Mongolia 98

EL VIAJE: CUARTO DÍA

Nos levantamos con un bonito amanecer sobre los Gers. Un aseo de gato, un desayuno típico y al jeep para retomar nuestra ruta en el desierto.

Hicimos unos 100 km por una zona seca y áspera y al final de los cuales encontramos unas preciosas dunas llamadas Hongorin Els que se elevaban sobre una zona algo verde, por lo que las dunas no encajaban allí. ¡Que maravilla! Me recordaron mi viaje por Namibia, claro que éstas no son ni tan grandes ni tan numerosas. Subimos y bajamos alguna. El viento borraba rápidamente las huellas o cualquier cosa que escribieras como hacía mi hijo. Hicimos un rato el tonto caminando sobre la cresta de alguna de ellas y observando el desplazamiento que hacían las dunas en dirección norte-sur. La arena era finísima y se metía por todas las partes incluida la boca y cámara de fotos.

Continuamos hacia Bajan Zag, en dirección norte para recorrer la zona donde suelen encontrarse restos de saurios. Ello se debe a que hay un enorme bosque de arbolitos, similares a los tarajes del Mediterráneo, que parece ser era un buen alimento para los saurios y, de ahí, que se hayan encontrado los restos en la zona próxima al bosque. Por toda esta zona las rocas y el suelo tienen un color marrón-rojizo lo que constituye otro paraje diferente en el Gobi.

Dejamos esta zona y seguimos nuestra ruta. Nos detuvimos en un Ger para pedir agua caliente que añadir a la comida de fideos preparada que llevábamos; las gentes fueron muy amables y, como nos ocurría siempre, nos invitaron a entrar. El amo dejó que Agus se montara en su caballo. Tenía gracia verlo porque Agus parecía más grande que el caballo mongol que montaba.

Por supuesto tuvimos que beber leche de camella, yogur de yegua y galletas de mantequilla... de yegua. Yo bromeé con el amo preguntándole cuántos camellos quería por su hija, de unos 20 años, para casarla con mi hijo. El se lo pensó y dijo: “¡No quiero camellos, quiero un jeep!” Nos reímos muchísimo.

Dejamos a esta gente y seguimos Gobi arriba dirección norte y, como siempre, siguiendo las roderas marcadas por los escasos vehículos de cuatro ruedas que circulan por el desierto. En muchos casos no hacíamos caso de ellas y circulábamos campo través, siguiendo nuestro propio instinto. Tuvimos que hacer unos 250 km hacia el norte buscando los restos de un pequeño monasterio budista, demolido por los comunistas en los años 30, abandonado en medio del desierto. En un par de ocasiones creímos habernos perdido. Tuvimos que desviamos de la ruta varios km. para buscar un Ger. Cuál sería nuestra sorpresa al comprobar, a lo lejos, la existencia de un grupo de mongoles, provenientes de distintos Gers de la zona comprendida en muchos km. a la redonda, que se habían reunido para celebrar una típica lucha mongola.

Los contendientes llevaban una indumentaria especial. Después de ver a varios luchadores enfrentarse, Agus luchó contra uno de ellos, al que ganó. Todo fue tan rápido que no le pude fotografiar. Después, como muestran las fotografías, otro luchador quiso pelear contra él. Convencí a Agus de que lo dejara pues no quería que surgieran problemas. Nos reímos mucho.

¡Tanto ayer como hoy no hemos visto ni un solo vehículo de cuatro ruedas! Hoy ha sido nuestro día de espejismos pues, al menos, durante 100 km los hemos tenido de toda clase: oasis, montañas, islas, etc. Creo que se debía a la poca vegetación y a la temperatura alta que teníamos.

Finalmente, tras preguntar otra vez a una anciana que vivía en el único Ger que vimos en 50 km., llegamos exhaustos y polvorientos al dichoso monasterio. Todo lo que quedaba de él eran tres casetas de piedra en las que vivían un lama, dos monjes y un viejo lama de unos 90 años casi ciego. La mujer que los cuidaba nos ofreció dormir en una de las tres casetas todos juntos, preparándonos por supuesto cordero con fideos, leche de yegua y quesos de cabra y camella. Estos últimos tenían un sabor horrible. También nos puso sobre la mesa nata de camella y yogur de yegua. ¡Todo un manjar! Bebíamos té todo el tiempo. Le pedimos hervir agua para beberla una vez se hubiera enfriado, lo que llevó un par de horas dado el calor que hacía.

Nos dimos un paseo por las ruinas hasta que el sol decidió dejarnos. Al regresar, Agus charló con el lama que le preguntaba cosas sobre nuestro país y sobre la iglesia católica. Asistimos a sus oraciones nocturnas dentro de la otra caseta en la que dormían ellos. Tuvimos que seguir algunos de sus ritos durante los rezos y, además beber leche de yegua de un tazón que se va pasando de unos a otros. A mi hijo le impresionó todo muchísimo. Fue muy interesante.

En el Gobi es costumbre que los hombres tomen rape. Todos llevan una botellita de rape y de vez en cuando lo inhalan. Los lamas también lo hacen.

Por lo que respecta a las mujeres, estas, se acicalan y se preocupan de causar buena impresión. Las mujeres van siempre mejor vestidas, arregladas y aseadas que los hombres. La ropa de cama está siempre limpia.

Hoy hemos visto miles de grullas con sus polluelos y, al ver que no vuelan ni huyen, hemos pensado que en el Gobi no hay mamíferos depredadores que pudieran atacarlos; de ahí que se paseen tranquilamente por la estepa con sus crías.