiga que no es mas que el bosque asturiano, lleno de robles, abedules, chopos, olmos, hayas, serbales, etc. Por cierto, ahora los serbales, de los que hay millones en Asturias, tienen ese diminuto fruto, formado por bolitas rojas, que le dan belleza y distinción y están entremezclados con el resto de la taiga. Así que resumiendo: la taiga viene siendo el bosque cantábrico, con un poco mas de diversidad pero con árboles de menos desarrollo. Así que, hay que estar orgulloso de lo que tenemos, pues es de lo mejor que hay por el mundo. Ya no digamos la belleza que suponen estos bosques cuando llega el otoño. Aquí en Siberia ya ha entrado y todo está precioso y en España es a finales de Octubre o principios de noviembre.

Pues bien, así tiramos 3 días más. Hacíamos alguna parada para estirar las piernas y repostar, disfrutando de la taiga y también de los tramos de estepa que, con los mismos colores, nos iban deleitando. A nuestro lado, unas veces a la izquierda y otras a la derecha, el caudaloso río Amur discurría entre una naturaleza teñida de ocres. Este río hace de frontera con China. Pasamos, también, por la ciudad de Khabarovsk, sin visitarla. Finalmente llegamos a Vladivostok, final de trayecto, ciudad muy occidental donde nos esperaba una estación del siglo pasado, restaurada por una empresa italiana, auténtica maravilla de la arquitectura de principios del pasado siglo. Una visita a esta ciudad, que no tiene mucho interés, un adiós a mi compartimento y a mi tren y, tras una noche en un hotel, avión de Aeroflot a Moscú y luego a Londres. Despedidas y fin del viaje.

Otros detalles sueltos

-El árbol serbal se llama en ruso raiabina, pero no se escribe así.

-Nuestro comportamiento con la gente siberiana ha sido un tanto deleznable:

-Tomábamos fotografías de la gente sin pedir permiso y aún cuando nos era manifiestamente denegado. No cabe duda de que el maldito hombre blanco de Occidente mira por encima a las demás subrazas, a las demás culturas, a las demás religiones... no tenemos solución, somos engreídos y prepotentes. La Iglesia Católica, "la única y verdadera" nos lo ha hecho creer así, al mismo tiempo que algunos líderes políticos, que de liberales tienen muy poco. Nuestra calidad humana está muy por debajo de la de los países que, habitualmente, visitamos.

-Alguna vez hemos llevado 2 locomotoras. En el trayecto hemos tenido locomotoras de gasoil y eléctricas. En una ocasión me pareció que llevábamos una de vapor.

-Los pequeños arces, de no más de un año, se han tornado de color rojo vivo.

-He visto cuervos de distintas especies pero no mucho más en cuestión de pájaros.

-Las manzanas son, al igual que en Asturias, el fruto típico, pero no he visto sidra.

-Conocí una buriata, de origen mongol.

-El noveno día de tren nos detuvimos sobre las 11 de la noche, durante unos 20 minutos; di un paseo, alejándome del tren. De repente vi el tren arrancando y salí corriendo. No solo tuve que correr el riesgo de tomarlo con una velocidad ya peligrosa sino que, además, el jefe de tren que estaba adentro no me reconoció y se empeñaba en echarme fuera, pensando que yo era un ruso de la estepa y que me quería subir al tren. Después reconoció haber partido antes de la hora y se deshacía en disculpas por haberme empujado

-Tuvimos bastantes roturas de frenos. Creo que la calidad de fundición de las zapatas era muy mala.

HASTA OTRA.